Domingo, 7 de octubre de 2007 | Hoy
CONTADO
Por Marcelo Zlotogwiazda
El 18 de diciembre de 2001, a pocas horas de la caída del gobierno de la Alianza y cuando ya se estaban registrando los primeros saqueos en el conurbano bonaerense, una manifestación de más de mil obreros y pequeños empresarios del calzado protestaba frente a la Cancillería por la invasión de productos brasileños y reclamaba urgentes medidas proteccionistas para frenar los despidos y el cierre de plantas. La producción del sector venía cayendo ininterrumpidamente desde 1991 e iba a terminar el año con 36 millones y medio de pares fabricados, 60 por ciento menos que diez años antes. Por su parte, las importaciones alcanzaban el record histórico de casi 25 millones de pares, acaparando un descomunal 40 por ciento del mercado.
Tras seis años de recuperación, en 2007 la producción está cerca de volver al nivel de 1991, y se registra un fuerte proceso de inversión que tiene como gran protagonista a firmas brasileñas. La inauguración a la que asistió el martes pasado el presidente Kirchner de una planta del grupo Paquetá en Chivilcoy, que va a emplear en principio a 700 trabajadores en la manufactura de zapatillas Adidas y Diadora, es la última de una serie en la que ya se habían anotado Vulcabras, Camargo Correa y Dass, a través de la compra, ampliación o instalación de fábricas.
Una mirada superficial puede conducir a la engañosa conclusión de que el motivo por el cual los brasileños pasaron de ser la gran amenaza invasora a puntales de un proceso de inversión para producir en la Argentina es la recuperación del mercado interno y las ventajas derivadas de un dólar alto, tanto como paraguas protector frente a terceros como por el abaratamiento de los activos que adquirieron.
Pero el fenómeno es más complejo y rico. Si bien es indiscutible que el salto en el consumo y el tipo de cambio elevado son condiciones que estimulan la inversión, la alternativa de fabricar calzados en la Argentina jamás habría atraído tantas, ni brasileñas ni tampoco de las pymes locales, si no hubiera, además, una política específica de protección frente al propio Brasil, pero fundamentalmente frente a China.
En otras palabras, por diversas razones que determinan las productividades relativas, a la industria de calzado local no le alcanza el dólar alto para resistir ser sometida a una competencia global de librecomercio absoluto.
Tampoco fue necesario correrse al otro extremo y cerrar la frontera. De hecho, las importaciones son hoy similares a las que había cuando el sector desesperaba y manifestaba en 2001.
Lo que se siguió fue una política de “administración de comercio”, como le gusta decir al ahora ministro Miguel Peirano. El punto de partida fue transformar la situación conflictiva con Brasil en un acuerdo mutuamente conveniente para enfrentar al “enemigo” común chino, que para tener una idea de su poderío fabrica ocho de cada diez pares de zapatos que se venden en el mundo.
La lógica del cambio fue claramente expresada por Ricardo Salgueiro, el máximo ejecutivo de la filial argentina de la brasileña Paquetá: “Prácticamente ningún país puede sobrevivir con una industria del calzado propia si no cuenta con algún tipo de protección para frenar las importaciones chinas”.
El acuerdo de hecho que se fue articulando de a poco entre ambos países le significa a Brasil conservar el recuperado mercado argentino. Las limitaciones al ingreso de productos asiáticos que por distintas vías coloca la Argentina, explican que dos terceras partes de las importaciones tengan origen brasileño, dejando a China en un muy lejano segundo lugar. A lo que se agrega el beneficio de expandir su plataforma productiva, y la prioridad que oficiosamente se les reconoce para importar calzado chino que complemente su oferta local.
Para la Argentina la ventaja surge de no tener a Brasil como un competidor agresivo, sino como un inversor interesado en aprovechar también con producción doméstica la expansión de la demanda interna. Dada la situación global, que cerca de un 80 por ciento del consumo interno sea abastecido localmente es un resultado satisfactorio.
Esta exitosa experiencia sectorial debería servir también para levantar la confianza en el desdibujado Mercosur.
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