Domingo, 19 de agosto de 2007 | Hoy
CONTADO
Por Marcelo Zlotogwiazda
La situación financiera internacional ha sufrido un cambio tan brusco y tan súbito que es muy difícil encontrar un antecedente histórico comparable. En cuestión de semanas el reventón de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos transformó un escenario de abundante liquidez en otro caracterizado por el derrumbe en las cotizaciones de activos. Y con ese mismo vértigo inesperado, en la Argentina se pasó de tener un problema por ingreso excesivo de divisas al temor por lo contrario.
La crisis es global, está en pleno desarrollo y su desenlace es muy incierto. Por lo tanto, es más lo que se puede conjeturar que afirmar acerca del impacto que tendrá sobre la Argentina.
Hay un par de consecuencias que ya se pueden descontar con un alto grado de probabilidad. El Estado tendrá mayor dificultad para conseguir financiamiento y el que obtenga será más caro que el previsto. No es un tema menor tomando en cuenta que el año que viene hay vencimientos del capital de la deuda pública por alrededor de 8000 millones de dólares. La restricción también afectará el fondeo para la inversión privada y un claro indicio es la suspensión de la emisión de títulos de deuda que decidieron, por ejemplo, Arcor y Edenor.
Además de la correa de transmisión monetaria y financiera está el eventual daño que podría ocasionar la desaceleración productiva mundial. En primer lugar, y por obvias razones, aparece Estados Unidos, que según reconoció el jueves el propio secretario del Tesoro, Henry Paulson, tendrá menor crecimiento aunque sin llegar a una recesión. Desde el Centro de Investigaciones Económicas y Políticas (CEPR en su sigla inglesa) Dean Baker estimó que la primera potencia puede llegar a perder hasta 2 puntos de crecimiento, por efecto combinado del parate en la construcción y de la caída en el consumo derivada de una tasa de interés más alta y del denominado efecto pobreza que genera la desvalorización patrimonial en inmuebles y en activos financieros.
En qué medida una merma en el nivel de actividad de Estados Unidos afecta su demanda de exportaciones argentinas (alrededor del 10 por ciento del total tiene ese destino) a esta altura es más una adivinanza que una pregunta. Menos respuesta aún tiene ese mismo interrogante referido a las ventas a Europa, Asia o Brasil, donde el saldo de la crisis es mucho más impreciso.
La evaluación sobre el daño a las exportaciones también puede abordarse observando lo que sucede en mercados de productos. Es un ejercicio que arroja señales de alarma, ya que en los últimos días la tormenta financiera tiró hacia abajo el precio de la mayoría de las materias primas y los commodities industriales, que como se sabe conforman el grueso de las ventas argentinas. Atribuyen la caída a expectativas de menor nivel de actividad.
Otra fuente de preocupación es China, y no sólo por un potencial debilitamiento en su demanda internacional sino también por un posible redireccionamiento de ventas que no pueda concretar a los Estados Unidos.
Si además se considera que desde antes de esta crisis la tendencia ya apuntaba hacia un rojo en la balanza comercial con el gigante asiático por primera vez desde el año 2000, se comprende que el martes pasado Miguel Peirano haya reiterado que se “tomarán medidas para evitar que las importaciones desde China perjudiquen a la industria local”.
En cambio las declaraciones que hizo el ministro el jueves asegurando que “no hay el más mínimo riesgo de que la crisis afecte a la Argentina” fueron de circunstancia y no las cree nadie. Ni él mismo. No hay duda de que la economía está bien pertrechada con reservas para manejar el tipo de cambio, que pese a la erosión sigue habiendo superávit fiscal, y que la cuenta corriente de la balanza de pagos arroja excedentes. Pero eso no es antídoto absoluto frente a semejante shock externo.
Llamó la atención que en medio de la tormenta y sabiendo que el particular castigo que ya estaban soportando los activos argentinos se debe en parte a la visión crítica de la mayoría de los gurúes sobre el debilitamiento del superávit fiscal, el Gobierno anunciara un aumento a los jubilados incluso superior al que se esperaba antes de que cambiara el clima. Fue una audaz apuesta a favor de mantener firme la demanda interna. Que como toda audacia conlleva riesgo.
¿Acaso el camino inverso está exento de peligros? La experiencia argentina de apostar a ganarse la confianza de los mercados demuestra que no.
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