Domingo, 28 de mayo de 2006 | Hoy
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Por Marcelo Zlotogwiazda
La cotización del dólar ha venido cayendo frente al euro y al yen, y recientemente también frente a la moneda china, cuyo gobierno cedió a las amenazas estadounidenses de imponer restricciones a las importaciones con una leve revaluación del yuan. La razón de fondo es obvia y contundente. El desequilibrio de las cuentas externas de los Estados Unidos ha alcanzado niveles estratosféricos y apunta a seguir subiendo. Según la última proyección de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OECD) que nuclea a las potencias mundiales, el déficit de cuenta corriente (balanza comercial y de servicios) de este año será equivalente a 7,2 de su Producto Bruto, es decir unos 965 mil millones de dólares, y sobrepasará el millón de millones el año que viene. De acuerdo con la opinión del influyente economista Brad Setser, “me parece que el déficit se va a mantener por sobre el billón de dólares por largo tiempo, debido al impacto del aumento esperado en la tasa de interés sobre el servicio de la deuda externa”. El dato difundido el viernes indicando que la inflación fue en abril relativamente elevada (0,5 por ciento) no hace más que alimentar las expectativas de que habrá más retoques hacia arriba en la tasa de interés que fija la Reserva Federal.
La economía de los Estados Unidos ha crecido en los últimos años a un ritmo mayor que el promedio del mundo desarrollado: 3,5 vs. 2,8 por ciento el año pasado, y se calcula que 3,1 vs. 2,9 por ciento en el 2006. El problema es que lo hizo a costa de incurrir no sólo en el monumental déficit externo ya señalado –que le significa, por ejemplo, endeudarse a razón de 2 mil millones de dólares por día para cancelar vieja deuda y financiar la nueva, según datos que difundió el Premio Nobel, Joseph Stiglitz– sino también a costa de un gigante y creciente déficit fiscal orientado a sostener la demanda interna, a cubrir el enorme y criminal despilfarro bélico, y a transferir de manera obscena decenas de miles de dólares a los ricos con todo tipo de desgravaciones impositivas. El déficit fiscal estimado para este año se estima próximo al 4 por ciento del PBI, cifra que sobresale más si se tiene en cuenta que al final de la administración Clinton las cuentas públicas eran superavitarias.
El ataque a lo que se conoce como los déficit mellizos da lugar a que corran ríos de tinta y provoca mucha polémica. Por ejemplo, The New York Times publicó una nota editorial la semana pasada afirmando que, si bien la devaluación del dólar va a mejorar la balanza comercial porque encarece las importaciones e incentiva a que otros países le compren productos abaratados, “el problema es que a menos que la baja del dólar esté acompañado de una reducción del déficit presupuestario, las consecuencias de la devaluación pueden ser más dañinas que beneficiosas, si además empuja a un todavía mayor incremento en la tasa de interés”. El argumento que subyace en la advertencia es que si el dólar se deprecia, los que les prestan dinero a los Estados Unidos para cubrir sus desbalances van a exigir un rendimiento más elevado que compense la devaluación de la moneda en la que están invirtiendo”. Con fundadas razones, el diario se muestra más que escéptico sobre la determinación de George Bush a llevar adelante un ajuste que no podría sino ir en contra de los intereses que hasta ahora ha favorecido.
Nadie pone en duda que las volatilidades en los mercados bursátiles y cambiarios de las últimas semanas se deben básicamente a movimientos especulativos que buscan posicionarse mejor frente a las supuestas medidas que se tomarán en la por ahora primera potencia mundial a raíz de sus desequilibrios.
Aunque la Argentina no quedó al margen de esas oscilaciones ni la economía está inmunizada a lo que suceda en los centros financieros internacionales, vale destacar que se encuentra razonablemente blindada y con herramientas como para amortiguar impactos. Dada la importancianeurálgica que tiene el tipo de cambio en la política económica y subjetividad del Presidente y su ministra de Economía, lo primero a señalar es la capacidad de maniobra que ofrecen los más de 24 mil millones de dólares en reservas para enfrentar salida de capitales. Por otra parte, tras la renegociación de la deuda y sin la necesidad de cubrir desfasajes presupuestarios (una virtud del superávit fiscal), las necesidades de financiamiento externo son ahora ínfimas en comparación a lo que eran, y minimizan el riesgo de un alza en la tasa de interés internacional. Y en cuanto a lo que suceda con las acciones en la Bolsa de Comercio, poco es lo que importa salvo para el puñado que allí timbea. No es algo para jactarse. Mejor sería si eso fuera más parecido a un mercado de capitales que a un casino.
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