Por Fernando Krakowiak
¿La crisis argentina llevó al Banco Mundial a reformular sus prioridades al momento de otorgar financiamiento?
–Cada crisis tiene sus particularidades. A fines de los ‘80, en Argentina la pobreza estaba cerca del 20 por ciento y la desocupación llegaba al 7 por ciento, mientras que durante la crisis actual la pobreza llegó al 58 por ciento y la desocupación al 20 por ciento. Nuestro desafío es tratar de ayudar al país en sus esfuerzos de recuperación, pero también en la cuestión social. El elemento social tiene que tener una gran importancia para que la mayoría de la población no se quede atrás cuando haya una recuperación.
¿Qué responsabilidad considera que tuvo el organismo en la crisis que atravesó el país?
–Creo que hay que relativizar el peso del Banco Mundial. En los años ‘90 las transferencias netas privadas hacia Argentina fueron del 4 por ciento del PBI y las transferencias del Banco Mundial del 0,1 por ciento del PBI. Los flujos de recursos fueron modestos en comparación a lo que ocurrió en el sector privado. Hay que destacar que nuestro apoyo creció cuando la situación fue empeorando.
El apoyo que ustedes brindaron se orientó a financiar reformas de política económica muy cuestionadas.
– La mayoría de nuestros préstamos siguen estando orientados a inversión. Sólo el 30 por ciento de la cartera del Banco Mundial se destina a financiar los famosos programas de ajuste. Comenzamos con esos programas porque resultaba difícil financiar inversiones cuando las condiciones macro no garantizaban el éxito del proyecto.
Usted afirma que sólo se destina el 30 por ciento a programas de ajuste, ¿pero esos programas no condicionan la llegada de los otros créditos?
–Existe la impresión de que si no hay un acuerdo con el FMI nosotros no podemos desembolsar un peso, pero eso no es verdad. Eso sucede con los programas que requieren un marco macroeconómico satisfactorio, pero también tenemos proyectos en los que el desembolso no depende del acuerdo con el Fondo