Jueves, 13 de agosto de 2009 | Hoy
TEATRO › REY LEAR, PROTAGONIZADO POR ALFREDO ALCóN, EN EL TEATRO APOLO
La versión de Lautaro Vilo y Rubén Szuchmacher se destaca por su despojamiento, tanto en la concepción escénica como en las actuaciones, sobrias pero elocuentes. Y rescata, sin enfatizarlos, parlamentos que hoy, a 400 años de su escritura, siguen asombrando.
Por Hilda Cabrera
Cuando el teatro ofrece un clásico la pregunta primera es si la obra toca una fibra sensible del público, porque la intención de quienes lo llevan a escena es crear y no dar vida a una obra muerta. Rey Lear instala en principio una relación de fuerzas entre personajes que intrigan o mantienen fidelidad o desencadenan males. Es cierto que esas oposiciones cruentas no constituyen una preocupación para el espectador que acaso se sienta distante de una historia en la que los sucesos nefastos son consecuencia de la torpeza de un rey que antes de repartir el reino entre sus hijas las somete a juicio. El hombre quiere saber cuánto lo aman y si cuidarán de él en su vejez. Busca el halago y lo obtiene de las dos mayores. La menor, en cambio, le reitera su amor de hija obediente pero no suma alabanzas. El rey se encoleriza y la deshereda. La anécdota muestra a un poderoso que privilegia su vanidad, se comporta de modo irracional y es injusto con quien dice su verdad. Por su atrevimiento, Cordelia es castigada y por su digna actitud y triste final se la ha considerado heroína trágica, a la altura de dos grandes personajes de la mitología y la tragedia griega, Casandra e Ifigenia, como sostuvo en un esclarecedor prólogo la escritora y académica mexicana Luz Aurora Pimentel. Es probable que la injusticia no sensibilice ni sea el disparador, pero de ahí parte esta obra que propicia tantas lecturas como tantos espectadores convoque. Sólo que la absurda furia de este rey que advertirá tarde su error es parte de la desmesura que va a configurar un mundo de horror y un desamparo generalizado que en instancias posteriores dará lugar a que Lear –despojado ya de sus bienes y en deuda con su hija Cordelia– suelte frases no referidas necesariamente a su entorno sino a la condición humana. Un ejemplo entre muchos es la afirmación de que somos para los dioses lo mismo que las moscas para los niños traviesos: nos matan para su diversión.
Delineada con certeros trazos, y afín en algunos puntos al clima intelectual y moral de nuestra época, la adaptación de Rubén Szuchmacher y Lautaro Vilo rescata sin enfatizarlos los incisivos parlamentos que hoy a cuatrocientos años de su escritura nos asombran. Reflexiones que abiertas a las estrategias contemporáneas resuenan actuales. El reparto de bienes implica aquí desmembramiento y debilidad de un reino y estallido de la relación de un padre y sus hijas, de algún modo enfatizada por la historia análoga que atraviesa otro padre con sus hijos, Gloucester, el asesor del reino que interpreta el destacado Roberto Carnaghi y los jóvenes que componen Joaquín Furriel y Juan Gil Navarro.
Impregnadas de irrealidad y fantasmagoría, las escenas se suceden entre ofuscamientos y humillaciones, como la que padece el desposeído rey actuado por Alfredo Alcón, admirable en su trabajo. Dueño de una voz poderosa que presagia la incontrolable agitación de la naturaleza, Alcón traduce con intensidad el desgarro por lo perdido y la fragilidad de su circunstancia. Cualidades que en este actor no supone perder sintonía con el humor que contagia a su personaje El Bufón, regocijante creación de Roberto Castro, y en alguna secuencia al fiel y equilibrado Kent, papel a cargo de Horacio Peña. Escenas como éstas sorprenden por la rara mezcla de divertimento, sensatez y delirio.
Desde esa perspectiva la obra dibuja sonrisas mientras se desliza de modo ágil entre oposiciones que involucran al mundo del teatro. El texto, vital y poético, intemporal aunque alude a tiempos pretéritos, armoniza con el despojamiento que propone el director tanto en la concepción escénica como en las actuaciones, sobrias pero elocuentes, obligando a quitar algunas máscaras habituales en el teatro y preguntarse qué es lo que vale la pena decir en escena y qué quiere expresar Lear cuando lleva en brazos el cuerpo de Cordelia y ya no interesan trampas ni discursos porque el tiempo ha sido abolido.
9-REY LEAR
De William Shakespeare. Versión de Lautaro Vilo y Rubén Szuchmacher
Intérpretes: Alfredo Alcón, Roberto Carnaghi, Horacio Peña, Roberto Castro, Joaquín Furriel, Juan Gil Navarro, Mónica Santibáñez, Ricardo Merkin, Carlos Bermejo, Paula Canals, Julián Vilar, María Zambelli, Luciano Linardi, Paul Mauch, Eduardo Peralta.
Escenografía, proyecciones lumínicas y vestuario: Jorge Ferrari.
Diseño de iluminación: Gonzalo Córdova.
Música original y diseño sonoro: Bárbara Togander.
Asistente de dirección: Nicolás Balcone.
Director: Rubén Szuchmacher.
Productores generales: Pablo Kompel y Adrián Suar.
Lugar: Teatro Apolo, Av. Corrientes 1372, los miércoles y jueves a las 20.30; viernes a las 21; sábados 20 y 23 y domingo a las 20. Duración: 120 minutos. Tel. 4373-2411. Vta. Tel. 5236-3000.
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