EL BANCO MAYO
Los defensores del negocio de los fideicomisos suelen destacar que la mayor ventaja comparativa de este instrumento es su seguridad. Les gusta comentar que se salvaron de la gran tormenta de 2001-2002 y que ninguno de ellos cayó en default. Sin embargo, el caso emblemático que les hizo ganar esa fama no es de esa época. Ocurrió algunos años antes, en octubre de 1998: la caída del Banco Mayo.
Esa entidad financiera dejó un tendal de ahorristas perjudicados por los manejos turbios de su directorio, encabezado por Rubén Beraja. Entre los pocos que escaparon del terremoto estuvieron los inversores en el fideicomiso que había armado el Mayo para su tarjeta de crédito Provencred, que funcionaba en la provincia de Córdoba.
Los préstamos otorgados con el plástico se financiaban a través de un fideicomiso que, justamente, tenía como activo subyacente a los cupones emitidos. Cuando el Mayo cayó en desgracia, el agente fiduciario –el banco HSBC– se hizo cargo de los pasivos frente a los inversores. Para hacerlo, el HSBC removió a Provencred como agente de cobro y desvió el dinero que pagaban los usuarios del plástico con sus cuotas hacia otro banco. De esa manera se cumplió con el compromiso y los inversores, a diferencia de los que habían colocado fondos en la Obligación Negociable del Mayo o supuestamente habían enviado dinero al exterior, no tuvieron ningún disgusto.
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