TEATRO › LAS PAYASAS ARGENTINAS SE AGRUPARON PARA COMPARTIR EXPERIENCIAS
Marina Barbera y Lila Monti son dos de las promotoras de Parapayasas, el espacio de encuentro para las clown, del que también son parte Violeta Naón, Natalia Sismonda, Victoria Almeida, Irene Sexer, Leticia Torres y Violeta Fractman. “Ninguna payasa es clásica”, dicen.
En la esencia del clown está la ruptura. Primero que nada, la de “la cuarta pared”, en ese afán casi desesperado de comunicación con el público. Hay, también, un quiebre con el orden establecido: su sola presencia trastrueca belleza, perfección, normalidad y pánico al ridículo. Y aunque éstos sean valores más asociados a lo femenino que a lo masculino, cada vez son más las mujeres que se calzan la nariz roja, enamoradas de un arte “ni tan conocido ni tan corriente”, según coinciden sus hacedoras. “No hace mucho que nos animamos a pasar por esos lugares: los estados alocados, los sentimientos de injusticia y las deformidades. Estábamos más cerca de la tragedia, el sufrimiento y el modelo”, reflexiona la clown Marina Barbera. Ante la proliferación de unipersonales en la cartelera porteña y en las plazas, Página/12 invitó a un grupo de payasas a reflexionar sobre la actualidad del género y las particularidades que adquiere en su vertiente femenina.
En noviembre del año pasado, un grupo de clowns se percató de la tendencia creciente de espectáculos femeninos y fundó Parapayasas, una agrupación que se reúne mensualmente. Más allá de alguna que otra varieté temática circunstancial, no existía antes una red que juntara a las clowns argentinas, como sí sucedía en otros países de América latina. En efecto, Barbera, Maku Jarrak y Lila Monti, promotoras de Parapayasas, reprodujeron un modelo que conocieron en Brasil. “Hacía rato que teníamos ganas de crear un espacio de encuentro de payasas profesionales y en formación para intercambiar experiencias”, expresa Monti. “Compartimos procesos creativos, dificultades y miedos con gente de todo el país”, agrega Barbera.
En consonancia con la efervescencia clownesca femenina, se observa una presencia fuerte de una modalidad de trabajo: los unipersonales, que abundan tanto en la calle como en el teatro. “Tienen esa cosa de que te la estás bancando sola en el escenario”, remarca Monti, quien aun así tiene a su “familia” detrás de escena. Violeta Naón, en cambio, dice que su criatura es “huérfana”, porque es autora, directora y actriz de Siento por ella. Hay otro dato que agrupa a las clowns, al menos en Buenos Aires: son, en su mayoría, mujeres de treinta años, salidas de los talleres de los más grandes referentes del género en la Argentina, como Gabriel Chamé Buendía, Cristina Martí, Raquel Sokolowicz y Marcelo Katz. “Todas venimos con un trabajo de mucho tiempo, ninguna nació ayer”, destaca Naón. “Es que no llegás a hacer un unipersonal en dos días. Lo hacés después de un tiempo de estar investigando y cuando ya tomaste una decisión de que éste es tu laburo”, añade Monti. También se refieren a una cuestión de ego. “Tenía ganas de estar sola en un escenario, sacarme las ganas de hacer lo que quería y tener algo para poder llevar a todos lados”, expresa Leticia Torres.
Tres son los escenarios del clown: el teatro, el circo y la calle, cada uno con sus energías y particularidades. Aunque después migren a las plazas, las clowns femeninas suelen florecer en el teatro. De hecho, las consultadas por este diario comparten itinerario: se formaron primero en escuelas teatrales tradicionales o distribuyeron su tiempo entre el teatro y los cursos de clown. Por ende, ellas se despegan de la vieja dicotomía que separa al actor del clown. Reconocen, sí, que son artes bien diferentes y eso las entusiasma, pero se definen de las dos maneras. El ámbito más difícil para el desempeño de las payasas es el circo. Y se trata de una exclusión que no es local ni contemporánea. “En Brasil, al payaso malo le dicen ‘payasa’. Por eso las mujeres que organizan los festivales de comicidad femenina son súper fundamentalistas”, explica Monti.
