Dom 05.10.2003
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INTERNACIONALES › COMO QUEDAN LAS FICHAS TRAS EL FRACASO DE CANCUN

El ALCA que no podrá ser

El 20 y 21 de noviembre tendrá lugar en Florida el segundo acto del fracaso de la OMC en Cancún: esta vez, el fracaso del ALCA.

Por Claudio Uriarte

Después del naufragio de la cumbre de la Organización Mundial de Comercio hace tres semanas en Cancún, la escena está lista para el próximo psicodrama comercial, esta vez circunscripto a un más modesto escenario hemisférico: la negociación (o lo que pasa por ella) sobre el ALCA, el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas que la administración Bush afirma que quiere ver completado para 2005. Ya esta semana se registraron los primeros escarceos: Robert Zoellick, representante comercial de Estados Unidos, estuvo negociando con desparejo éxito en Centroamérica, mientras otro estadounidense, Ross Wilson, tronó el viernes contra Brasil y la Argentina por sabotear con su silencio la reunión hemisférica completada ese mismo día en Puerto España (Trinidad y Tobago) con vistas a la gran reunión, también hemisférica, que se concretará en Florida, Miami, los días 20 y 21 de noviembre.
Esto tiene todas las apariencias de adelantar un nuevo fracaso, por los viejos motivos. Del mismo modo que el auge del proteccionismo, la disminución del comercio internacional y la caída de los flujos directos de capital en una economía global en recesión fueron el trasfondo del derrumbe de la cumbre de Cancún, no parece haber motivos para que la situación no se repita en Florida cuando esas condiciones, lejos de cambiar, están en camino de profundizarse, en la medida en que la recesión estadounidense no cede y el presidente George W. Bush parece la persona menos indicada para abrir mercados como el del agro o el acero cuando se enfrenta a un año electoral cada vez más sombrío, y cuando las economías con las que presuntamente quiere integrarse producen y tratan de exportar más o menos lo mismo. De hecho, lo contrario parece el camino más viable, y hay poco que envidiar en el rol que juegan funcionarios como Zoellick, cuyo discurso de libre comercio choca fuertemente con la política económica doméstica de su amo. En estas condiciones, lo que emerge como posibilidad más verosímil no es un horizonte de grandes acuerdos generales sino una especie de fuente de ensalada de tratos bilaterales y superpuestos, que trabará el comercio más que facilitarlo. Claro que al menos los globalifóbicos son muy capaces de alegrarse de eso.

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