› Por Martín Abeles*
La partida de Héctor Valle el lunes pasado nos deja un enorme vacío. Héctor fue un intelectual auténtico, que en su quehacer cotidiano conseguía, con total naturalidad, lo que muy pocos economistas: combinar el análisis económico con la interpretación de los procesos sociales y políticos sobre los que se asienta y retroalimenta la dinámica de los acontecimientos.
Héctor no seguía las formas tradicionales, o hegemónicas, dentro del mundo de los economistas. En la mejor tradición del pensamiento social latinoamericano, su interpretación de los hechos económicos incluía el análisis crítico de las condiciones culturales en las que, en cada momento y lugar, se inscribía la opinión económica predominante, incluyendo la trama de intereses subyacentes. Su erudición histórica, su devoción por la literatura, su apego a la música nacional, su compromiso político, su cariño por el Sur (“nacido en Barracas, criado y añejado en Adrogué”, así se definía él); todos estos elementos atravesaban y realzaban sus escritos y conversaciones, que siempre pintaban un cuadro de época.
Héctor era además un tipo generoso y profundamente comprometido con su tiempo, con las causas justas, con independencia de su gravitación real. En ese sentido viene a cuento una anécdota que pocos deben conocer o recordar. Transcurrían los años noventa. Un grupo de estudiantes de economía se había organizado en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA para cuestionar el sustrato conceptual e ideológico que estructuraba los planes de estudio de su carrera, de fuerte sesgo tecnocrático. A una de las reuniones de ese agrupamiento uno de los compañeros trajo un mensaje: Héctor Valle, de FIDE, enterado de nuestro movimiento, lo celebraba, y decía que “podíamos contar con él para lo que quisiéramos”. Héctor contribuía, con ese bondadoso cumplido a un movimiento prácticamente invisible, a reafirmar ciertas convicciones frente a la sospecha, siempre operante, de que todo ese afán de resistencia no era más que un capricho de juventud.
Héctor fue por sobre todas las cosas un tipo honesto. No conoció la genuflexión. Su franqueza, su compromiso con la expresión de la verdad de su pensamiento, no lo llevaron a las ensoñaciones aristocráticas de ciertos economistas, que ponen su saber por encima de las construcciones colectivas. Ni le impidieron apoyar los procesos políticos que consideró progresistas y transformadores, con una mirada propia, crítica, de cada una de las opciones escogidas. Como alguien alguna vez dijo del extraordinario cineasta Robert Altman, Héctor creaba sus propias reglas de juego.
América latina atraviesa desde hace ya varios años una etapa de reflujo. Con la desaceleración del crecimiento, incluyendo situaciones de estancamiento o recesión en varios países de América del Sur, la reaparición de la restricción externa, la interrupción de la tendencia a la caída en la incidencia de la pobreza, se ponen de manifiesto algunas de las limitaciones de los procesos de transformación progresista experimentados en la región en los últimos tiempos. El debate abierto, sin genuflexiones ni oportunismos de ningún tipo, que ponga de relieve las debilidades de algunas de las opciones seguidas, y que al mismo tiempo contribuya a reforzar sus objetivos fundamentales, se torna imprescindible.
No va a ser lo mismo sin el aporte de Héctor.
* Director de la Oficina de la Cepal en Buenos Aires y director de la Maestría en Desarrollo Económico del Idaes-Unsam.
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