En el libro Clowns, saltando los charcos de la tristeza, de Jorge Grandoni, Chacovachi sentencia que “el payaso nace en el circo”. Es que, si bien es cierto que cada vez los lenguajes se mixturan más, hay diferencias entre el payaso clásico y clown. Este último, vinculado con lo teatral, apareció obviamente más tarde. A la Argentina llegó en la década del ’80, de la mano de dos mujeres –algo “paradójico”, según las entrevistadas– que trajeron de Europa la técnica de Jacques Lecoq: Raquel Sokolowicz y Cristina Moreira. Fue con el retorno de la democracia que los clowns entraron en acción, con el Clú del Claun como acontecimiento emblemático. La introducción de la escuela francesa por estas tierras significó también el ingreso de las mujeres al terreno payasesco. “Ninguna payasa es clásica –analiza Naón–. Los hermanos Videla (N. de R.: tercera generación de una familia circense) dijeron que no había payasas en los circos porque no se les puede pegar.” Violeta Fractman, artista callejera especializada en Técnicas de Altura y con trayectoria en el ámbito del circo, agrega: “En los números de humor, el rol de la mujer es de cara blanca. Es la ayudante o la sonámbula, un embole total. Si no, tiene que ser la chica linda: ‘Ponete una tanga de lentejuelas y salí’”.
En la calle son menos las mujeres que trabajan solas. “Es un ámbito más salvaje. Yo trabajé bastante tiempo a dúo con un hombre. Implica mucho esfuerzo: cargar tus cosas, montar, convocar”, explica Fractman. “En grupo es mucho más fácil”, coincide Natalia Sismonda, otra payasa callejera. Allí, en el espacio donde todo es azaroso, “el público es muy sincero”. Sismonda se refiere especialmente a los niños. “Si no les gusta lo que hacés, te patean la pantorrilla. Me ha pasado”, recuerda. Lo cierto es que la multiplicidad de ámbitos en los cuales el oficio del clown puede cobrar vida –a los mencionados se suman los hospitales– suscitó grandes confusiones en los espectadores: ¿A quién se dirige este personaje? Es el espacio el que, en parte, define el tipo de espectador. “Me interesa la familia entera. El clown hace bien al alma de todos”, desliza Sismonda, quien para llegar a un público amplio apela “a disminuir la palabra, con un humor más universal”. Fractman lo resuelve con el “doble sentido”, estrategia que “da pie a que los pibes se copen y los padres se caguen de risa”. En el teatro, en cambio, algunas clowns dejan en claro que se dirigen a los adultos ocupando los horarios más tardíos de la cartelera.
En la calle o en el teatro, las payasas advierten estar bajo la sombra de un prejuicio común: “A mí hay pocas minas que me hacen reír”. No obstante, más allá de coincidir en que la historia no ha realzado la relación entre mujeres y comicidad –”frente a cinco capocómicos tenés una capocómica”, ejemplifica Monti–, para ellas el humor es sólo uno entre un conjunto de matices. “Te podés cagar de risa o te podés cagar llorando”, grafica Naón. Monti define la esencia del payaso: “Es un comunicador. La risa es una emoción dentro de un espectro de otras. Provocar una reflexión, emocionar y enternecer también es posible. Es lo que diferencia a los payasos de los demás artistas de escena: si el puente con el público no está establecido podés hacer cosas geniales, pero no termina de suceder el evento ‘clownesco’”.
