TEATRO › JIRí SRNEC Y EL REGRESO DEL TEATRO NEGRO DE PRAGA
La mítica compañía checa presentará en Buenos Aires y en el interior su primer espectáculo, La bicicleta voladora, fundacional para una disciplina que hoy tiene miles de seguidores en todo el mundo.
“Infinito.” De todas las respuestas que Jirí Srnec hijo concede vía mail a Página/12, a horas de que la compañía original de Teatro Negro arribe a Buenos Aires, la más breve es aquella en la que más hubiese podido explayarse. La pregunta intentaba ahondar en el lugar que les cabe a la fantasía y a lo onírico en la técnica que creó su padre en 1961, en Praga. Será cuestión, entonces, de abrir las puertas de la percepción cuando se esté frente a objetos fluorescentes que flotan en un escenario negro, manejados por cuerpos invisibles, lo cual es posible por la tecnología de la luz ultravioleta. A menos de un año de su última presentación en la Argentina, la compañía ofrecerá cuatro funciones de su primer espectáculo, La bicicleta voladora, en el Teatro IFT (Boulogne Sur Mer 549, desde mañana hasta el domingo inclusive, siempre a las 21). Según Srnec, la visita obedece a un pedido del público argentino: “Recibíamos mails todo el tiempo de gente que nos preguntaba cuándo volveríamos”.
Las demandas también llegaban a través de la flamante página de Facebook de la compañía (www.facebook.com/teatronegrodepraga), agrega quien suele oficiar de director en las giras. En este caso, a diferencia del año pasado, Srnec se quedó en Praga para abocarse a las presentaciones del resto del elenco en esa ciudad (vienen trece integrantes de veinticinco) y ultimar detalles de otras giras. A las obligaciones laborales se suma un factor afectivo que el joven de veintiseis años no tiene pudor en confesar, y que remata con una expresión acuñada por Alejandro Dumas, generalmente utilizada cuando el integrante masculino tiene algún problema para cuidar la pareja. “Estuve viajando los últimos ocho años. Así es imposible tener una relación. Cherchez la femme.” Y es que probablemente pocas oportunidades haya tenido Srnec para ponerse a pensar en los giros de su vida, porque su destino parecía cantado desde su infancia: su padre fundó la compañía, su madre la integró y su hermano es miembro actual. Y su hermana menor, que el año pasado era estudiante de ballet, acaba de ingresar a la empresa familiar.
El espectáculo con el que la compañía pretende deslumbrar en esta oportunidad es distinto al que trajo el año pasado y en 2006, Lo mejor del Teatro Negro de Praga, compuesto por nueve sketches. La bicicleta voladora presenta una estructura indivisible y, por ende, más clásica. La obra –que ya presentaron en 2001 en Sudamérica, aunque con pocas funciones– aprovecha la posibilidad que habilita la técnica, la apariencia de que los objetos levitan, para abordar uno de los deseos más ancestrales del ser humano: volar. Obsesionado con las alas de los pájaros, un joven inventor fabrica una bicicleta voladora. Y ahí es cuando aparece otro factor esencial. “Luego de muchos intentos y fracasos, descubre que sólo el amor puede desafiar la gravedad”, adelanta Srnec, quien bien podrá comprender el sentido de la pieza creada por su padre, luego de aquella declaración fundada en el romanticismo.
Si en Lo mejor... podían verse caballos, autos y valijas que volaban, el viejo nuevo espectáculo, pensado para toda la familia, promete más: por supuesto que el título no engaña y habrá bicicletas que vuelen y flores que se desprendan de la tierra. La novedad está en la incorporación de la danza, a cargo de Adéla Srncová, hija del fundador de la compañía. “Mi hermana hizo un hermoso trabajo de coreografía”, cuenta Srnec, entusiasmado. Producto de esta mixtura el público tendrá oportunidad de conocer a Tali Walter, el benjamín del grupo –y el más joven miembro en toda su historia–, un bailarín de sólo quince años que hará el papel de Cupido. Finalmente, Srnec destaca que La bicicleta... es más compleja a nivel técnico. “Usaremos cuatro reflectores en lugar de dos, que es lo usual. Por eso, algunas escenas son más brillantes y coloridas”, adelanta.
Si el empleo de una técnica en cierto punto surrealista y la identificación con la obsesión del joven inventor –que tal vez se canalice en la sorpresa que genera el ver cómo los objetos se elevan– pueden despertar el interés por el Teatro Negro de Jirí Srnec, hay otra particularidad que vuelve a la pieza única en su género: al ser la primera creación de Srnec padre, La bicicleta voladora es la fundadora indiscutida del teatro negro. “Aquí es famoso”, destaca Srnec.
