Jueves, 19 de junio de 2008 | Hoy
TEATRO › UN TRIBUTO A GRISELDA GAMBARO, EN EL CENTRO CULTURAL RICARDO ROJAS
En una mesa organizada por Alejandro Cervera, Cristina Banegas, Laura Yusem, Mabel Dai Chee Chang y la propia dramaturga repasaron anécdotas de la gestación y la censura de textos como La malasangre, El desatino y Ganarse la muerte.
Por Hilda Cabrera
“En estos días tan tristes”, como decía la directora Laura Yusem en el homenaje del martes a la escritora y dramaturga Griselda Gambaro, era un regalo conversar en público con una autora capaz de sorprendernos con cada obra, novela o cuento. Si bien la actriz y docente a cargo de la charla confesó haber olvidado el machete de su cuestionario, salió airosa plantando temas que capturaron a una platea que superó en número las 70 localidades de la sala. Se habló del “ingreso triunfal” al Instituto Di Tella (donde El desatino escandalizó en 1965); de la prohibición de la novela Ganarse la muerte y el exilio en España. En el tributo, organizado por el bailarín y coreógrafo Alejandro Cervera, responsable del área de danza del Rojas, se hallaban también la actriz Cristina Banegas, quien ha protagonizado y dirigido obras de Gambaro, y la bailarina y coreógrafa Mabel Dai Chee Chang, directora de ¿Quién no es salvaje?, espectáculo que se ofrece en el marco del homenaje y se verá a partir de hoy en la Sala Batato Barea, del Rojas (Corrientes 2038).
A modo de ilustración, Banegas leyó un breve apunte sobre la trayectoria de la homenajeada y se exhibió un video del cineasta Lucas Distéfano, hijo de la autora y del artista plástico Juan Carlos Distéfano. Pudo apreciarse allí una edición de fotos y de escenas, algunas extraídas de montajes realizados en Alemania e Inglaterra: secuencias de Sucede lo que pasa, El campo y La malasangre. Hacia el final se hizo alusión a Decir sí, estrenada en Teatro Abierto 1981, de la que sólo se escucharon las voces de los actores a modo de perturbador marco sonoro de los títulos, donde en blanco sobre negro se enumeraban las obras: Las paredes, El desatino, Los siameses, El campo, Nada que ver, Antígona furiosa, La casa sin sosiego, Es necesario entender un poco, Del sol naciente, Pedir demasiado... Por momentos, la voz en off de la escritora destacaba con afecto a intérpretes como Inda Ledesma y Lautaro Murúa, a los que calificó de admirables; a Jorge Petraglia, Roberto Villanueva, Leal Rey, Alberto Segado, José María López... En otros, se la veía en pantalla.
A la distancia, el escándalo que provocó El desatino fue –decía el martes la autora– “una experiencia curiosa y bastante buena para mí, porque venía de escribir en extrema soledad en mi estudio y pensaba que la obra la iba a entender todo el mundo, de manera que fue una sorpresa cuando vi que la mitad del público me apoyaba y la otra mitad me denostaba con una virulencia que tal vez hoy aplicamos a otras cosas, al fútbol, por ejemplo”. Otra de las preguntas apuntó a Ganarse la muerte, novela que había permanecido en las librerías seis meses antes de que los censores la descubrieran. “Una mañana –contó Gambaro– me llamó un amigo y me dijo que leyera Clarín, en la última página. Tanto era el control y pánico que había en la sociedad que no se atrevió a darme más detalles por teléfono. La noticia era muy breve: la prohibían por ser contraria a la moral, a la familia y algo más, pero no se la tachaba de subversiva, que era la palabra más temida.”
De ahí el viaje a Barcelona, donde tenía amigos y donde –según Yusem– escribió una novela supererótica, ante lo cual Gambaro reaccionó: “Me van a tomar por frívola; recordemos que antes había escrito Dios no nos quiere contentos”. Y hubo más censura, a posteriori, con La malasangre, en 1982, obra que la autora considera hoy un melodrama, pero que en aquellos tiempos adquirió status de metáfora sobre la dictadura. Para desconcierto de los presentes en la mesa, comentó que se siente más a gusto con la narrativa que con el teatro, donde “el texto resulta a veces enriquecido y otras menoscabado”, sostuvo entre sonrisas. Cuando le tocó el turno a Cristina Banegas, la actriz no leyó –como estaba anunciado– fragmentos de La señora Macbeth, de la que fue protagonista, sino de La persistencia, que dirigió.
Yusem sorprendió diciendo que “Griselda es una especie de bruja buena con la gente y de bruja mala con la historia”. Se refería a las anticipaciones descubiertas por colegas, artistas, críticos y espectadores en El campo (entre otras), afirmación que la autora desdibujó: “Hay que prestar atención a los datos de la política, de la sociedad. Es eso, nada más. Yo no invento. La persistencia se basa en datos de la realidad. Si llevo un hecho a sus últimas consecuencias, es otra cosa. Ese es mi trabajo. Mis obras no son anticipatorias. Sucede que a veces estamos dormidos o somos acomodaticios y nos cuesta pensar; entonces la vida nos va llevando a aceptar todo –como nos pasa hoy en la Argentina– en lugar de exigir, de despertarnos, de estar lúcidos. Nada más”.
“Cómo es interpretar a Gambaro”, inquirió Cervera, y allí le dejó la palabra a Banegas, quien supo cómo era cuando le tocó actuar bajo la dirección de Alberto Ure, con quien vivió la experiencia de los ensayos públicos de Puesta en claro y, luego, del estreno en el Payró. “Fue una puesta muy insultada”, resumió. Otro protagonismo suyo fue en La señora Macbeth, que dirigió Pompeyo Audivert, “un trabajo extenuante, donde me llené la cabeza de horquillas y me taché la boca con pintura roja”. Confesó que aprovechaba el homenaje para hacer de actriz de La persistencia. Había pensado actuarla cuando la estrenó, pero no lo dijo públicamente, porque el personaje “era mucho más joven que yo; de hecho termina embarazada, y yo tengo nietos, casi adolescentes”. Entonces desistió, aunque Gambaro le dijera “vos no tenés edad arriba del escenario”. La actriz cree que las dos comparten “un imaginario no realista y están un poco al borde” (de lo artístico, se entiende). Le tocó entonces a Banegas cerrar el tributo con la lectura dramatizada de fragmentos de esa obra dura, potente, que, como indicó Gambaro, fue inspirada por un episodio real, la matanza de Beslán, de septiembre de 2004, cuando un comando checheno independentista tomó por asalto una escuela y las fuerzas de seguridad rusa aniquilaron a los chechenos atrincherados y a 331 rehenes, 186 niños. En la obra, el lugar imaginado es un pueblo devastado, donde Zaida, madre de un niño asesinado, da rienda suelta a su dolor, su odio y su necesidad de venganza. La lectura de esos textos corroboró aquello que Banegas había dicho poco antes de Gambaro: “Ella comprende el sentido de subirse a un escenario”.
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