INTERNACIONALES › EL NO PLAN DE EE.UU. PARA ROMPER EL MERCOSUR
Bienvenido Mr. ALCA
George W. Bush quiere imponer el ALCA desde Alaska hasta Tierra del Fuego, se dice. Pero los hechos muestran que no es así.
Por Claudio Uriarte
El declinante narcisismo argentino, fogoneado por las considerables reservas –de 50.000 millones de dólares– del brasileño persiste en contemplar al ALCA, el Acuerdo de Libre Comercio que la administración Bush querría imponer desde Alaska hasta Tierra del Fuego, como un peligro inminente de ofensiva comercial estadounidense contra el Mercosur. La reciente aprobación en el Congreso norteamericano de la autoridad de promoción comercial, que permite al presidente George W. Bush negociar acuerdos de libre comercio sin interferencias parlamentarias, alimentó esa especulación, según la cual la crisis regional habría sido provocada deliberadamente por EE.UU. para destruir el Mercosur e imponer su ALCA. Y, por último, están las declaraciones que funcionarios norteamericanos en América latina –como Paul O’Neill, Otto Reich y Donna Hinrak– no se han cansado de realizar en favor del ALCA y del libre comercio como la panacea americana.
Los que consideran que el ALCA está a la vuelta de la esquina se dividen en dos corrientes de opinión: hay quienes piensan que debe ser rechazado como una imposición de la metrópolis; otros, que se consideran a sí mismos más maquiavélicos y sutiles que los primeros, admiten que el ALCA sería “inevitable”, pero que frente a él lo mejor es que América latina negocie desde una posición de fuerza, y preferentemente alternando la negociación con Washington con negociaciones paralelas con la Unión Europea, de modo de hacer jugar uno contra otro a los dos grandes bloques comerciales. En realidad, estas dos posiciones, tanto la “utópica” como la “realista”, giran en torno de un supuesto que no se verifica: el de que EE.UU., que está levantando entusiastamente barreras proteccionistas justamente en los mismos sectores en que América latina puede ser competitiva –como el agro, el acero o los textiles– se desespera por conseguir no se sabe qué producto de la región, mientras tampoco se sabe qué podría vender EE.UU. a países como Argentina y Brasil, que han devaluado sus monedas en forma drástica. En cuanto a la especulación de un coqueteo alternativo entre Washington y Bruselas, es como si una anciana belleza decadente pasara las horas pensando en qué partido le conviene más, si Brad Pitt o Leonardo Di Caprio. No se entiende que Bush está buscando acuerdos de libre comercio con países individuales, como Chile y Singapur; tampoco se entiende que la Unión Europea tiene una política comercial mucho más proteccionista que Estados Unidos, por lo cual no hay nada verosímil sobre lo que coquetear con ella, y menos que menos se entiende que el ALCA, de existir, proveería al menos de un destino seguro a algunas de las exportaciones argentinas –lo que dista de ser el caso hoy–. (También se deja de lado, por cierto, que el Mercosur, esa codiciada presa de EE.UU., no existe más en los hechos.)
En el fondo, todo esto recuerda a la película española Bienvenido Mr. Marshall. En un pueblito español de la posguerra, sus habitantes, avisados con semanas de antelación de la visita de una comitiva norteamericana del plan de reconstrucción europea de George Marshall, hacen listas de pedidos, se pelean, se amigan, se emperifollan y todo en espera de la comitiva. Al fin llega el gran día, pero resulta que el aviso había estado equivocado, la comitiva no iba a ese pueblo sino a otro, y la caravana de autos estadounidenses pasa de largo.