ESCENARIO › CRISIS DE EMPLEO
› Por Diego Rubinzal
El Centro de Economía Política Argentina (CEPA) contabiliza, en los primeros cinco meses de gobierno, algo más de 150 mil trabajadores despedidos. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el informe de Indicadores Laborales del Instituto Estadístico oficial porteño reveló la pérdida de 30 mil puestos de trabajo en el primer trimestre del año. Así, la tasa de desocupación porteña creció del 6,8 al 8,6 por ciento. Los despidos, sumado a la falta de creación de empleo, son la punta del iceberg del deterioro laboral. El inquietante panorama también incluye miles de empleados suspendidos, supresión de horas extras y adelanto de vacaciones.
La reacción oficial ante este desafío podría resumirse en dos pasos:
1. Desconocer el problema.
2. Vetar la Ley de Emergencia Ocupacional.
El ministro de la Producción, Francisco Cabrera, negó que “haya una crisis de empleo” sino una “baja demanda laboral”. El florecimiento de la veta humorística de algunos funcionarios, y el revoleo de números, resulta favorecida por el “apagón estadístico” del Indec. La publicación de la mayoría de los indicadores laborales tradicionales ha sido discontinuada. Esa decisión dificulta la elaboración de un diagnóstico preciso acerca del grado de desmejoramiento del mercado laboral.
La “película” que se avizora es más preocupante que la “foto” actual. La apuesta gubernamental al motor externo (vía mejora cambiaria y eliminación de retenciones) no es efectiva porque las exportaciones dependen sobre todo del comportamiento de la demanda mundial.
El débil crecimiento económico global y la fuerte caída del PIB brasileño no auguran buenas noticias para la Argentina. En ese contexto, las políticas de ajuste que deprimen el mercado interno tienen el fracaso asegurado. Por otro lado, la supuesta mejora del frente externo tampoco generará por sí sola los 100.000 puestos de trabajo anuales necesarios para absorber el crecimiento poblacional vegetativo.
El economista Alejandro Barrios sostiene que “el comportamiento del 1º trimestre de 2016 no parece muy alentador: aumentaron 39 por ciento las exportaciones de Productos Primarios y cayeron 22 por ciento las Manufacturas de Origen Industrial. Por lo tanto, si los sectores más dinámicos del nuevo patrón de acumulación serán los vinculados a las exportaciones, y dentro de ellas, las primarias agropecuarias y las manufacturas de origen agropecuario, difícilmente se pueda alcanzar el objetivo de generar los puestos de trabajos necesarios para toda la población en edad de trabajar. Si el mecanismo de integración no está disponible en cantidades suficientes, lo que volverá a aparecer en nuestro país es la situación de población excedente: la exclusión”.
El empleo rural directo no supera el 8 por ciento del total. A su vez, el economista Javier Rodríguez estimó en Los complejos agrolimentarios y el empleo: una controversia teórica y empírica (Revista Realidad Económica Nº218 que en 2006 que “el sistema agroalimentario ampliado, que incluye toda la producción agraria y pesquera, las etapas de industrialización y terciarias (comercio mayorista y minorista, transporte de todo tipo) abarca el 18,1 por ciento de los puestos de trabajo de toda la economía”.
Aldo Ferrer advertía que “si no contamos simultáneamente con una gran base industrial no vamos a poder dar trabajo y bienestar a una población de 40 millones de habitantes…si no contamos con una estructura integrada, no vamos a poder tener pleno empleo y, por lo tanto, nos va a sobrar al menos la mitad de la población.” En otras palabras, la Argentina no se salva con “una buena cosecha”.
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