“Plantear la reforma en este momento es absolutamente innecesario. No es el momento de hacerlo. Significaría enviar un mal mensaje a los mercados. Hoy existe una muy buena coordinación entre el Ministerio de Economía y el Banco Central. Aunque el objetivo escrito sea solo el de preservar el valor de la moneda, la coordinación que existe con el Ejecutivo matiza esta restricción. Ello se percibe claramente en que no tenemos un dólar a 2,50. Se puede estar de acuerdo en que la reforma propuesta –que creo fue frenada por el Presidente– no afecta la autonomía del Banco y pone por escrito lo que sucede en los hechos, pero es peligroso toquetear la Carta Orgánica en este momento, no sólo por lo innecesario, sino porque no debe olvidarse que el Banco Central trabaja sobre expectativas. Los mercados, en este aspecto, no actúan en forma racional. No todos están bien informados, no todos necesariamente creerán que se trata de poner por escrito lo que sucede en los hechos. En el actual contexto, muchos sólo leerán que el Ejecutivo toquetea la autonomía del Central y que en adelante podrían financiarse subsidios, o decidirse redescuentos, o comenzar con una mayor emisión, o lo que es realmente más importante, que se relaja el cuidado de la inflación. Que los actores crean esto puede significar que los bonos caigan y, por supuesto, más inflación.”
“La reforma tiene dos partes. La primera es volver al doble mandato en la función del Banco Central, a la estabilidad de la moneda sumar la compatibilidad con las políticas de desarrollo. Esto es similar a la tarea de, por ejemplo, la Reserva Federal. La segunda es la coordinación técnica con el Ministerio de Economía para evitar la inconsistencia de políticas. Esto no tiene nada que ver con las reservas ni con la autonomía. Son sólo aspectos puramente operativos, que ya suceden en el accionar cotidiano del Central, incluso antes de 2002. Llama la atención que provoquen tanto revuelo. Se trata de devolverle formalmente al Banco su función histórica, la que tuvo entre 1935 y 1992 y de terminar con la herencia del régimen de convertibilidad. El debate no es solo simbólico. Una política macroeconómica orientada solamente a contener la inflación, en combinación con un régimen de cambio flotante y apertura plena de la cuenta capital, podría alimentar una tendencia a la apreciación cambiaria, lo que sería incompatible con el crecimiento y la baja del desempleo. Por eso la política cambiaria debe estar en pie de igualdad con las políticas fiscal y monetaria. El mandato del Banco Central debe ser no sólo mantener los equilibrios macroeconómicos, sino también asegurar los objetivos del desarrollo económico y social.”
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