Domingo, 21 de diciembre de 2014 | Hoy
ENFOQUE › EL LIBERALISMO Y EL INTERéS COLECTIVO
Por Esteban Guida *
La filosofía liberal pone el énfasis en la libertad individual, y en la propiedad privada como el producto de la vida y la libertad de cada persona. Desde esta visión, sus adherentes plantean los perjuicios de la intervención del Estado en la economía, ya que se alteran las reglas del mercado y se afectan las libertades de los agentes. En otras palabras, las políticas activas generan inflación, desincentivo a la inversión y malas expectativas para los mercados, que conducen a una caída de la actividad, recesión y desempleo.
Por eso, muchos esgrimen que el gobierno actual fracasa sistemáticamente en su accionar: genera inflación con la expansión monetaria, distorsiona los precios relativos con la aplicación de subsidios y con las políticas de redistribución del ingreso, y propicia un mercado negro de divisas estableciendo un cepo cambiario para los que quieren acceder al dólar para atesoramiento. Sin ser tan explícitos, los críticos de la ortodoxia plantean que todo ello se podría solucionar de manera rápida y efectiva: la inflación puede eliminarse abriendo totalmente la economía, aplicando una política monetaria contractiva y reduciendo el gasto público al nivel de subsistencia del Estado. Al mismo tiempo, muchos argentinos podrían comprar dólares si se liberara el cepo cambiario y se recurriera nuevamente al endeudamiento externo; paralelamente, las empresas encontrarían un nuevo clima de negocios para invertir y crecer si se desregulara la economía. En otras palabras, los grandes flagelos de este modelo (inflación, falta de dólares y desconfianza) serían prácticamente eliminados siguiendo la conocida receta neoliberal.
Estas propuestas ya tuvieron su lugar en la historia reciente argentina, ya que durante los años ‘90 y hasta el 2001 inclusive, se pudo eliminar la inflación con un Estado en su mínima expresión y sin política monetaria autónoma, abriendo la economía al mundo para permitir que ingresaran productos masivamente, facilitando a las empresas invertir sin condiciones ni regulaciones; además, los agentes podían comprar tantos dólares como pudieran gracias a un esquema de libre convertibilidad y acceso al crédito internacional.
Otro punto interesante y soslayado de esta filosofía es el derecho que cada individuo tiene de defenderse –y de pedir a otros que lo ayuden a defenderse– cuando existen personas, grupo de personas o incluso gobiernos que intentan quitarles su propiedad por la fuerza o sin consentimiento. Para ello, esta filosofía admite que los individuos elijan un líder, aunque sin imponer gobernantes a los demás (la democracia sería el mecanismo institucional a través del cual se resuelve esta cuestión). También dice que los individuos deben poder intercambiar sus bienes voluntariamente y que ello debe resultar beneficioso para ambas partes.
Tal vez los argentinos hayamos aprendido algo de esta filosofía. Por ejemplo, dado que producto de la crisis miles de personas perdieron sus propiedades y el derecho a intercambiar voluntaria y beneficiosamente el producto de su vida y su tiempo, éstos eligieron por mayoría democrática una figura que los representa en la defensa de sus derechos y en la devolución de aquello que les fue enajenado. También, y frente a los que detentan un poder de mercado suficiente para imponer condiciones, los individuos se agruparon y, mediante sus representantes en el Congreso electos mediante el voto libre y sin proscripciones, establecieron reglas en defensa de un intercambio voluntario y en condiciones beneficiosas frente a los actores que abusan de su poder de mercado en detrimento de los más débiles.
Lo paradójico es que buena parte de los voceros de esta filosofía parecen olvidar algunos de estos puntos y eludir deliberadamente los costos y las consecuencias de sus políticas sobre el conjunto de la comunidad. Ninguna propuesta de cambio puede eludir la identificación de los costos que trae aparejada y, en ese caso, de quién y cómo se terminarán pagando. La receta liberal puede ser efectiva para algunos, pero no siempre responde al interés colectivo, ni aplica para un pueblo que pondera la justicia social por sobre las libertades individuales. El producto de la vida y la libertad es mucho más que la propiedad, y por sobre los deseos individuales están los derechos de una comunidad que ya no acepta volver atrás, porque cada día está más convencida de que nadie progresa a costa de ningún compatriota.
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