Contrariamente a lo que podría pensarse, cuando se le consulta a Srnec qué le produce el hecho de presentar el primer espectáculo de la compañía, el joven no esboza ninguna cuestión sentimental. Sus palabras parecen oscilar entre la mirada del hijo y la del artista. “Siempre es un desafío hacer una vieja pieza, porque no debe parecer que lo es. Tiene que estar fresca, llena de energía”, sostiene. Según da a entender, lo que vuelve a La bicicleta voladora un clásico no es solamente el hecho de ser la obra más antigua del grupo, sino la posesión de una esencia que siempre se les concede a las obras consideradas como tales: su carácter de permanencia a través del tiempo. Es un logro que, en parte, consigue la música, de la autoría de Srnec padre: “Es genial aun con el paso de los años. También hay buenos bailarines: eso representa el 50 por ciento de la coreografía”.
“Creo que mi padre tiene un don: las cosas que hace no maduran tan rápido como las piezas de otros artistas actuales”, expresa, ahora sí, un hijo embelesado. “Tenemos esta música fantástica. Eso, unido con sus grandes ideas, hacen que sea mucho más fácil hacer el espectáculo”, agrega. ¿Y cuál es la diferencia de esta compañía con las otras que desarrollan la misma técnica en Praga? ¿Qué es lo que lo autoriza a decir que las obras de su padre resisten en el tiempo más que las de otros creadores?
El teatro negro, luego también llamado teatro de la luz negra, nació como producto del afán de experimentación de Srnec padre, en 1961, quien le escapó al servicio militar obligatorio y se abocó al arte. Su técnica, consistente en la manipulación de títeres, la exaltación de objetos fluorescentes y la invisibilidad de quien los maneja, gracias a la tecnología ultravioleta, podría ser entendida como una rama dentro del teatro de objetos, por la intención de dar ilusión de vida a objetos inanimados. No sólo participan actores invisibles, sino también personajes a la vista del público.
“Cuando mi padre lo creó, no existía teatro negro en ningún lugar del mundo. En el primer año no ganó nada de dinero. Lo hizo porque amaba esto”, desliza Srnec. “Los verdaderos artistas quieren ser únicos, brindar algo nuevo en lugar de tratar de repetir el éxito de los otros.”
He aquí la razón por la cual Srnec pone el énfasis en las diferencias entre la compañía que dirige y las otras que rondan por Praga y por el resto del mundo. Eso es lo que, para él, hacen muchas compañías: repetir. Pero no parece estar molesto con el uso de la técnica, sino con el “agarrarse” de ella con fines comerciales. “Es difícil juzgar. Vi todas las compañías de teatro negro en el mundo. Deseo lo mejor a quienes usen la técnica. Pero no puedo estar de acuerdo con el uso del nombre que inventó mi padre. Es una manera de pensar el arte como negocio. Y cuando hablamos de cultura, todavía creo que el arte debe estar en primer lugar”, se explaya.
Y amplía: “Hasta 1989 en la República Checa había comunismo. Entonces, cuando alguien hacía arte, lo hacía por el arte. No había forma de ganar plata. Había instituciones del Estado protegiendo la cultura y subsidiando giras. Luego, todo cambió. La gente encontró que su ambición y su codicia podían ser satisfechas. No importaba de qué manera. El pasaje del comunismo al capitalismo fue demasiado rápido. De un día para el otro uno podía abrir su propia compañía o fábrica: todo lo que estaba prohibido. Y apareció alguna gente ‘inteligente’ que pensó en usar el famoso nombre de teatro negro para su beneficio. Pero, de nuevo, el verdadero artista nunca usa un nombre famoso que pertenece a otro pretendiendo ser original”, se queja Srnec.
La primera vez que la compañía de Teatro Negro de Praga pisó Sudamérica fue en 1970. Cuando pasa por Argentina, suele emprender giras por varias provincias. En esta oportunidad, el tour se extenderá hasta fines de agosto, y abarcará desde el norte hasta el sur del país. Algunos de los destinos son (en orden cronológico): Paraná, Santa Fe, Rosario, San Nicolás, Viedma, Madryn, Comodoro, Ushuaia, Río Gallegos, Córdoba, San Luis, San Juan, Mendoza, La Rioja, Salta, Jujuy, Tucumán, La Plata y Mar del Plata. “Vi la lista de las ciudades y me encantaría estar ahí. Puedo imaginar el aroma de los diferentes lugares, la belleza de la naturaleza y los eternos viajes en micro que parecen ser la mejor manera de dar solidez al colectivo”, se lamenta Srnec. “Aprendemos de las giras, nos sentimos como una familia. Sabemos casi todo sobre los demás. Con la gente adecuada puede ser un momento hermoso.”
Toda vez que un hecho artístico está poseído por el halo de la rareza, la pregunta obvia aunque inevitable es a qué tipo de público se dirige. Y cuando a eso se adiciona el carácter universal del fenómeno el interrogante es: ¿Hay diferencias entre los distintos públicos? Srnec da a entender que sí. “El público latinoamericano te da alegría, apertura, cordialidad... podría mencionar muchas palabras más, pero hay que estar en el escenario para encontrar la diferencia con respecto a otros países.” Y luego cuenta que, aunque no esté en la gira durante los más de dos meses que dura, intentará hacerse presente en algún momento. Deberá encontrar la manera de perderse paulatinamente en el gabinete negro.
Informe: María Daniela Yaccar.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux