Domingo, 6 de noviembre de 2005 | Hoy
CONTADO
Por Marcelo Zlotogwiazda
En una de las reuniones paralelas a la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, Roberto Lavagna hizo declaraciones que bien podrían ser suscriptas completamente por los panegiristas de la ortodoxia económica, del libre comercio, y de la teoría que afirma que lo que más le conviene a un país es desarrollar sus ventajas competitivas naturales. Dijo el miércoles el ministro de Economía al cierre del Encuentro Hemisférico del Sector Privado: “El libre comercio es un principio válido globalmente, pero no es libre comercio la liberación en bienes industriales y el proteccionismo subsidiado en bienes agrícolas. O la liberación es global o se trata de comercio administrado en beneficio de algunos y en perjuicio de otros”.
Lo que sin prestarle debida atención suena como una posición de fuerza frente a la prepotencia del mundo desarrollado que quiere reglas formalmente desparejas (apertura total de los mercados del Tercer Mundo pero no de sus fronteras), es en realidad una posición incoherente con las ideas a rajatabla industrialistas que supo tener y que aún mantiene a menudo el propio Lavagna.
¿Qué está queriendo decir: que si Europa y Estados Unidos abrieran por completo sus fronteras a las exportaciones primarias y agroindustriales de la Argentina y el Mercosur, el país y la región aceptarían gustosos eliminar toda protección industrial?
Más vale pensar que se equivocó; que no fue una declaración feliz. Porque si auténticamente cree en lo que dijo, él sabe perfectamente que el libre comercio consolidaría el modelo productivo primarizado que dejó como lastre la experiencia de apertura con tipo de cambio bajo de la convertibilidad: un modelo de exportación de soja, cereales, energía, algunos commodities industriales, y poca cosa más. Tal vez sea un modelo que cierre sus números de balanza comercial y de pagos externos, dada la altísima productividad del campo, de cierta agroindustria y de un puñado de grandes industrias, a lo que se agrega la creciente demanda de alimentos por parte de China e India que se avizora. Pero difícilmente ese modelo alcance para cerrar otro tipo de números: los de puestos de trabajo calificado y bien remunerados que faltan, y los de la ya crónica exclusión. Para resumirlo figurativamente, si los factores de poder económico de la Argentina fueran lúcidos y racionales, esa declaración de Lavagna sería ovacionada en la Sociedad Rural y abucheada en la Unión Industrial.
Más allá del folklore, la tinta y la saliva que en estos días mereció el tema del ALCA con la venida de Bush, el tren ALBA y Maradona, como en este caso correctamente dio a entender Lavagna el debate no tiene ahora ni demasiada urgencia ni sentido, por lo improbable que aparece un acuerdo de este tipo desde una óptica política, pero fundamentalmente porque los mismos temas están a punto de ser discutidos no ya a nivel continental sino planetario en la reunión cumbre de la Organización Mundial de Comercio pautada para dentro de 45 días en Hong Kong.
En este marco, en la denominada Ronda Doha de discusión de las reglas que tendrá el comercio internacional, Lavagna sí ha tenido una posición más acorde con su historia, ya que el bloque que conforma la Argentina no sólo rechazó por insuficientes las concesiones de rebaja en los subsidios agrícolas que plantean Estados Unidos y la Unión Europea, sino que además está peleando junto con Brasil e India la forma de liberación del comercio de manufacturas.
Para resumirlo y focalizar en uno de los puntos centrales, mientras las potencias pretenden que se aplique lo que se conoce como la “fórmula suiza”, un recorte proporcional en los aranceles de productos industriales (que por una simple cuestión matemática implica más sacrificio para los países en desarrollo, dado que tienen aranceles más elevados y protectivos), el bloque ABI (Argentina, Brasil, India) contrapopuso la “fórmula Girard”, que resulta en un mayor esfuerzo de apertura para los más desarrollados y, obviamente, una ganancia de cobertura relativa para los países en vías de desarrollo.
Vaya uno a saber cuál de los dos es el verdadero Lavagna. Si el del dogma del libre comercio o el que defiende la tradición de la protección diferencial que promueve el desarrollo industrial. Su historia lo ubica como un abanderado de esta segunda línea, aunque hay motivos para sospechar que ha cambiado esa idea “setentista” por una que él considera más aggiornada, realista y no exenta de una dosis importante de resignación. En esto último, mucho tendría que ver la aparición estelar en escena de los gigantes asiáticos, frente a los cuales pensaría que no hay protección que alcance ni demasiada posibilidad para competir industrialmente.
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