Domingo, 31 de octubre de 2010 | Hoy
ENFOQUE
Para quienes miran la evolución de las variables económicas por sobre el resto de la realidad política, Néstor Kirchner pasará a la historia como el presidente que supo poner fin al modelo neoliberal que arrasó el último cuarto del siglo XX y que explotó inmisericorde en la peor crisis de la historia económica argentina. Dejó un legado de crecimiento, desendeudamiento, recuperación industrial y sensible mejora de los indicadores sociales. Las tensiones acumuladas en estos años, como la inflación y el deterioro cambiario, forman parte de la herencia más pesada para la actual administración.
Por Claudio Scaletta
El 25 de mayo de 2003 fue ayer. Sólo pasaron poco más de 7 años. La casi inesperada llegada a la Presidencia de la República de un casi desconocido gobernador de la más remota provincia patagónica no generó la mística de otros recambios. La sociedad venía golpeada no sólo por la crisis de 2001-2002, sino por sucesivos desengaños. Si en 2003 cualquier analista hubiese predicho que vendrían cinco años de crecimiento ininterrumpido del Producto a tasas “chinas”, que rozaban los dos dígitos, seguramente habrían dicho que estaba loco.
Kirchner no tenía pergaminos de gran transformador. La prensa hablaba de manejo feudal en su provincia y abundaban las fotos sonrientes junto a los popes de los ’90 en tiempos de gobernador. Su programa no era revolucionario y, además, tras la “interna abierta” que rehusó completar con ballottage Carlos Menem, llegaba al poder por el peronismo, el partido que había perfeccionado en los ’90 el modelo iniciado en 1976.
Pero la política, que a veces parece el mundo de los discursos y de las palabras, son los hechos. A pesar de sus escasos antecedentes, Kirchner tuvo la visión, la coherencia y la continuidad necesaria para terminar con el deficitario modelo que llevó a la crisis. Comprendió muy bien que los déficit, interno y externo, de las cuentas públicas y del comercio exterior, no eran de izquierda ni de derecha, y que los superávit son un reaseguro de independencia y de mayores grados de libertad para la política económica. Comprendió que había que mandar al desván a los economistas-meteorólogos que enfatizaban sobre el “clima de negocios” y terminar con los cantos de sirena de los presuntos beneficios de un estado de gracia con “los mercados”, ese eufemismo para nombrar a las corporaciones del poder económico, local y global.
Desde el principio Kirchner tuvo el tino de mantener en Economía a Roberto Lavagna, el ministro de Eduardo Duhalde que había sido capaz de ordenar las variables tras la debacle y quien luego conduciría la exitosa renegociación de la deuda pública, con una quita en torno del 70 por ciento de lo adeudado. Vale recordar que Kirchner nunca puso un ministro de Economía para desentenderse y dedicar más horas al golf. Siempre siguió de cerca los números y hasta se lo tildó de “almacenero” por su obsesión por las cuentas. Este seguimiento fue el que le permitió ser independiente de sus ministros y cambiarlos cada vez que fue necesario sin sobresaltos en las variables macroeconómicas, una novedad en la política local.
Luego, en lo que erróneamente fue considerado por sus contemporáneos como una jugada política destinada al impacto mediático, Kirchner se desembarazó también de la ruidosa tutela del FMI sobre las decisiones de la macroeconomía local. Pagó lo que se le debía al organismo multilateral con reservas internacionales, que para eso están, y ganó más grados de libertad.
Durante la primera etapa de su gobierno los economistas especializados en pronósticos erróneos hablaron de “veranito”. Lo que en realidad estaba ocurriendo era que el diferencial cambiario produjo una rápida expansión de las economías regionales exportadoras y de los núcleos manufactureros. Tras haberse tocado picos de pobreza e indigencia en 2002, a partir del 2003 comenzó la mejora ininterrumpida de los indicadores sociales. Mientras, el Estado participaba de las ganancias vía retenciones a las exportaciones, las que adicionalmente le permitían mantener separados los precios internos de los internacionales reduciendo el impacto de la devaluación.
