Lunes, 14 de diciembre de 2009 | Hoy
TEATRO › TERMINó AYER EL ENCUENTRO INTERNACIONAL EXPERIMENTA
Fue una semana a pura escena, con la participación de elencos de Argentina, Brasil, Perú y distintos países de Europa.
Por Facundo García
Desde Rosario
“Hice once mil kilómetros para venir hasta Rosario...” El tono de Daniel Bedos –organizador de importantes movidas teatreras en Francia– auguraba un remate acre, del tipo “y la verdad, lo que estoy viendo aquí me produce gastritis”, o algo por el estilo. Pero no. En realidad, el halo circunspecto reflejaba su admiración por la calidad de las obras que se presentaron en el Encuentro Internacional Experimenta, que terminó ayer después de una semana a pura escena. “Ha valido la pena el viaje. Estoy muy impresionado”, completó el especialista. Se refería específicamente a la obra Dionisos aut –pieza que mostraron los anfitriones del grupo El Rayo Misterioso–; aunque su sorpresa coincidía con la de otros muchos espectadores que se acercaron a conocer lo que proponían elencos de Argentina, Brasil, Perú, Ecuador y distintos puntos de Europa. Pasado el torbellino, un balance posible no podría eludir las palabras “riesgo”, “ensayo” o “debate”. Y, sin duda, debería contener en alguna parte un apartado dedicado a la polémica.
La décima edición del festival buscó, como ya es costumbre, poner en primer plano nuevos canales para la expresión teatral. Bajo esa premisa la gente de El Rayo se destacó por su disciplina. Orden para explorar el terreno estético y también para vencer los problemas que plantea el mantenimiento de su sala, recién inaugurada, que sirvió como sede de la reunión. El colectivo está coordinado por el actor, autor, pedagogo, director e investigador teatral Aldo El-Jatib, que resumió para este diario lo que sería experimentar: “Es intentar ir más allá del lenguaje corriente. Quitarnos todos los clisés y mandatos que hayamos aprendido, para descubrir realmente quiénes somos cuando nos sacamos las ataduras sociales”. La preparación que llevan adelante “los rayados” es muy exigente. Mezcla sin pudores recursos del kung fu con “ejercicios bioenergéticos” y unos cuantos abdominales. “Construimos a partir de la experimentación, que a su vez se va consolidando mediante el entrenamiento”, explicó el dramaturgo. ¿Referentes? Jerzy Grotowski y Renzo Casali, “hombres que no construyeron su obra desde las metrópolis”.
Por suerte, el mismísimo Casali andaba por ahí. El hombre fue uno de los fundadores de la Comuna Baires a fines de los sesenta. La “primera Comunidad Cultural de la República Argentina” aboliría la propiedad privada entre sus integrantes, socializaría las herencias “de aquellos miembros mayores de catorce años” y se iría de gira varias veces para terminar finalmente en Italia, donde todavía desarrolla actividades (www.co munabaires.it). Tras varias décadas de ensayo y error, el artista que impulsó aquel sueño aprovechó su retorno al sur para dar un seminario e insistió sobre la urgencia de seguir desafiando lo establecido. “Tenemos que encontrar lenguajes de la pregunta, porque lo que reina hoy es la cultura de la respuesta”, sugirió.
El teatro como pregunta, ensayo y riesgo, entonces. “¡Y atención con el drama! –bramó Casali–. Es el lenguaje de la burguesía. A diferencia de lo que pasa en la tragedia, en el drama los personajes saben todo lo que sucede, y el espectador elige como frase favorita aquello de ‘ah, ya lo entendí’. El asunto es que quien entiende, domina; y quien conoce, enceguece.” La tragedia tenía su origen “en la falta de información de sus protagonistas” –el sufrimiento de Edipo es paradigmático–, y hoy lo que se hace es atiborrar de datos a los individuos, de modo que pierden su dimensión trágica. “Por lo tanto, el único territorio trágico que me queda soy yo mismo, porque yo no sé quién soy. Ahí tengo una tragedia que vivir”, reflexionó.
Cada uno de los seis grupos invitados exhibió su espectáculo y dictó un taller. El programa incluyó tallarines con salsa bolognesa, conferencias, proyección de videos, mesas redondas, desmontajes, un encuentro de revistas, otro de directores de festivales de teatro y un foro de críticos. Sobre casi todas estas instancias sobrevoló la certeza de que Argentina se mantiene entre los principales polos teatrales del mundo. No necesariamente por la calidad de lo que se hace, sino por la vitalidad con que se discuten y analizan las zonas de conflicto. Zonas como la gestión cultural y la crítica, por ejemplo.
Y es ese movimiento incesante el que está originando nuevas especies en el ecosistema dramático. “De México para abajo, los obstáculos que enfrentan ‘los independientes’ son similares. Hacen mucho, y a la vez hay muy pocas oportunidades de que paren la pelota y se pongan a considerar qué es lo que están haciendo y para qué”, evaluó Gustavo Schraier, autor de Laboratorio de producción teatral. Técnicas de gestión y producción aplicados a proyectos alternativos. Schraier compartió conceptos útiles para dar vida y continuidad a una obra, y de yapa disparó dardos contra ciertos vicios amateuristas que abundan en el ambiente. Algunos coincidieron con él y otros no. Eso sí: lo que se comprobó –y no solo en las charlas formales, sino en las apasionantes escaramuzas teóricas que se daban en mesas aledañas– es que el Experimenta es, fundamentalmente, un espacio para contrastar hipótesis y descubrir afinidades o discrepancias. Varios expertos, como Julio Cejas (Rosario/12), Leonor Soria (Télam) y Diego Baude (www.imaginacionatrapada.com.ar) coincidieron en que se trata de uno de los pocos eventos de esta clase donde se valora el momento del análisis.
En consecuencia, la tertulia de críticos teatrales prometía ser especialmente jugosa. ¿Para qué sirve la crítica? Mientras unos opinaron que sirve para “revelarle al público lo que el público no puede ver”, otros sugirieron que la posta es “plantear preguntas más allá de lo que haya querido decir el autor”. Hasta hubo varios que sostuvieron que los críticos, además de hacer sus críticas, tienen la obligación moral –“como hombres de teatro”– de visitar a los elencos que hacen obras malas para “hacerles una devolución”. Habría que preguntarse a quién le interesan las “devoluciones” de los críticos, pero ése es otro tema. En cualquier caso, nadie podrá negar que los siete días de la grilla sirvieron para pensar y mucho, aunque dejen más dudas que certezas. Lo seguro, lo único constante, seguirá cifrándose en la clave que tiran los muchachos de El Rayo en su Dionisos aut, cuando le hacen decir al protagonista que “para cambiar el curso del río, hay que luchar contra la corriente”.
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