Dom 16.11.2003
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INTERNACIONALES › COMO FUNCIONA LA PROPIEDAD PRIVADA DE LA TIERRA

El nuevo latifundio ruso

Del mismo modo que los obreros no recibieron capital de las fábricas, los campesinos rusos no se benefician de la propiedad privada.

Por Pilar Bonet *
Desde Peremyshl

Terminar con la herencia comunista en el campo está resultando mucho más difícil de lo que parecía. Acceder a la propiedad privada de la tierra, que existe legalmente desde este año, resulta una hazaña: es lento, caro y burocrático. Ante esta situación, muchos prefieren trabajar la tierra sin comprarla, exponiéndose a la arbitrariedad de la Administración. En el campo ruso, los que salen adelante lo deben a su propio esfuerzo y no a la Ley de Compraventa de Tierras Agrícolas, que entró en vigor este año tras ser firmada por el presidente Vladimir Putin en 2002. En perspectiva, el futuro del agro en Rusia parece más cercano del latifundio que de las empresas agrícolas modernas. Rusia experimenta de nuevo una transición a la economía de mercado en la que unos medran y la mayoría se queda al margen: los cheques de privatización repartidos en los ‘90 no dieron a los obreros la oportunidad de transformarse en propietarios de sus fábricas. Ahora, las parcelas que los campesinos recibieron al reestructurarse los koljoses (propiedad cooperativa) y sovjoses (propiedad estatal), tampoco les permiten afianzarse como empresarios agrícolas.
Lastradas con facturas de electricidad y combustible cada vez mayores, las haciendas que Peremyshl heredó de la época soviética no podían pagar sus deudas. Peremyshl es un distrito de la provincia de Kaluga, a unos 200 kilómetros de Moscú, con 13.500 personas y 65.000 hectáreas de uso agrícola. Leonid Grómov, el alcalde, ha recurrido sistemáticamente a la quiebra para solucionar el problema. Diez de las 13 haciendas del distrito fueron sometidas a este procedimiento mientras él buscaba inversores capaces de pagar las deudas y explotarlas, como propietarios o arrendatarios. Sus esfuerzos atrajeron a una empresa foránea dedicada al cultivo de flores, que ha invertido 60 millones de rublos (1,76 millón de euros/unos 2 millones de dólares) en el arriendo, con opción de compra, de explotaciones “saneadas” por la bancarrota.
Grómov está contento con esta fórmula que le permite recaudar impuestos. La aparición de nuevos inversores marca una segunda etapa de la reforma agraria en la Rusia poscomunista, tras una primera que cambió la etiqueta a los antiguos koljoses y sovjoses y los convirtió en sociedades. Pero los nuevos empresarios que adquieren las explotaciones (en subastas, en teoría) no se convierten automáticamente en propietarios. Ante el nuevo inversor, el campesino tiene pocas alternativas. O se queda solo en su parcela, privado de los activos comunes de la sociedad arruinada, o cede su terreno al nuevo amo (en venta o alquiler) y pasa a trabajar como asalariado.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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