TEATRO › ROBERTO “TITO” COSSA, LA VIGENCIA DE SU OBRA LA NONA Y LO QUE VENDRá
Además de la célebre obra, que vuelve bajo la dirección de Jorge Graciosi, Cossa tiene en sus planes inmediatos la puesta de un nuevo texto que acaba de terminar y que reflexiona sobre “la crisis de la utopía socialista, de la ética...”
› Por Hilda Cabrera
En el salón destinado a la presidencia de Argentores, algunas fotografías de época acompañan al dramaturgo Roberto “Tito” Cossa. Una de ellas, tomada hace cien años, retrata a una familia con una niña en primera fila. Así era la madre de Cossa. Algo más atrás se ve a la tía Angela, una joven de rostro luminoso y expresión serena que influyó –dice el autor– en el personaje Anyula, de La Nona, obra que cumplió en agosto 31 años de su estreno en el Teatro Lasalle, y que ahora se ofrece en renovado montaje en el Complejo Cultural Cine Teatro 25 de Mayo. Esta pieza, la más estrenada de este autor, y tal vez la que concitó mayor cantidad de significados, es dirigida por el actor y director Jorge Graciosi, que en 2006 llevó a escena otra creación del dramaturgo, Tute cabrero, donde la amenaza de despido enfrenta a tres empleados temerosos de quedar fuera del sistema. Cossa alterna hoy su trabajo en la Sociedad General de Autores de la Argentina con el periodismo de opinión y la literatura teatral. Su obra más reciente, y aún sin estrenar, pone en primer plano el tema de la crisis del pensamiento socialista. Admite que las emociones se le mezclan cuando se habla de La Nona: “Para mí es tiempo pasado, aunque me alegra de que se siga representando aquí y en otros lugares del mundo. La obra toma un universo de gente muy grande, y por eso quizás les gusta a los chicos, los adultos, los intelectuales y la gente de barrio. Otra característica es la de no presentar a un personaje realista sino desplegar una metáfora. Eso, creo, le da permanencia.”
–¿Su intención era mostrar a una anciana depredadora?
–No, pensé en una abuela que me divertía. En realidad, esta obra pasó por dos etapas. La primera, de los años ’70, terminaba en la parte más humorística, el casamiento de la abuela. Cuando la retomé, puse las muertes. Típico de la época. Inconscientemente, uno toma el tiempo en que vive. Cuando se iniciaron los ensayos, los actores me preguntaban por su significado. No lo sabía. Carlos Gorostiza, que era el director, dijo entonces que esta Nona era aquello que a cada uno lo destruye. Puede ser la muerte. Después del estreno, en 1977, la gente decía que era la junta militar, el imperialismo o la inflación. Pero yo no escribí nada de eso.
–¿Tampoco acordaba con la figura de algo o alguien que destruye?
–Imaginaba a una Nona sobreviviendo, después apareció la necesidad de explicar, pero no lo hago; prefiero que cada uno ponga lo suyo.
–Aquella abuela es parte del pasado. ¿Cuál es la obra de este presente?
–La acabo de terminar. Los personajes son un padre de 70 años y una hija con la edad lógica de ser su hija.
–¿Alguna relación con esta época?
–Con la crisis de la utopía socialista, de la ética...
–Asunto que trató en Angelito, a la manera de un “cabaret socialista”...
–Y en Ya nadie recuerda a Frederic Chopin y El saludador, en ésta con humor.
–¿Es lo quiere decir hoy?
–Sí, casi nunca escribí lo que no quería. Nadie me obliga, y menos ahora. Aunque no es necesario, parto de la realidad, y sobre todo de la política. Me duele un tema y escribo.
–¿Se debe tal vez a la conexión suya con el periodismo?
–Soy un periodista de alma, necesito estar informado y me gusta tocar temas cotidianos.
–¿Quizá porque lo atrapó al mismo tiempo que el teatro?
