Domingo, 28 de septiembre de 2014 | Hoy
OPINIóN › PRESIONES EN EL MERCADO CAMBIARIO
Por Esteban Guida *
En estos días la Argentina se enfrenta nuevamente al desafío de quebrar un círculo vicioso recurrente, que atenta contra las perspectivas de crecimiento y estabilidad macroeconómica: presiones para un ajuste cambiario, devaluación, aumento de costos, pérdida de competitividad y nuevas presiones sobre el dólar.
En términos generales, y como se pudo apreciar durante los pasados meses de diciembre y enero, los sectores con poder económico vinculados tradicionalmente con el dólar ejercen presión para ajustar el tipo de cambio nominal y utilizan los medios masivos de comunicación para generar movimientos especulativos, afectando el mercado ilegal de divisas e influyendo en la conciencia de una parte del pueblo que, más allá de los razonamientos, siguen venerando al dólar como único refugio para conservar el valor de su riqueza individual.
Este círculo vicioso también tiene como componente el aumento de los precios, sobre todo de aquellos productos en los cuales hay mayor proporción de insumos importados. Posteriormente, y gracias a las presiones gremiales, vienen los incrementos salariales que se producen para sostener el ingreso real de los trabajadores, generando a su vez un aumento en los costos de la actividad de los empresarios, que encuentran allí un argumento universal para explicar el atraso cambiario que fundamenta el pedido de una nueva devaluación.
Un sector de la opinión política y económica pone el foco en la incapacidad o equivocación del Gobierno, que con sus políticas monetarias y fiscales altera el normal desempeño de los mercados, provocando todo tipo de desajustes que afectan los intereses y las libertades individuales. Nadie podría negar que la intervención del Estado en la economía provoca efectos que modifican el funcionamiento de los mercados, pero lamentablemente el énfasis que se pone en la crítica monotemática al Gobierno elude deliberadamente la cuestión de fondo, que es el estado inicial en el reparto de la riqueza, el grado de concentración de la economía al que se llegó y la participación política de los sectores que se enfrentan con la demanda de un pueblo que pretende mayor igualdad en la distribución del ingreso y más oportunidades para una mejor calidad de vida.
A pesar de que quienes utilizan la crítica como forma de vida parecen no desistir de sus argumentos en contra del Gobierno (y de todo lo que sea popular), está claro que el problema del círculo vicioso va más allá de una gestión gubernamental y abarca al conjunto de los argentinos, su organización política y por ende la estructura económica y productiva nacional.
A ocho meses del ajuste cambiario que llevó el dólar a 8 pesos, el proceso “vicioso” parece estar activándose nuevamente: ya se escuchan pedidos de una nueva devaluación por atraso cambiario, algunos medios de comunicación vuelven a colocar en tapa la pizarra virtual del dólar paralelo y, siempre que sea mayor al 30 por ciento, vale cualquier índice inflacionario, aunque sea “fatto in casa”. De esta forma, sumado al litigio inédito y de alcance internacional que la Argentina tiene con la Justicia norteamericana, en la calle se está sembrando nuevamente la incertidumbre de lo que vendrá, y muchos expertos del desastre ya descuentan otra debacle más, de la cual todos deberían refugiarse corriendo al dólar.
La alternativa nace de una conciencia popular que identifique y opere organizadamente sobre esta lógica individualista, cambiando, desde las bases, la cincha para el reparto, por la colaboración para el crecimiento armónico, ya que un gobierno, cualquiera sea su ideología política, difícilmente pueda lograrlo sin el concurso organizado del pueblo, lo que implica el ponderar el conjunto por encima de las partes.
Más allá de las tribunas mediáticas, es buen momento para que se avance hacia un debate abierto acerca de qué país queremos, qué economía necesitamos y qué pasos debemos dar para lograrlo. Sería oportuno que se reprodujera en todo ámbito popular, para que las cuestiones económicas dejen de ser un tema reservado a los “especialistas” y pasen a ser agenda doméstica cotidiana. El Estado, en sus tres niveles, debería propiciar este debate, despojado de toda ideología, aportando información útil y articulando la colaboración de todos los sectores relevantes de la economía, en instancias de participación real, permanentes y con una amplia divulgación. La idea es quebrar ese círculo vicioso.
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