Domingo, 31 de julio de 2011 | Hoy
OPINIóN
Por Juan Manuel Telechea
La alta intención de voto que despliega Cristina Fernández de Kirchner en las encuestas de las principales consultoras invita a reflexionar sobre un futuro escenario a partir de octubre con un nuevo gobierno de la Presidenta. Esto plantea diversos interrogantes, aunque sin embargo el más importante parecer ser si el modelo económico kirchnerista es viable o no, dado que presenta ciertos indicios de agotamiento.
Para un mejor análisis, resulta adecuado dividir la gestión del gobierno en dos subperíodos: 2003-2007 y 2007-2011.
De esta forma, en un principio el modelo se caracterizó por un tipo de cambio alto y salarios bajos, heredados de la devaluación de 2002, que permitieron tener una elevada competitividad especialmente en los sectores transables. A partir de esto, y con una coyuntura externa favorable, el país creció fuertemente logrando un superávit fiscal y de cuenta corriente –con la consecuente acumulación de reservas–, una baja inflación y una importante reducción de la deuda externa, que logró finalmente desvincular a la Argentina de la influencia del FMI. Este auge en la economía permitió implementar una política de generación de empleo y mejora de las condiciones salariales que a su vez impactaron positivamente en la reactivación y crecimiento de la economía.
A partir de 2007 el panorama comenzó a cambiar: con salarios más altos, motivados principalmente por el auge económico y una distribución progresiva del ingreso, una inflación mayor y un tipo de cambio real apreciándose, el PBI continuó creciendo pero la competitividad de los sectores se fue erosionando, fundamentalmente la del sector transable. Esto, sumado a la alta elasticidad-ingreso de las importaciones, generó en los últimos tiempos una continua reducción del superávit en la balanza comercial: según los datos del Indec, en 2010 cayó un 27 por ciento con respecto a 2009 y el acumulado de enero-abril de 2011 presenta a su vez una caída del 24 por ciento con respecto al mismo período del año anterior.
Si bien la inflación actual representa un problema para el Gobierno, que además repercute en la apreciación del tipo de cambio real, no parece ser un factor desestabilizante de la economía, ya que se encuentra contenida. Sin embargo, la constante reducción del superávit que ha venido exhibiendo la balanza comercial en el último año y medio ciertamente se presenta como un llamado de atención para el oficialismo. Esto se debe a que, si se recapitula un poco en la historia argentina de los últimos 50 años, se puede observar que todas las crisis económicas tuvieron su origen en la escasez de divisas.
Ahora bien, ¿esto significa que indefectiblemente el modelo no es viable? En absoluto; el país cuenta con una suficiente cantidad de reservas como para financiar un déficit de cuenta corriente por lo menos por los próximos cinco años. No obstante, dado el peso que tienen las expectativas en la economía argentina, incurrir en un déficit de balanza comercial podría ser un duro golpe para la credibilidad del Gobierno, por lo que el mantenimiento del superávit en este rubro se presenta como uno de los principales desafíos a partir de octubre.
Esto es así, ya que este problema presenta características estructurales, por lo que la forma de combatirlo debería ser empleando un programa coordinado y planificado que ataque la raíz del problema, y no a través de medidas cortoplacistas y aisladas como hasta ahora viene sucediendo.
De todas formas, hay que aclarar que estamos en año de elección y, como se dijo al inicio, dada la alta intención de voto que viene teniendo el oficialismo, la estrategia del Gobierno parece ser tratar de modificar las cosas lo menos posible, es decir, poner la economía en “piloto automático”.
A partir de octubre esta estrategia seguramente se modifique, ya que, de no hacerlo, el agotamiento del modelo podría cristalizarse en el mediano plazo
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