TEATRO › ENTREVISTA A LA DRAMATURGA Y PEDAGOGA BEATRIZ MOSQUERA
“La locura a veces rescata”
Beatriz Mosquera es autora, entre muchas otras, de la obra Madejas, que se presenta en el Taller del Angel y que indaga “sobre la locura como una forma de escapar al dolor”.
Por Hilda Cabrera
“Embellecer la realidad en medio de un área negativa” es una de las premisas de la dramaturga Beatriz Mosquera, profesora de filosofía y pedagoga teatral que rescata con esa frase a su personaje Ana, de Madejas, obra que viene ofreciéndose los sábados en el Taller del Angel. Para esta Ana, la locura es una forma de felicidad, un estado que posibilita el reencuentro con los seres queridos que le arrebató la muerte. “Este es un tema que me obsesiona. Los golpes fuertes nos empujan a abrir nuevos caminos para mitigar el dolor”, dice la escritora, reflexionando sobre los personajes y la propia experiencia. El deseo de restaurar heridas y paliar el desconcierto que producen las tristezas más profundas está muy presente en la inquietante pieza que Ariel Bonomi dirige en la sala de Mario Bravo 1239, interpretada por Stella Maris Closas, José María López y Aldo Pastur. El texto de Madejas alberga atmósferas de novela, género que la autora ha cultivado en ocasiones “para evitar la mediatización del teatro, que es a veces placer y otras decepción”. Integrante junto a Bernardo Carey, Carlos Pais y Cristina Escofet del Consejo de Teatro de Argentores –cuya Comisión de Cultura coordina Roberto Cossa–, fue invitada al encuentro de autores celebrado en Santiago de Compostela, del que participaron escritores europeos y americanos.
“Las ponencias, sobre todo las de los franceses, impulsaban una injerencia mayor de los teatristas en los aspectos socioculturales. Ese es también el propósito de la actual conducción de Argentores, una entidad recaudadora y de asistencia mutual que apoya especialmente el estreno de obras de los creadores de provincias”, subraya la autora de Un domingo después de un lunes (1969), Qué clase de lucha es la lucha de clases (1972), La luna en la taza (1978), Despedida en el lugar (incluida en Teatro Abierto 1982 y referida a la aceptación del autoritarismo cuando éste se convierte en costumbre), No hay más lolas (1987), La irredenta (1989), Ronda de encapuchados, Queridas mías, Pequeñas consecuencias, El llamado, Retazos, El último convento, Pintura fresca y, entre otras piezas, Eclipse de luna, sobre el “ocultamiento de la memoria”. Le resta aún plasmar en un libro su actividad docente (como la actual, en el IUNA). Un emprendimiento a futuro. Por el momento, continúa creando universos imaginarios, decidida a seguir el consejo de un dramaturgo que admira, el fallecido Andrés Lizarraga, “un autor olvidado, de quien Osvaldo Dragún pensaba reponer en el Cervantes Tres jueces para un largo silencio”.
Con una nueva obra en marcha, El saladar (título provisorio), cuyo tema es la antropofagia como metáfora, y el próximo estreno en Madrid de su comedia Sábado a la noche, Mosquera ha enlazado pedagogía y ficción en los textos para niños y adolescentes que en otro tiempos publicaron Kapelusz (Los cuentos del abuelo, Rulo y Pelusa, Hermanitos) y Stilcograf, que le editó, a sus 21 años, Cuentos porque sí. De la literatura pasó pronto al teatro, que no abandona, y en el que introduce elementos tomados de la filosofía. El primer compilado de sus obras lleva un prólogo suyo, Manifiesto del yo, donde confiesa haber sustituido el acaso pretencioso “ser en el mundo” de los grandes pensadores por “el yo maltrecho de los latinoamericanos y de mi país”. Un apunte que no implica rechazo de su formación primera, sino apertura respecto del entorno y fascinación por determinadas figuras, como el filósofo francés Gilles Deleuze y el “profeta de la deconstrucción” Jacques Derrida, a su entender “ventarrones” dentro de la historia del pensamiento.
“Mis personajes poseen ese yo mío enfundado en fantasías alimentadas por una realidad contradictoria y frustrante”, observa esta autora que no renuncia a indagar en este mundo “tan particular en el que vivimos y en el que si uno no se compromete se convierte en un irresponsable”. De esa exigencia nace el convencimiento de que la locura es una estrategia de rescate frente al dolor sin medida. En Madejas, la protagonista Ana se escuda en el delirio. Esa es su elección y sin duda su mayor riesgo. El temor a perder el dominio de la razón es sin embargo una limitación, según Mosquera: “Es cierto que uno se asusta y retrocede, que teme ser marginado, pero la locura nos revela la existencia de otra dimensión. El conflicto reside en dar o no el paso. En la obra, propuse líneas de fuga para que el espectador pueda armar él mismo las historias de estos personajes. Rogelio nos da pistas cuando dice que la realidad es como un mar, donde unos nadan en la superficie y otros se dejan hundir, o cuando declara que ama el delirio y quiere dar vuelta la masacre de todos los días. Todos tenemos algo desordenado en nuestro comportamiento, y a la mayoría nos cuesta soportar situaciones difíciles en las que no podemos incidir pero nos invaden hasta transformarnos en cómplices.”