–El periodismo era mi forma de ganarme la vida. Por un contacto familiar entré en Clarín en 1956. Ahí era el che pibe. Estuve un tiempo y me fui. Después me metí con un amigo a hacer una revista de deportes mecánicos. ¡Un disparate! Automovilismo, ciclismo... El periodismo en serio lo ejercí en los ’60 en la agencia Prensa Latina, donde estuve hasta 1968. En esos años yo adhería a la Revolución Cubana sin ninguna crítica. Ahora tengo mis críticas. Lo angustiante en la agencia era que no podía ver mis notas, porque la información no rebotaba por el bloqueo, la censura... Sólo una vez vi una nota hecha por mí en una villa de emergencia. Después trabajé en La Opinión, hasta 1973, en política e información general. Más tarde en El Cronista Comercial, cuando este diario era de izquierda. No dejé el periodismo hasta 1976, cuando pensé irme a Europa, pero me puse a escribir teatro, estrené La Nona en el ’77, y me quedé.
–¿Lo ficharon por su trabajo en esos medios?
–Tuve un prontuario muy pobretón. No había razón para que estuviera en una lista negra, pero tenía la marca de tipo de izquierda. Durante la dictadura me prohibieron trabajar en el teatro oficial y la televisión.
–¿Qué le significó el reciente homenaje a Teatro Abierto 1981, con la puesta de una obra suya y otra de Carlos Gorostiza?
–Teatro Abierto es para muchos de nosotros lo mejor que nos pasó en nuestra vida teatral. Nos ayudó a superar el momento y entender que cada uno con su obra podía generar un fenómeno de resistencia popular. Considero a T.A. una acción política. Lo era desde el comienzo, y lo fue más todavía cuando un comando destruyó el teatro del Picadero. Ahí supe que era un acto de resistencia a la dictadura.
–¿Qué pasa con la gente de la cultura, con los intelectuales? ¿Se organizan? Se multiplican las manifestaciones de algunos sectores sobre temas puntuales, como la educación y la salud pública, pero no se los ve apoyando esas demandas.
–Gente de la educación, la ciencia y las artes se organizó para publicar el documento Carta Abierta, pero es cierto que somos muy individualistas. Tuvo que darse la crisis del Gobierno con el campo para que apareciera un principio de unión. Cuando la crisis de 2001 y 2002, ante el fracaso de la dirigencia social y política, nos juntamos, y se formó una entidad, Movimiento Argentina Resiste (MAR), para analizar propuestas, pero después, como la economía se fue encarrilando, desapareció. Hay además una decadencia de los partidos políticos. Ningún partido está hoy en condiciones de organizar un acto de masas: sólo van los militantes. En materia de educación vemos que se caen las escuelas, la universidad... El entusiasmo, creo, está hoy en algunas organizaciones sociales. No diría que la gente no se mueve. Se pide por un semáforo, por ejemplo, y piden los estudiantes secundarios con posiciones claras. Pero se acaba la protesta y se acaba la unión.
–¿Por descreimiento en lograr algo?
–Para algunos la caída del bloque socialista fue un mazazo. Aquello, mal o bien, discutible o no, generaba entusiasmo: se aspiraba a una sociedad más justa. Y no hablemos de la década del ’60, de la Revolución Cubana, que para muchos fue un templo.
–¿Algo de todo esto hay en la nueva obra?
–De otra manera, porque es el enfrentamiento de un padre –que por las cosas que dice es un hombre del PC ortodoxo– con su hija, una periodista que lo cuestiona. El dice que fracasó la estrategia, pero los principios están intactos. Ella pertenece a esa clase de jóvenes irónicos, un poco cínicos, que cuestionan todo. Personalmente, estoy de acuerdo con algunas de las cosas que dice el padre, porque el hombre necesita ir hacia alguna forma de vida socialista –lo que no quiere decir socialismo de Lenin–, porque de lo contrario se destruye.
–¿Cuál es el título de la obra?
–No lo puedo decir, porque el que pensé está registrado. Espero que me lo cedan. El título no pertenece a una obra de teatro sino a un libro de televisión.
–¿Una coincidencia?
–Es que casi no hay título imaginable que no esté registrado. En una época hubo una industria del registro: gente que lo anotaba para después exigir un pago al que quisiera utilizarlo. No sé si esto se modificó en el Registro Nacional de la Propiedad Intelectual, pero en Argentores hace tiempo que se exige anotarse poco antes del estreno. Eso es prueba de que la obra existe.
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