Con el crecimiento, que como el “veranito” había pasado comenzó a atribuirse al “viento de cola” de los precios de los commodities, los indicadores sociales mejoraban, pero la capacidad de negociación de la clase trabajadora no se recuperaba a la misma velocidad. Aquí apareció otra de las características de la administración de Néstor Kirchner, la clara conciencia de que el crecimiento es conducido por la demanda: el Gobierno motorizó aumentos por decreto del salario mínimo, habilitando el círculo virtuoso de la recuperación del consumo. El Estado hizo lo que no hacía el mercado. Es verdad que toda Latinoamérica fue beneficiada por la suba de los precios de los commodities, pero las tasas de crecimiento de Argentina duplicaron en promedio a las de sus vecinos. El crecimiento no fue una “consecuencia natural” de las buenas condiciones externas, sino el resultado de la voluntad política y de las decisiones acertadas del Gobierno, siempre acechado por los profetas del ajuste, quienes en ningún momento, a pesar de la evidencia de los hechos, dejaron de profetizar catástrofes inminentes y demandar “enfriar” la economía para evitar tensiones.
Por supuesto que hubo limitaciones y contradicciones. Conviene observar los matices. Néstor Kirchner no atacó durante su gobierno al núcleo duro del poder económico. No se comprendía, por ejemplo, la continuidad del increíble negocio financiero de las AFJP, que todos los meses filtraban una porción insólita de los salarios de los trabajadores registrados. Desde el Gobierno se argumentaba que la velocidad de las transformaciones era limitada por los tiempos y las posibilidades de la política. Hoy se acusa al kirchnerismo de haber recostado sus alianzas sobre el viejo aparato del PJ y la CGT. Se olvida que cuando se abrió el juego de la transversalidad, buena parte del progresismo testimonial no fue capaz de recoger el guante. Y esto sin hablar de las más vulgares traiciones.
En 2007, frente al recambio presidencial, el kirchnerismo pudo darle continuidad a su proyecto y avanzar en las promesas pendientes en materia de redistribución del ingreso. Cumplió con suerte dispar. El primer freno vino de la ruptura de su alianza tácita con el Grupo Clarín. El límite fue la voluntad del multimedios de quedarse con Telecom. El proceso coincidió con el pico de la burbuja de los commodities. Para poner una barrera a los efectos internos de esta burbuja se pensó en el mecanismo automático de las retenciones móviles, que terminó con la crisis de la 125. Fue el bautismo de fuego del gobierno de Cristina Fernández, el comienzo de la guerra mediática y el fin de la ilusión del consenso. A pesar de ello, el gobierno de Cristina, que heredó las contradicciones acumuladas en el período 2003-2007, no se detuvo y continuó con los lineamientos de la política económica. Motorizando la demanda se logró que la crisis internacional prácticamente no se sienta internamente y se tomaron algunas decisiones sustanciales, como la eliminación del ominoso régimen de las AFJP y, hace ya un año, la Asignación Universal por Hijo. Al mismo tiempo, se continuó con las políticas de crecimiento y desendeudamiento.
Se supone que el periodista debe tomar distancia de la información que brinda a los lectores. Se supone que con ello se consigue que la información transmitida permanezca despojada de toda subjetividad. Sin embargo, la imprevista desaparición física de Néstor Kirchner es un hecho demasiado potente para no sentirlo en el cuerpo. Se trata de uno de esos grandes momentos de la historia, tan fuertes como en su tiempo fue el fallecimiento de Eva Duarte, momentos en que el observador se da cuenta de que nada será igual a partir de mañana. Néstor Kirchner regresó a la Argentina al camino del desarrollo, la independencia y la mejora permanente de los indicadores sociales, eso que normalmente se nombra como “una patria justa, libre y soberana”. Pero partió antes de tiempo y heredó en su esposa una dura tarea inconclusa que estaba llamado a completar a partir de 2011. La presidenta es Cristina, pero el vacío de poder que deja la partida de Kirchner es inmenso. Los límites actuales de la política económica, deterioro cambiario e inflación, también lo son. Los días por venir serán trascendentes. Las fuerzas del pasado están agazapadas
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