“El clown es un verdadero ser siendo”, define Sismonda. Precisamente, la particularidad del género es que lo biográfico se vuelve material de trabajo. Eso es lo que hay que tener en cuenta cuando estas mujeres hablan de sus criaturas, para no tildarlas de exageradas. “Hace un tiempo que vengo sintiendo que Marta es mucho mejor que yo. Mi novio me pregunta por qué no soy más mi clown en la vida. Marta resuelve: si está sola en su cumpleaños, pone fotos, y si le escriben cartas de desamor, se ‘autoescribe’ una para seguir adelante”, cuenta Irene Sexer sobre su personaje en Querida Marta. “Estoy atrapada en las redes de Pupé Sordi. No sé si es mejor que yo, creo que las dos somos maravillosas”, remata Naón. A Torres le interesó hablar en Y.o. de sus preocupaciones existenciales. “Yoko Onda es una superhéroe que no sufre por amor porque se toma una pastillita. Nació de cosas que hablé con amigas. Te hincha las bolas que no te llamen, te molesta el tipo que te hizo sufrir. Con Yoko me cago de risa de eso, de las escenas que uno monta, del drama que se hace”, explica.
Monti fue un poco más lejos que sus colegas. Dice haber padecido una suerte de “esquizofrenia”, cuando empezó a sentir que “no tenía ningún poder de decisión” sobre su álter ego. “Tuve un proceso medio extraño: conviví con dos payasas. Soy geminiana, así que soy muy doble. Un día las volví a unir bajo el nombre de Una, sin darme cuenta.” Victoria Almeida, quien en escena es Haydée Munamú, “una payasa de posguerra que espera el amor que le prometieron, que era como el de las películas”, define a partir de su caso particular la relación que se establece entre persona y clown. “Es un personaje que habla mucho de mí. Me enseñó muchísimo, me permitió amigarme conmigo y descubrirme.” En este sentido, las payasas coinciden en que “el clown es una cuestión sanadora”, porque se ríe de sí mismo. “Ayuda a aceptarse, quererse con todo lo que uno es. En la vida podés estar peleado con ciertos aspectos. Acá los integrás, los gritás o los susurrás”, profundiza Naón. Y justamente la tarea del docente –en la que coinciden Naón, Torres, Sexer, Monti y Barbera– consiste en “prestar atención a las cosas mínimas” de los alumnos, que “son las que dicen cómo es el otro”, explica Torres.
Torres aclara que, si bien Yoko hace alusión a cuestiones femeninas –como la “obligación” de tener un hijo antes de los 30–, las temáticas que aparecen en su obra tocan tanto a hombres como a mujeres. “Creo que más que femenino lo nuestro es existencial, remite a una forma de sentir”, analiza Naón. Por el contrario, Sexer opina que “la mujer clown despliega un cierto imaginario, ligado a sus tormentas, fantasías y sueños.” En este sentido, es cierto que hay un asunto muy presente en la historia de Marta, Pupé, Haydeé, Cucurruca (la payasa de Sismonda) y Torbellino (la de Fractman): la búsqueda del amor. “Tiene mucho que ver con ser payasas solas –desliza Sismonda–. La mía es una payasa intensa, latina, con mucha pasión, sensible. Dentro de la mujer sola existe el amor, porque la búsqueda está presente.” La de Naón es también “una payasa que se obsesiona” con el amor: “Refleja las ilusiones que tenemos cuando conocemos a alguien que creemos que nos va a resolver todos nuestros agujeros”. En los espectáculos masculinos, el amor no ocupa un lugar tan central. “Los hombres proyectan pero lo hacen en voz baja. Andá a saber lo que están pensando... ‘qué hincha pelotas, cómo no medí las consecuencias de vivir en pareja con esta persona’. Y hacer una lectura es una actitud femenina, interpretar todo, que es lo que hace Pupé”, sintetiza Naón.
Con todo, “romper la cuarta pared” parece tener más que ver con un vínculo afectivo que con la complicidad. Ellas están pidiendo un poco de amor. “Los payasos somos muy narcisos. Pero necesitamos que nos quieran, no que nos admiren”, subraya Monti. Por su esencia vincular, Naón confía en el clown como actividad capaz de producir cambios. “El mundo se está transformando para mejor. El clown es el registro de algo diferente, y cada vez hay más gente que se suma a este género.”
Entrevistas: María Daniela Yaccar.
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