MITOS ECONóMICOS › DESVARíO DE LA ORTODOXIA ARGENTINA
› Por Andrés Asiain
Una nota de opinión publicada por el diario La Nación se titula “Una crisis peor que la de 2001”. Su autor afirma que estamos transitando la peor crisis de la historia, ya que el kirchnerismo en su “punto máximo del populismo más desenfrenado” ha generado “otro tipo de crisis que es más profundas porque afecta los cimientos económicos de un país, como puede ser la destrucción de ciertos valores”. Los valores destruidos en los últimos años son los forjados en tiempos donde el “Estado les deba tierras, herramientas y semillas” a “nuestros abuelos” que “construyeron la Argentina y educaron a sus hijos sobre la base del trabajo”. En cambio, en la actualidad “una parte de la población” piensa “que tiene derecho a vivir eternamente a costa del fruto del trabajo ajeno” y “esperar el subsidio del Estado”. Por su parte, si “la corrupción es la norma para ganar dinero” difícilmente “pueda existir el empresario emprendedor” que persigue “ganarse el favor del consumidor y no el favor del funcionario de turno para que otorgue algún privilegio, subsidio o protección para frenar la competencia”.
Comenzando por el último punto, la corrupción y el capitalismo van de la mano en todo el mundo como ejemplifica el fraude con derivados financieros que saltó a la luz con la crisis de las hipotecas, el escandaloso lobby buitre en la justicia de Nueva York o la arquitectura para evadir impuestos y fugar capitales que armó el HSBC tal como denunció la AFIP. Sin embargo, el autor de ese artículo sólo lo escandaliza la corrupción que deriva en un subsidio, protección y licitación de obra pública que si bien puede ser repudiable, muchas veces actúa como una defensa de la empresa nacional, ya que la competencia libre en el mercado y las licitaciones tiende a favorecer el predominio de las grandes corporaciones trasnacionales.
Cuando afirma que el “Estado les deba tierras, herramientas y semillas” a “nuestros abuelos”, se aleja de la historia económica para adentrarse en la ciencia ficción. En nuestro país, los inmigrantes no recibieron tierras ni herramientas, sino que se hacinaron en conventillos y los que migraron al campo debieron habitar taperas en tierras arrendadas a dos años, donde no se les permitía tener animales ni producción de granja, debiendo abandonarlas al finalizar el contrato para que el gran propietario pudiera hacer pastar la hacienda en la tierra mejorada por el trabajo del inmigrante. Tiempo más tarde, con la llegada al gobierno de Perón, el congelamiento retroactivo de los arriendos y los créditos subsidiados, los hijos de esos “gringos” pudieron hacerse propietarias de la tierra y las primeras maquinarias.
Fue por aquellos años, cuando se eliminó el desempleo y el conchabo ocasional al calor de la industrialización, que se forjó la cultura del trabajo de la mano de la sindicalización y el acceso a los derechos sociales. Una época difícil de reproducir en tiempos de un capitalismo que combina las más modernas técnicas en escalas productivas globales con las peores condiciones de explotación laboral. Es por ello que acompañando la inclusión por medio del mercado laboral, en los últimos años se ensayaron una serie de políticas sociales (ampliación jubilatoria, asignaciones y diversos programas) que tendieron a dar un ingreso a quienes de otra manera quedaban excluidos. Una política que puede adquirir un matiz más productivo, como proponen quienes impulsan la “economía popular”, pero que requerirá siempre de la intervención del Estado Nacional
@AndresAsiain
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