TEATRO › ENTREVISTA A GABRIELA IZCOVICH
La directora explica el sentido de ¿Dónde está el norte?, una puesta que surgió del esfuerzo creativo de todo el elenco, replanteando las convenciones de la práctica teatral.
› Por Cecilia Hopkins
En ¿Dónde está el norte? un grupo de actores aún sin director se reúne con el objeto de armar un espectáculo. Cada uno propone escenas y textos, cada cual abre juicio sobre los materiales que acercan sus compañeros. Solapadamente o no, las relaciones que mantienen los seis integrantes del elenco van imbricándose en las tramas que tejen los ensayos. Obra generada en un taller de entrenamiento actoral conducido por la actriz y directora Gabriela Izcovich, ¿Dónde está...? fue estrenada en el Centro Cultural Ricardo Rojas, en carácter de work in progress. Ahora, con el mismo elenco, integrado por Tamara Alfaro, Egle Castillo, Laura Eiranova, Esteban Magnelli, Paula Ortiz y María Luz Rezk, la obra puede verse en La Carbonera (Balcarce 998). El tema del espectáculo que surge del esfuerzo creativo del conjunto plantea algunas cuestiones relacionadas con la práctica teatral. Llama la atención el hecho de que ningún integrante del grupo propone trabajar un texto dramático y sí poemas o cuentos y novelas. ¿A los que están formándose como actores no interesan los textos teatrales? ¿O los alumnos de Izcovich tomaron como modelo la manera de generar espectáculos de la propia docente, más entusiasta de la novelística que de la dramaturgia? Izcovich –conocida por sus adaptaciones teatrales de Nocturno Hindú, de Antonio Tabucchi; Terapia, de David Lodge: Intimidad, de Hanif Kureishi, y La venda, de Siri Hustdvedt– contesta en una entrevista con Página/12: “Este grupo de alumnos míos llevan consigo las virtudes y defectos de mis influencias, casi como una madre y sus hijos, que luego tomarán su propios rumbos”.
–¿Por qué la narrativa ha gravitado tanto en su obra?
–En mi caso, la narrativa tiene una enorme influencia en mi dramaturgia. Primero porque soy muy lectora y curiosa de los escritores, sobre todo contemporáneos. Además, hay más cuentos y novelas escritas que obras de teatro. Las novelas tienen una cantidad de descripciones, atmósferas, reflexiones del autor o de los personajes, que muchas veces las obras de teatro no se pueden permitir.
–¿Qué es lo específico de uno y otro género?
–El teatro necesariamente tiene que concentrar, comprimir. Si uno quiere plasmar teatralmente una situación que le sucedió en la vida, seguramente va a tener que tomar aquello más puntual, más potente, va a tener que seleccionar aquel instante y no aquel otro. El exceso de descripción deberá ser eliminado, si no el espectador se plancha en la platea. En cambio, la novela puede permitirse ciertos regodeos, de última el lector cerrará el libro para retomarlo al día siguiente. El espectador, en cambio, no vuelve más.
–A pesar de ser compleja la labor del dramaturgo, muchas veces no es valorada...
–He escuchado más de una vez a escritores de narrativa decir que escribir teatro es sencillo y que se hace muy rápido. En esos términos una obra no sale bien y el resultado se ve luego en el escenario. La dramaturgia no es para nada sencilla, sino que, por el contrario, es muy difícil y merece mucho respeto. De hecho hay escritores geniales que al momento de escribir teatro no saben hacerlo. Yo disfruto mucho cuando veo en nuestro país a algunos de nuestros dramaturgos, que son tan buenos, o alumnos en formación que escriben cosas geniales.
–En su experiencia, los autores que eligió para trabajar se avinieron a que realizara una versión teatral de sus obras. Pero en ¿Dónde está el norte?, la autora se niega. ¿Cree que hay muchos narradores que se resisten a ser trasladados al ámbito de lo teatral?
–En mi experiencia tuve la suerte de que los escritores tuvieran no sólo interés en que adapte teatralmente sus textos, sino que además han acompañado muy de cerca el proceso y han visto los espectáculos. Como en el caso de David Lodge, Hanif Kureishi, Antonio Tabucchi, Harold Pinter, Siri Husdvedt. Sólo tuve una mala experiencia con Guillermo Martínez, que no demostró el menor interés en que lo hiciera. Una lástima, porque justo él es de mi país. Supongo que depende mucho de la confianza que le despierte quien se propone trasladar el texto al escenario, de la curiosidad que esto genere y, a veces, de la evaluación económica que se haga al respecto. Por suerte, ninguno de los escritores extranjeros mencionados lo tomó en cuenta, si no, no hubiese podido hacerlo.
–En su trabajo como docente teatral, ¿qué cosas diversas buscan quienes se acercan a estudiar teatro?
–A mi estudio se acercan alumnos jóvenes que claramente quieren dedicarse al teatro y muchos otros no tan jóvenes que lo hacen como complemento de sus profesiones. También vienen otros que necesitan distenderse, distraerse, jugar. Y yo a todos los recibo como si el teatro fuera lo más importante de su vida. A la hora de entrenar son todos iguales.
–¿Crece el público teatral o lo que crece es la cantidad de gente que estudia teatro?
–Creo que creció muchísimo la cantidad de alumnos de teatro. Este crecimiento no se condice con la cantidad de gente que va a las salas. No obstante, me resulta milagroso que aún exista el teatro con la competencia demoledora que tenemos: el cine, los DVD, la tele. Hoy hay mucha más gente que prefiere quedarse en casa chateando o navegando en las aguas de Internet antes que acercarse hasta un teatro para ver una obra.
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