Jueves, 13 de agosto de 2009 | Hoy
CINE › ARRáSTRAME AL INFIERNO, DEL ESTADOUNIDENSE SAM RAIMI
Haciendo uso de su conocida habilidad para dosificar con ingenio el terror y el humor, el director de Spiderman vuelve a su primer amor con un film que hace uso de las habituales herramientas del género, pero siempre con el plus de los que saben.
Por Luciano Monteagudo
No es nada común en estos días que un director de Hollywood que viene de hacer superproducciones de la escala y el éxito de la saga de El Hombre Araña decida volver a probar cómo era eso de hacer una pequeña película de terror de presupuesto razonable. Pero sucede que Sam Raimi no es un director común, nunca lo fue: ni siquiera una franquicia del volumen de Spiderman parece haberle quemado el cerebro, como le hubiera sucedido a cualquier otro. Apenas El Hombre Araña 3 revelaba algún signo de agotamiento. Y antes de lanzarse al Spiderman 4 (¿no sería ya el momento de dejarla en manos de otro?) decidió exhumar un viejo guión que tenía en carpeta y darse el gusto de hacer algo que le recordara un poco aquello que hacía en sus comienzos, cuando se dio a conocer con Evil Dead (1981, estrenada en Argentina como Diabólico). El resultado es Arrástrame al infierno, una horror movie de esas hoy cada vez más escasas, donde no hay lugar para la tortura y el sadismo que parecen haber impuesto Hostel y otras barbaridades semejantes.
Salvo algunos efectos especiales generados por computadora (y que no son tantos, considerando cómo abusa Hollywood últimamente de la era digital), Arrástrame al infierno representa, también en este sentido, cierto anacronismo: confía casi todas sus fuerzas al poder del guión y de la puesta en escena. Tampoco es cuestión de exagerar: no hay nada aquí que no se haya visto antes. Pero sucede que el nuevo film de Raimi no busca ser original sino en todo caso explorar hasta qué punto se puede volver a jugar bajo las reglas del cine fantástico, uno de los géneros más codificados que existen. Ese espíritu lúdico es evidente también a través de una de las marcas más significativas del primer Raimi, que aquí vuelve a hacerse patente: el humor. Contra toda solemnidad, Drag Me To Hell se permite, simultáneamente, el sobresalto y la broma, todo en una misma secuencia, con un equilibrio y una levedad que ya querrían directores más serios.
Como siempre en estos casos, la trama argumental es lo de menos, aunque no por ello el punto de partida deja de ser significativo. Christine Brown (Alison Lohman, en su primer protagónico) es una chica de campo tratando de sobrevivir en la gran ciudad. Trabaja en una sucursal bancaria de Los Angeles y aspira a un cargo gerencial vacante, aunque disputado también por otro colega de trabajo, dispuesto a todo –la obsecuencia, el servilismo, la trampa– con tal de quedarse con el puesto. Su jefe (el gran David Paymer) se siente sin embargo más inclinado hacia Christine, aunque le pide una prueba de amor al banco: que demuestre hasta qué punto ella tiene el coraje de tomar decisiones difíciles. Y Christine, a pesar de su buen corazón, no tiene mejor idea que –siguiendo una tendencia que hizo furor en los últimos tramos de la era Bush– rechazarle una prórroga hipotecaria a una anciana, con lo cual la deja en la calle. Sucede que la señora en cuestión (la estupenda Lorna Raver) es todo menos una dulce abuelita. De atuendo y acento vocal transilvánicos, esa vieja siniestra –de dientes y uñas tan amarillos como sus flemas– le echará a Christine una maldición capaz de mandarla literalmente al infierno, en apenas tres días.
Ni su diligente novio (Jason Long) ni un dudoso médium (Dileep Rao), versado en las diferencias entre freudianos y jungianos, ni una valiente exorcista latina (Adriana Barraza) parecen capaces de detener el maleficio que se cierne sobre la pobre Christine, que se dejó llevar por su ambición y va a tener que pagar por ello. Este esquema recuerda mucho al de la que quizás sea la obra maestra de Raimi, el policial Un plan simple (1998), donde los protagonistas también eran arrastrados a un infierno –en este caso, puramente terrenal– a causa de su codicia. Y aquí como allí, todo lo que le puede salir mal a Christine le saldrá mal, desde una cena con los estirados padres del novio hasta el sacrificio de un gato o la profanación de una tumba.
Como para demostrar hasta qué punto se pueden generar tensión y escalofríos a partir de una sabia concatenación de planos (algunos que esconden más de lo que muestran), Raimi hace un film de terror eminentemente diurno, con escenas clave a plena luz del día y donde no hace falta convocar a las tinieblas para provocar el estremecimiento.
Una sugerencia para potenciales espectadores: conviene quedarse sentado en la butaca hasta que termina el rodante de créditos no sólo porque el tema musical final es particularmente intenso, sino también porque el especialista Alfredo García asegura –y una mención en los títulos parece darle la razón– que está tomado de la música que Lalo Schifrin compuso para la versión original de El exorcista y que William Friedkin decidió no utilizar, con lo cual el argentino también debe haber tratado de arrastrar al director al infierno.
7-ARRASTRE AL INFIERNO
(Drag Me to Hell, Estados Unidos/2009).
Dirección: Sam Raimi.
Guión: Sam Raimi e Ivan Raimi.
Fotografía: Peter Deming.
Música: Christopher Young.
Edición: Bob Murawski.
Diseño de producción: Steve Sakland.
Intérpretes: Justin Long, Alison Lohman, Lorna Raver, David Paymer, Dileep Rao, Reggie Lee, Adriana Barraza.
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