Sábado, 11 de octubre de 2014 | Hoy
Por Mariano Arana *
Cuando Keynes publicó en 1936 su Teoría General, las primeras reacciones vinieron del corazón de la academia dominante. Ese mismo año Jacob Viner, un economista de Chicago, dirigió una réplica hacia esas ideas desordenadas pero poderosas que venían a anunciar el fracaso del libre mercado y la eutanasia del rentista. Mediante una aproximación teórica, Viner aseguraba que los mercados estaban diseñados para distribuir los recursos de forma eficiente. Su texto parecía querer eliminar el daño que Keynes había hecho a la ortodoxia clásica. Sin embargo el desorden mundial provocado por la Primera Guerra Mundial, la revolución bolchevique, la Gran Depresión y el abandono del patrón oro, en un contexto de cambios de las formas de producción y hostilidad comercial entre Estados, fue mucho más fuerte que el discurso liberal-conservador. Los hechos señalaban como hipócritas a estos defensores del statu quo. De modo que el mundo occidental prefirió soportar estos cambios que correr el riesgo de someterse al comunismo.
Hacia 1930 fue el mismo Keynes en el artículo “Las posibilidades económicas de nuestros nietos” que había advertido que “por lo menos durante otros 100 años debemos fingir nosotros y todos los demás que lo justo es malo y lo malo es justo; porque lo malo es útil y lo justo no lo es. La avaricia, la usura y la cautela deben ser nuestros dioses todavía durante un poco más de tiempo, pues sólo ellos pueden sacarnos del túnel de la necesidad económica y llevarnos a la luz del día”.
En los comienzos de la última crisis económica mundial muchos pensaron que tal vez esa profecía se cumpliría hacia 2030, que tal vez estábamos en un punto de inflexión de aquella revancha de clase de mediados de los años setenta, que tal vez esa prepotencia del capital se deterioraría y el rentista preferiría retirarse a que lo retiren. Nada de esto parece estar sucediendo. Por el contrario, los acontecimientos recientes en materia de deuda externa pública de Argentina muestran una prepotencia potenciada, tanto que hasta una parte importante de los conservadores en nuestro país apoya el reclamo soberano. El incremento de las deudas públicas de los países centrales y las periferias europeas para salvar al sistema financiero junto a las voces de austeridad en el resto de los gastos, hace parecer a la última crisis como un simple espasmo.
Casi a modo de farsa, Gregory Mankiw, un economista del top 10 en ventas de manuales de economía en la academia mundial y ex presidente del consejo de asesores de George W. Bush, se proponía hacer una defensa del capital concentrado en Wall Street mediante la publicación de un artículo titulado –nada más ni menos– “Defendiendo al 1%”. La crítica que agitó Mankiw se dirigía a las propuestas redistributivas de Joseph Stiglitz hacia el uno por ciento de los sujetos más ricos en Estados Unidos. El contenido teórico y estadístico del artículo no tuvo mucho que hacer comparado al de Viner, pero el mensaje fue mucho más claro y el contexto le permitió argumentar su defensa sin ponerse colorado: hay que rescatar al uno por ciento de los que más concentran ingresos en Estados Unidos porque es la forma eficiente y justa que este sistema tiene para desarrollarse.
Desde 1936 el mundo no ha tenido nada similar a lo sucedido entre las dos guerras mundiales. Por el contrario, los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, la caída del Muro de Berlín, la disolución de la URSS y el ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio muestran que una parte importante de la academia no está dispuesta a aceptar blasfemias y, como mucho, se permite escuchar de vez en cuando a algún hereje (como es el caso reciente de Thomas Piketty).
A poco de los 100 años de la premonición de Keynes, los rentistas aparecen recargados y no hay señales de que quieran abandonar este mundo.
* Licenciado en Economía (UBA). Docente de Historia del Pensamiento Económico (UBA) y Economía Keynesiana (UNGS).
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