TEATRO › ROBERT STURUA Y “LA RESISTIBLE ASCENSION DE ARTURO UI”
“Para las personas como Ui, ascender es un trabajo más”
“Mi deseo es que el espectador sepa que esta historia se puede dar en cualquier lugar y en cualquier época”, dice el notable director georgiano sobre la pieza estrenada en el San Martín.
Por Hilda Cabrera
En Argentina se ocupó de su salud, porque a pesar del estreno se sentía más libre, menos abrumado por sus múltiples ocupaciones en el Teatro Rustaveli de Georgia, que conduce desde 1978. Allí, el director Robert Sturua ensaya tres obras de dramaturgos y poetas de su país y programa la reinauguración de ese teatro, ahora remodelado. Con experiencia en la puesta de autores clásicos y contemporáneos dice privilegiar el montaje de espectáculos que desarrollan problemáticas esenciales. Destaca a William Shakespeare como poeta y “gran observador de su época” y, entre otros grandes, a Bertolt Brecht, de quien acaba de estrenar La resistible ascensión de Arturo Ui, en la Sala Martín Coronado del TSM. Artista prestigioso y de vasta experiencia en escenarios de Europa y América, Sturua no es una figura nueva en el ámbito teatral porteño. En 1987 realizó dos puestas con el elenco del Rustaveli (Ricardo III y El círculo de tiza caucasiano) y tres años más tarde, en gira con el Teatro Vajtangov de Moscú, presentó La paz de Brest, de Mijaíl Shatrov. Durante sus estadías condujo seminarios y se interiorizó del quehacer escénico de la ciudad. Ello facilitó su trabajo con artistas locales, concretando varios montajes: Madre Coraje y Las visiones de Simone Machard, dos piezas de Brecht, y Shylock, el mercader de Venecia, de Shakespeare, adaptación que estrenó antes con el elenco del Rustaveli en Tbilisi, donde nació en 1938.
–¿Es posible hoy desbaratar los planes políticos de inescrupulosos al estilo de Arturo Ui?
–Dudo que a ese tipo de gente se le pueda impedir el acceso al poder. Son personajes que toman lo que quieren.
–¿Será porque saben esconder sus intenciones?
–A veces no necesitan máscaras. Algunos pueblos quieren ser engañados. Hitler decía que había que matar a los judíos. Lo manifestaba abiertamente. Y el pueblo lo aceptó. ¿Acaso no votó a Hitler?
–¿Piensa que aquella fue la elección de un pueblo degradado?
–No, porque el pueblo alemán era culto.
–Digo degradado porque aceptó la discriminación y el asesinato.
–Otros pueblos también los permiten.
–Sí, claro, pero entonces era el alemán. En una entrevista anterior, a propósito de su adaptación de El mercader de Venecia, de Shakespeare, usted opinaba que también en las sociedades más desarrolladas culturalmente subsiste la discriminación, que la gente no se desprende de su “darwinismo interior y miedo a lo nuevo”. ¿Por eso prefiere dar a esta puesta carácter universal?
–Mi deseo es que el espectador sepa que esta historia de Ui se puede dar en cualquier lugar y en cualquier época. Ahora, que ya hemos estrenado la obra, imagino que es un niño nacido de un acto de amor entre el elenco y yo, y que si algo salió mal o falta es culpa de la madre.
–¿Y quién es la madre?
–El elenco. Los maridos decimos eso de las mujeres: cuando el niño “sale malo” es culpa de la madre.
–¿Lo contagió Brecht? En esta obra no faltan las bromas. Tampoco los sarcasmos de los taimados que le crean al indefenso la ilusión de que puede elegir. Se lo fuerza a decidir entre la protección de Ui y el Ejército de Salvación.
–Esa frase, que tiene sentido universal, está usada para un caso concreto, el de unos mayoristas que no le encuentran salida a una desastrosa situación económica y que, intimidados por Ui y sus hombres, se ven obligados a pedirle protección.
–¿O sea que no existe posibilidad de elección cuando se vive entre corruptos?
–No. Sin embargo en la obra se escoge un tercer camino: trampear al viejo Dogsborough, un “honorable” en ese contexto. Lo extorsionan y precipitan su caída moral. Una caída que también sufren otros personajes.
–Pero no Ui, que organizó el chantaje.
–Ui no va a sufrir nunca.
–¿Porque cree haber nacido para ser líder?
–Ui dice ser un líder y se siente orgulloso. Para gente como él, ascender es un trabajo más. Les confirma que son genios. Piensan que si están en lo alto es porque están capacitados para tomar al pueblo en sus manos.
–¿Importa cómo llegaron?
–A ellos no. Todos los políticos son amorales. El mismo deseo de obtener poder es amoral, y tanto en la política como en las profesiones y en la vida diaria. Mi profesión es la de director teatral. Yo quiero conducir a determinada gente, a un elenco. En este sentido, mi ocupación es amoral, porque exijo a otros que trabajen según mi propuesta. Usted puede pensar que ellos se someten, pero yo pienso que los actores escogieron una profesión que los obliga a ser dirigidos por otros. El pueblo también acepta un director, y si es convincente mucho mejor. El pueblo quiere “mano dura”.
–¿A qué pueblo se está refiriendo?
–A ninguno en particular, pero sí a la mayoría de los pueblos. ¿Soy un escéptico? No estoy de acuerdo con los optimistas, con los que idealizan al hombre.
–Tampoco Brecht idealizaba. En sus obras, al menos, no hay quien pueda poner fin a las guerras y a otras iniquidades con “sólo proscribirlas moralmente”.
–Aquellos optimistas que piensan que los males no pueden repetirse son los que abren el camino a toda esa gente que quiere adueñarse del pensamiento y de la libertad de los otros. Por eso tenemos que insistir en que el mal está siempre en acecho y que existen personajes dispuestos a todo. Es preferible hablar de lo peor.
–¿No distraerse?
–Claro, porque vivimos en un mundo peligroso.
–¿Se trata de aprender a ver “en lugar de mirar tontamente”?
–De ver, y con humor. Mantenerse alertas, pero reírse también de los malvados. La risa estorba a la maldad. Por eso Hitler odiaba tanto a Charles Chaplin.