Jueves, 13 de agosto de 2009 | Hoy
CINE › UN MELODRAMA DOCUMENTAL EN PRIMERA PERSONA DEL SINGULAR
Apelando tanto a material de archivo como al propio álbum familiar, Maddin va recorriendo los mitos urbanos de Winnipeg –la inquietante proliferación de sonámbulos, por ejemplo– hasta internarse en sus miedos más profundos y en sus traumas de la niñez.
Por Luciano Monteagudo
Después de David Cronenberg, Guy Maddin es el perenne enfant terrible del cine canadiense, un director tan insólito y fuera de lo común como su predecesor, pero quizá más aún, en la medida en que ha construido toda su obra (que no es poca: viene filmando desde hace veinte años) en los márgenes de eso que algunos llaman industria. Su cine, que no distingue fronteras entre cortos y largometrajes, ha sido siempre de una radicalidad sin concesiones, un permanente espejismo hecho de sueños y pesadillas.
Hay algo perturbadoramente onírico, freudiano, en la obra de Maddin que My Winnipeg –una película en primera persona del singular, que está muy lejos de celebrar la ciudad en la que el director nació y en la que aún continúa viviendo– viene a confirmar. Como pocos directores de hoy, Maddin hace un cine que no se parece a nada ni a nadie que no sea a sí mismo: su estética se nutre de los clásicos del cine mudo, pero vistos a través de un vidrio oscuro, como si hubieran sido reprocesados en la memoria emotiva del director a través de su inconsciente más profundo.
Realizado a pedido del Documentary Channel de la televisión canadiense, el último largometraje de Maddin es lo más lejano que pueda pensarse a un documental convencional. De hecho, Maddin ha dado en llamarlo primero “docufantasía” y luego “melodrama documental” (ver entrevista) y su formulación visual –como escapada de viejas bobinas en blanco y negro 16mm– es la misma de Brand Upon the Brain!, quizá su película más ambiciosa a la fecha. Salvo que el escenario no es aquí un faro imaginario, poblado por una colonia de niños sojuzgados por un médico loco, sino la próspera ciudad de Winnipeg, que en la imaginación en blanco y negro de Maddin luce aún más siniestra que la de esa isla enrarecida.
Apelando tanto a material de archivo como al propio álbum familiar y a escenas filmadas especialmente con actores, Maddin va recorriendo los mitos urbanos –la inquietante proliferación de sonámbulos, por ejemplo– hasta internarse en sus miedos más profundos y en sus traumas de infancia. Entre ellos, una madre posesiva y tiránica, interpretada por Ann Savage, legendaria protagonista de un clásico del cine negro, Detour (1945), quien no filmaba hacía más de medio siglo y a quien Maddin rescata de las tinieblas del olvido.
El tema de la madre dominante y castradora ya asomaba de alguna manera en el personaje de Isabella Rossellini en La canción más triste del mundo, una muñeca siniestra, apenas un torso sin piernas –a la manera de los Freaks (1932) de Todd Browning– que regenteaba el negocio de la cerveza en una ciudad que ella misma denominaba “la capital nacional de la pena” y que no era otra que... Winnipeg. Esa figura opresiva se hizo aún más transparente en Brand Upon the Brain!, donde el protagonista –un tal Guy, casualmente– acudía al llamado de su tiránica madre, controladora infatigable de hijos y expósitos desde su atalaya con altavoz de mando incluido. Y ahora en My Winnipeg el velo se descorre totalmente y Maddin, en un acto que tiene más de exorcismo que de psicoterapia, presenta sin máscaras la espantosa idea que tiene de su señora madre, “una fuerza tan poderosa como todos los trenes juntos de Manitoba”. No parece azaroso que la película se inicie con la fuga ferroviaria de Maddin –“Debo irme. Debo irme. Debo irme ahora”, se repite a sí mismo– pero que no hará sino devolverlo a su lugar de origen.
Lo notable de My Winnipeg es precisamente eso: la manera en que Maddin, permanentemente, articula la experiencia personal con la memoria colectiva. Episodios sociales y deportivos se cruzan una y otra vez con sus traumas de infancia, disparando en cada espectador su propio álbum de recuerdos, una serie de viejas películas rayadas depositadas en algún rincón perdido de la mente.
8-MY WINNIPEG (Canadá/2007).
Guión y dirección: Guy Maddin.
Fotografía: Jody Shapiro.
Edición: John Gurdebeke.
Diseño de producción: Réjean Labrie.
Intérpretes: Ann Savage, Louis Negin, Amy Stewart, Darcy Fehr, Brendan Cade, Wesley Cade y Lou Profeta.
Estreno exclusivamente en ArteCinema (Salta 1620). Proyección en formato DVD ampliado.
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