Dom 25.09.2005
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INTERNACIONALES › LA IMPREVISTA RECONSTRUCCION DE NUEVA ORLEANS

Un emperador sin dinero

La catástrofe de Nueva Orleans se veía venir, pero no se hizo nada. Los costos de curar serán mucho más altos que los de prevenir.

› Por Claudio Uriarte

“Si se produjera un huracán que afectara a Nueva Orleans la ciudad quedaría sumergida bajo seis metros de agua, con miles de pérdidas humanas. Para conjugar el peligro deben emprenderse gigantescas obras de ingeniería que transformen el sudeste de Louisiana. Nueva Orleans es un desastre anunciado. La ciudad está por debajo del nivel del mar, en una depresión flanqueada por diques que la limitan al norte con el lago Pontchartrain y al sur y al oeste por el río Mississippi. Por culpa de una desgraciada confluencia de factores está hundiéndose más, con lo que el peligro de que se hunda aumenta incluso con tormentas menores. El delta del Mississippi, muy bajo, que se interpone entre la ciudad y el golfo, está desapareciendo a pasos agigantados. En un año habrán desaparecido otros 70 u 80 kilómetros cuadrados de sus marismas. Cada pérdida ofrece a las crecidas de las tormentas un camino más despejado para extenderse por el delta, verterse en la depresión y atrapar a un millón de personas en ella y otro millón en las localidades que la circundan. Los modelos informáticos de las trayectorias posibles de las tormentas analizados en la Universidad de Louisiana cifran en miles las bajas.”

Esta descripción no es posterior al Katrina. Fue escrita por el científico estadounidense Mark Fischetti el 1º de octubre de 2001. Pero no era el primer augur de la catástrofe. En 1998, científicos, ingenieros del ejército y autoridades de Louisiana diseñaron un plan, llamado Coast 2050, para evitar que la ciudad, cuyas defensas contra el nivel de las aguas son notoriamente débiles, quedara entrampada en el dilema que ahora describe Fischetti: “En el mejor de los casos, una Venecia en problemas; en el peor, una Atlántida moderna”. Pero el plan requería de 14.000 millones de dólares, es decir ayuda federal. En ese momento, con un presupuesto superavitario en cientos de miles de millones de dólares, el presidente Bill Clinton y el Congreso tuvieron otras prioridades, y el consenso de Louisiana se disolvió entre las pujas de intereses de otros lobbies más poderosos (como el de la industria del petróleo) y la corrupción local; hace 10 días, y con un déficit presupuestario de 400.000 millones de dólares, Geogre W. Bush se vio obligado a prometer una reconstrucción de la ciudad que los expertos valoran en 200.000 millones. Cabe preguntarse de dónde vendrán, ya que el presidente sigue tan renuente como siempre a aumentar los impuestos, aunque sea por una sola vez y con carácter extraordinario. También se niega a reducir el esfuerzo de guerra en Irak. Los números de Bush también están haciendo agua.

El presidente, en su discurso en una Nueva Orleans apropiadamente fantasmal, habló de “uno de los esfuerzos de reconstrucción más grandes que haya visto el mundo”, proponiendo una Zona de Oportunidad del golfo con ventajas impositivas, cuentas bancarias para evacuados a fin de que puedan entrenarse para nuevos trabajos y pagar por el cuidado de sus hijos, e incluso un Acta de Refundación Urbana para permitir que víctimas de bajos ingresos del Katrina puedan construir sus propias casas sobre tierras baratas en poder del gobierno. Esto último fue ridiculizado por Bruce Katz, experto en políticas de urbanización de la Brookings Institution. “¿Le están pidiendo a gente que gana menos de 10.000 dólares por año que construya sus propias casas?”

Pero el resto del plan no es mucho más serio. Por cierto, dinero federal está fluyendo ahora sobre las áreas devastadas, y empresas amigas del gobierno federal ya han rapiñado los primeros contratos de reconstrucción, entre ellas Betchel, Fluor y Shaw Group, que recientemente construyó un helipuerto para el vicepresidente Dick Cheney. A su debido momento (cuando se trate de reparar la industria petrolera) tendrá que aparecer también la infaltable Halliburton, también del vicepresidente Dick Cheney. Pero los fondos para este esfuerzo están en algún lugar impreciso entre los deseos conservadores de Bush y una nueva profundización del déficit fiscal.

Bush habló de rebajas impositivas para la pequeña empresa, rebajas impositivas para la gran empresa y, en fin, el espíritu de empresa. También habló del papel de las iglesias y las organizaciones de caridad. Pero la vaguedad de sus planes (además de la aprobación de 60.000 millones de dólares de ayuda por el Congreso) mueve a preguntarse si su administración no está llegando a un prematuro final.

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