Domingo, 11 de diciembre de 2005 | Hoy
CONTADO
Por Marcelo Zlotogwiazda
A casi dos semanas del recambio ministerial no hay aún elementos para saber si la llegada de Felisa Miceli implica continuidad de la política económica anterior o si se está en los comienzos de un cambio en lo que venía haciendo Roberto Lavagna. Sucede que la ministra mantuvo la boca prácticamente cerrada y lo que hizo hasta ahora en tan poco tiempo es insuficiente como pista determinante.
Desde que asumió estuvo enteramente abocada a articular una concertación de precios con los empresarios que fue anunciada de manera prematura y entró en vigencia con desprolijidad e inconvenientes, lo que tal vez potenció expectativas y temores exagerados: la sensación térmica en la calle es que los precios crecen de manera generalizada e importante, pero los datos indican que la inflación es 1,2 por ciento anual. Pero aunque con el correr de los días el mecanismo de concertación se fuera aceitando y comenzara a funcionar aceptablemente, quedaría aún mucho por saber para despejar la duda del principio. Porque si bien sólo un fanático de la libertad de mercado puede criticar la intervención política de un gobierno para negociar precios, también es cierto que sólo un ingenuo puede creer que con esa herramienta aislada se pueda atacar eficazmente el problema inflacionario.
La ministra es seguramente consciente de esto último, porque de ingenua no tiene nada. Y de hecho distrajo unas horas para anunciar créditos a la inversión, con la clara intención de emitir una señal de que ella también considera prioritario aumentar la capacidad productiva que en algunos sectores está al límite. Ese es un camino que va al fondo de la cuestión, pero que lleva su tiempo recorrer hasta que las inversiones maduren. Lo que en lo inmediato queda por averiguar es cuáles son los otros ingredientes de su receta, además de la concertación de precios, que en el mejor de los casos servirá para bajar la temperatura durante un corto tiempo.
Respecto de esto último, vale aclarar una confusión muy reiterada en las últimas semanas, incluso en algún discurso oficial. Los monopolios y oligopolios se caracterizan por fijar precios más altos de los que habría en situación de mayor competencia y por eso es saludable que se los combata y desarme. Pero no se los puede culpar de acelerar los precios. Puesto en otros términos, la concentración provoca carestía no encarecimiento. No son un elemento clave en la dinámica inflacionaria. Hay oligopolios y monopolios con 12 por ciento anual de inflación, como los hubo cuando había deflación o cuando estábamos en híper.
Volviendo a la duda del principio, hay algunos que no la tienen. Es el caso, por ejemplo, de los economistas que trabajan en la fundación que encabeza el secretario de Infraestructura porteño, Roberto Feletti (Fetyp), que en su informe se atreven a afirmar que Kirchner desplazó a Lavagna porque no estaba de acuerdo con “el ajuste” que pretendía aplicar para frenar el alza de precios, consistente en reducir el ritmo de obra pública, subir la tasa de interés y deprimir más el salario de los estatales, y que Miceli encarna un cambio que mantendrá los equilibrios macro aunque con mayor nivel de producción.
Entre la mayoría que no tiene esa certeza y están a la espera de qué dirá y hará Miceli, un número importante considera imposible mantener el actual nivel de crecimiento de tipo chino al 9 por ciento anual teniendo una tasa de inversión que equivale a la mitad de la del gigante mundial. Y de ahí que aconsejen una política macroeconómica que apunte a desacelerar el crecimiento en forma ordenada hasta 5-6 por ciento anual.
Quizás bastaría con que la ministra se manifieste sobre el fondo anticíclico que anunció Lavagna poco antes de que lo echaran, para saber si su presencia es continuidad o cambio. El mantenimiento de esa criatura perfectamente encuadrable en la tradición keynesiana (que significa guardar en lugar de gastar el sobrante de recaudación sobre lo previsto) sería una inequívoca señal de que se apunta a moderar la demanda a la espera de que aumente la capacidad productiva.
Todo sería mucho más fácil si los empresarios tuvieran una inclinación mayor para invertir que la que han evidenciado. Estímulos macroeconómicos no le han faltado, con un PBI creciendo 30 por ciento en tres años. Y en no pocos casos tienen rentabilidades superlativas que no se reflejan en los niveles de inversión. MacroBansud Securities elaboró un ranking de rentabilidad de los últimos doce meses de las empresas cotizantes en Bolsa: la encabezan Tenaris y Siderar del grupo Techint con ganancias equivalentes al 44 y 41 por ciento de su patrimonio, respectivamente. La primera tuvo un resultado neto acumulado de más de 1300 millones de dólares, con un patrimonio de 3200 millones de dólares. ¡Impresionante! Resultados no tan exuberantes, pero igualmente extraordinarios muestran Acindar, YPF, Aluar y Petrobras. Se ve que los espíritus animales que según Keynes animan la inversión están aletargados.
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