ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Las ideas conspirativas siempre tienen su encanto para una parte del público. Los recientes sucesos sobre un aborto no punible, por ejemplo, sirven de muestra: uno de los abogados de la organización antiderechos que interfirió en el Poder Judicial, luego de quejarse porque la AUH fomentaba la vagancia, agregó que la legalización del aborto era un deseo de los organismos financieros internacionales. La idea proponía un supuesto muy fuerte, que con aborto legal habría menos habitantes y, en consecuencia, más excedentes para pagar deuda; es decir, exactamente lo contrario de lo que predice la teoría del valor. El militante ultracatólico no habló de la sinarquía internacional, pero estuvo cerca. Pero no se trata aquí de dar pábulo a los delirios extremistas, sino de las teorías conspirativas en sí mismas, las que importan en tanto velan los hechos reales.
Una de estas teorías en materia económica, un poco más consistente que la de los activistas antiderechos, es la del “neocolonialismo chino”, una respuesta al evidente afianzamiento de la nación asiática como potencia mundial, de la que se espera que pronto ocupe el primer lugar, al menos en términos del crecimiento absoluto y relativo de su PIB, aunque no todavía en poderío militar y tecnológico. Vale recordar que en 2010 ya desplazó a Japón del segundo lugar por el volumen de su Producto.
La dimensión conspirativa no está por supuesto en el crecimiento, sino en que frente al nuevo escenario se habría generado un nuevo orden colonial y desatado una disputa interimperialista por el viejo patio trasero, semiabandonado por Estados Unidos salvo en las zonas más calientes, y aprovechado ahora por China. En esta guerra, las agencias estadounidenses habrían movilizado ingentes recursos financieros e ideológicos para desprestigiar a las firmas chinas, las que serían más depredadoras, explotadoras y contaminantes que sus pares occidentales. El objetivo de la conspiración sería convencer a la población de que estar bajo la férula del nuevo imperialismo chino es mucho peor que estar sometidos a, por ejemplo, el estadounidense. Un dato secundario para la teoría, pero principal para Argentina, es que en este nuevo orden mundial, el país volvería a insertarse como mero proveedor de materias primas.
Aunque vinculadas, bien miradas las teorías conspirativas son en realidad dos: la del neocolonialismo y la de la guerra interimperial.
El neocolonialismo es el que da cuenta de la inserción internacional subordinada de la economía local y encuentra respaldo en datos abundantes sobre el destino de las exportaciones argentinas y sobre las inversiones chinas en la región, las que no sólo buscan buenos negocios, sino asegurarse la continuidad y expansión de estas exportaciones.
En materia de comercio exterior bilateral el primer dato relevante es el déficit. China es un importante comprador del complejo sojero, pero conviene no exagerar. Sobre poco más de 55.000 millones de dólares de exportaciones totales en los primeros 8 meses de 2012, apenas 4000 fueron a China, un volumen similar al de 2011. El dato de las importaciones es más preocupante, sobre 44.000 millones importados en el mismo período, alrededor de 6000 millones se compraron a la nación asiática.
El segundo dato relevante del comercio exterior surge del contenido de las importaciones, En un reciente trabajo del economista Gustavo Girado, profesor de la UBA y director de Asia & Argentina, “El nuevo rol de China como proveedor global de capital reproductivo”, se destaca que desde 2002/2003, los rubros de mayor crecimiento de las importaciones argentinas fueron Bienes de Capital y sus Piezas y Accesorios, pero a diferencia de lo que ocurría hasta fines del siglo pasado, los principales proveedores de estos productos ya no son Estados Unidos y Europa, sino Brasil y China, que ya ocupa el segundo lugar. La continuidad de Brasil responde a la integración del sector automotor.
Las razones de la nueva participación china son múltiples, desde los menores precios a la radicación en Asia de los viejos proveedores occidentales. Según destaca Girado, Argentina se abastece desde China, entre otras razones, “porque los proveedores chinos cuentan con mejor financiación para ofrecer”, con más años de gracia y menor tasa de interés, “otro servicio de posventa”, activo y más occidentalizado en sus prácticas, “similar tecnología a la utilizada hasta ahora en nuestro país o eventualmente la misma” y menor precio.
La contrapartida para Argentina y Brasil, el regustillo amargo, es que la competencia china también afectó a los productores locales. El caso paradigmático es el desplazamiento de los autopartistas argentinos en el mercado brasileño.
En materia de inversiones es conocido el ingreso de capitales chinos en sectores extractivos, hidrocarburíferos y mineros, así como el fallido intento de constituir un enclave presuntamente sojero en Río Negro y el interés actual de dos megaempresas hídricas, Synohidro y Ghezouba, en participar, asociados con capitales locales, en la construcción de las dos presas que se licitarán sobre el río Santa Cruz.
China es un país que vive la consolidación de su revolución industrial. Es esperable que importe materias primas y exporte manufacturas. Argentina es un exportador de commodities. China disfruta también de un impresionante superávit comercial y dispone por ello de abundantes recursos financieros. No hay en estos datos nada de una nueva relación colonial. En todo caso lo que se presenta es evidencia del camino que le resta recorrer a la Argentina en materia de desarrollo económico y complejización de su entramado productivo.
Por último, la guerra interimperial es apenas una hipótesis que debe ser demostrada. Pero algunos de los “infundios” relatados tienen como contraparte diferencias culturales. Por ejemplo, no existen en China cosas tales como las paritarias o una clase obrera que reclama organizadamente por sus condiciones laborales. La actividad sindical está subsumida a la férrea conducción del partido único, quizá un resultado de la persistencia en el imaginario social de milenios de régimen imperial. No debe extrañar entonces que las empresas chinas que buscan proveerse en el mundo de los insumos que necesitan para continuar alimentando su furiosa revolución industrial no incorporen entre sus costos, es decir en el cálculo de sus beneficios, externalidades como las laborales o las ambientales. En todo caso es una responsabilidad indelegable del país receptor regular estas variables y condiciones.
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