La confrontación política entre quienes defienden el proyecto oficial y aquellos que pretenden torcerle el rumbo se va agudizando día a día. Uno de los puntos en debate es la necesidad o no de una devaluación. Por ser las pymes un sector importante del aparato productivo, que explica el 40 por ciento del PBI y el 70 por ciento de la mano de obra ocupada, nos cabe la responsabilidad de fijar posición frente a una medida económica de tremenda importancia. ¿Qué implica hoy devaluar? Los alimentos y las materias primas que se exportan y consumen dentro del país, que son parte de la canasta alimentaria de la población, mantendrían su precio en dólares, pues el mismo se rige por la cotización internacional de los commodities, en tanto su precio en pesos aumentaría en un porcentaje similar al de la devaluación. Los demás precios de la economía intentarán equipararse al nuevo valor del dólar, y su logro dependerá en gran medida del poder de remarcación que tengan sus productores, es decir, aquellos que han logrado ascender a la cresta de la pirámide de la concentración económica podrán lograrlo con mayor facilidad, en tanto las medianas, pequeñas y microempresas tendrán más dificultades.

El argumento más utilizado por los pregoneros de la devaluación es el de la pérdida de competitividad para exportar, con lo cual se quiere significar que la variable que debe quedar estancada es la del salario. Se busca frenar la economía, achicar el mercado interno, trasladar fuertemente ingresos desde abajo hacia arriba, como ocurrió en las distintas devaluaciones de nuestra historia. El golpe de Estado que derrocó a Perón en 1955 aumentó la paridad cambiaria el 80 por ciento; con Frondizi en 1958, el 347 por ciento; con el Plan Pinedo en 1962, el 29, y con el Rodrigazo en 1975, el 719. Luego se impuso la salida de la tablita de Martínez de Hoz, con el 226 por ciento; la hiperinflación de 1989 derivó en un ajuste cambiario de 2038 por ciento, y por último Duhalde, 214. Cada vez que se aplicó una devaluación se desató un brutal proceso inflacionario, tema que los economistas que fogonean la devaluación y al mismo tiempo critican los actuales niveles de inflación simulan ignorar. Los motivos que condujeron a las distintas devaluaciones fueron cambiando, sin embargo todas desencadenaron una disminución en el poder adquisitivo de los sectores populares, achicamiento del mercado interno con la consiguiente disminución en el nivel de actividad de las micro, pequeñas y medianas empresas. Las crisis fueron consecuencia de la aplicación de las políticas de ajuste. Esas políticas, desde que se terminaron las auditorías del FMI, son sugeridas por los mismos economistas que las aplicaron en su momento. Las mismas que hoy se instrumentan en Europa, que en el caso de España produjeron índices de desocupación que superan el 27 por ciento, con el consiguiente impacto negativo sobre el sector pymes, que cerró más de cien mil empresas.

Una devaluación beneficia a los exportadores, a los productores sojeros, a los que han acumulado fuertes reservas en dólares ganados en la actividad productiva y trasladados a la especulación financiera y a los economistas a sueldo de esos intereses. En cambio, perjudica a quienes estamos dedicados a la actividad productiva, a los que nos va bien: cuando a la mayoría de la sociedad le va bien, cuando se sustituyen importaciones, cuando se van abriendo los canales para acceder al crédito, cuando el mercado interno se potencia, cuando recibimos mejores pedidos de los clientes y los pagos se agilizan.

No nos dejemos confundir por los titulares de algunos monopolios de la información que nos hablan de cuánto sube el dólar blue, mercado ilegal manejado por un puñado de especuladores de la economía y de la política, que actúa como bomba de humo para que no podamos ver cuál es nuestra verdadera identidad

* Directivo de Caibyn y dirigente de Apyme