Domingo, 18 de diciembre de 2011 | Hoy
ENTREVISTA A ALDO FERRER
Por Paula Español * y German Herrera **
A diez años de su final, ¿cómo evalúa el significado histórico de la convertibilidad?
–La crisis de 2001 es el epílogo de un período que se inicia con el golpe del ’76, en el cual predomina un Estado neoliberal, es decir, un Estado subordinado a los intereses privados y, sobre todo, a la especulación financiera. Bajo la convertibilidad se reinicia otro ciclo de endeudamiento, ampliado además por otras políticas del Consenso de Washington como las privatizaciones y la marginación del Estado, que fue llevando a un deterioro de la actividad productiva, las condiciones sociales, el empleo, el ingreso, y a un nivel de deuda finalmente impagable.
–La apuesta por un tipo de cambio sobrevaluado, apertura y endeudamiento externo tuvo múltiples consecuencias. ¿Cuál fue la peor? ¿La masiva destrucción del tejido productivo?
–Absolutamente. La convertibilidad, y todo aquel período de 25 años al que me refería, se caracterizó por la destrucción de los procesos de acumulación y desarrollo logrado por el país, incluyendo el enriquecimiento de su sistema técnico-industrial. Si bien éste estaba lejos de constituir un sistema maduro a mediados de los ‘70, tenía signos de un avance muy considerable, como su creciente competitividad internacional, la integración de sus perfiles sectoriales y los considerables gastos en I+D. Todo eso pasa a ser demolido sistemáticamente, en particular en los sectores de frontera tecnológica. Por caso, en informática y comunicaciones estábamos por entonces al nivel de Corea. Al aparato productivo se lo subordinó a la especulación financiera y se lo retrotrajo a una fase de reprimarización buscando sostener un sistema inviable.
–¿Cómo analiza la recuperación desde esa caída?
–Lo que caracteriza el cambio es que ha reaparecido el Estado nacional. Aquel Estado neoliberal previo fue sustituido por un Estado nacional capaz de retomar el comando de los instrumentos de política económica, recuperar los ordenamientos macroeconómicos de base y parar al país sobre sus propios recursos. Un aspecto fundamental fue la reestructuración de la deuda, sin atender recomendaciones del Fondo ni preferencias de los mercados, que permitió ubicarla dentro de límites manejables con recursos propios. Esto implicó una explosión de soberanía. Un país que estaba de rodillas y subordinado a los dictados del Fondo y de los mercados, de pronto se pone de pie, se instala en el escenario internacional de otra manera, recupera la viabilidad de sus relaciones externas y protagoniza el fenomenal proceso de recuperación que ha tenido lugar en estos últimos años.
–Europa atraviesa una profunda crisis económica que, a los ojos argentinos, ofrece asociaciones inevitables con la etapa final de la convertibilidad.
–Es que la experiencia argentina fue precursora de la crisis mundial. El modelo de la “financiarización”, como se lo denomina, estalló en 2001 en un país periférico con una profundidad insólita. Hoy en los países centrales de Europa predomina el Estado neoliberal y las políticas públicas se subordinan a los intereses de la financiarización, ese verdadero monstruo creado por la desregulación de la especulación financiera.
–¿Qué lecciones para Europa se desprenden del caso argentino?
–En las situaciones extremas de endeudamiento, donde la capacidad de pago está excedida por completo, la única salida es una reestructuración que ubique la deuda en márgenes manejables y reparta costos entre los distintos responsables. Exactamente eso hicimos nosotros tras la crisis, a disgusto –por cierto– del FMI y los mercados financieros, que siguen viendo con antipatía la forma heterodoxa en que la Argentina resolvió el problema. Europa requiere un espíritu comunitario y de solidaridad de intereses que estimule el desarrollo de su propia periferia. Pero ese espíritu hoy no se advierte y los países con exceso de deuda están en el peor de los mundos posibles: soportan el costo de la financiarización sin los instrumentos para resolver los problemas. Es un escenario de perspectivas francamente negativas
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