Miércoles, 28 de julio de 2010 | Hoy
TEATRO › J. C. GENé, VERóNICA ODDó Y BODAS DE SANGRE. UN CUENTO PARA CUATRO ACTORES
El actor, director y dramaturgo, junto a la actriz y coreógrafa, dan cuenta de un Lorca fiel a su esencia, pero permeable a una suerte de síntesis de la memoria. Y destacan: “Lorca es el gran dramaturgo que toma la cultura popular y la eleva a alturas inigualables”.
Por Hilda Cabrera
“Tenía yo cinco años: no recuerdo nada de eso. Es un mito familiar. Un mito. Un relato con abundancia de leyenda y de verdades transpuestas que fundamentan existencias.” El actor, director, dramaturgo y docente Juan Carlos Gené ingresa a Bodas de sangre, de Federico García Lorca, desde sus recuerdos de infancia, “confusos”, admite. En su dramaturgia, adosa un subtítulo: Bodas de sangre. Un cuento para cuatro actores. El estreno se produjo en el Celcit, y es –a su manera– rescate de la memoria de un niño desconcertado ante la violencia ejercida sobre un ser que se le antojaba cercano. La versión de Gené apunta a lo esencial de Bodas..., drama representado en los teatros del mundo, como otras creaciones del poeta asesinado en la madrugada del 19 al 20 de agosto de 1936, en Viznar (Granada), poco después del levantamiento del 17 de julio, liderado por el general Francisco Franco. Fecha en que otro militar, Gonzalo Queipo del Llano, se hacía eco de la arenga del general Millán Astray: “¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!”.
Bodas... le fue inspirada a García Lorca por un suceso que tuvo lugar el 24 de julio de 1928, en Níjar (Almería): la historia de la joven Francisca Cañada Morales (Paca, la coja), quien el día de la boda huyó con un primo hermano del cual estaba enamorada. Este personaje es “la Novia”, en Lorca y en la puesta de Gené, quien a su vez abrevia secuencias del original, cuidando de no restar potencia al texto. En diálogo con Página/12, junto a la actriz, directora y coreógrafa chilena Verónica Oddó, Gené señala recortes en “el cuadro que corresponde al casamiento, que es coral y con muchísima gente, y en algunos intermedios poéticos, que son lindos –dice–, como la nana del caballo negro, presagio de muerte, pero, por lo demás, la obra está entera”. La versión mantiene un ritmo interesante, ágil, más allá de los reparos de Gené respecto de su evocación: “Soy muy desconfiado de la memoria, y recomiendo a todo el mundo que lo sea”.
–¿Se refiere a una memoria desdibujada o al recuerdo que otro desmiente?
Juan Carlos Gené: –Uno inventa, aun cuando crea que está diciendo la verdad. En los encuentros con uno de mis hermanos hablábamos de nuestra casa de la infancia y comprobábamos que no habíamos visto lo mismo. ¿Quién mentía, o quién tenía razón? Nos asombrábamos de las diferencias. En relación con García Lorca, hubo cuestiones muy decisivas para mí. Empieza por ser cierto que al enterarme de su asesinato, me sobresalté. Lo supe por las conversaciones de mis tías en la casa de mi abuelo. Lorca había estado en Buenos Aires en 1933, y mi familia hablaba de esa visita. En mi cabeza infantil estaba el asesinato de la historia sagrada, el de Abel por Caín, pero eso era para mí una leyenda. No imaginaba asesinos en la vida real.
–¿Era muy niño entonces?
J. C. G.: –Tenía cinco años cuando desembarcó Lorca, y ocho cuando lo mataron. Las cuestiones relativas a su visita no las recuerdo, pero constituían un mito familiar. Mi generación está muy signada por la Guerra Civil Española, que comenzó en el ’36 y terminó en el ’39. En un hogar de ascendencia catalana como el mío, tuvo una presencia absoluta. Salvo los enfrentamientos bélicos, todo lo demás parecía que sucedía acá. De modo que en mi versión estoy refiriéndome a un mito, a cuestiones legendarias y otras que desconozco en su alcance y verdad, pero sé que mi existencia se fundamenta con lo sucedido en aquellos años de la infancia.
–¿Cuando la última gran inmigración era un fenómeno reciente?
J. C. G.: –Eran los años de la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Mi familia era radical yrigoyenista y muy librepensadora, por lo tanto se tomaba partido por lo que sucedía. Ahora bien, los límites entre el recuerdo, los relatos familiares y mis invenciones no son exactos. Borges decía que nuestros recuerdos datan de la última vez que los hemos contado.
Verónica Oddó: –Una hace síntesis de la memoria. Lo que ha quedado de Lorca en nuestra memoria son tres o cuatro imágenes que “aluden a Lorca”. Son indirectas, y una las resume como si hubiera tenido una única ocasión de recordar.
J. C. G.: –Verónica tiene la foto de un tío, fallecido cuando era chiquita, una imagen que para ella era la de Lorca.
V. O.: –No sé cómo lo mezclé, pero ahí está todavía la foto de mi tío en la casa de mi padre, en Chile, que ahora es mi casa. Quizá lo asocié porque también murió muy joven y de una manera espantosa. Además, se le parece. Mucho de lo que supe de Lorca fue “heredado” de un par de señoras amiguísimas de mi abuela que en 1939 llegaron a Chile como refugiadas, en el Winnipeg, un barco bastante viejo cargado de españoles que habían cruzado la frontera y se hallaban en Francia, muchos de ellos hacinados en unos campos. Estaban desesperados. El poeta Pablo Neruda –que había sido cónsul de Chile en España– realizó gestiones para que se aceptara el traslado. Algunos de esos refugiados fueron alojados en la casa de mi familia. En mi imaginario, Lorca era el tío ausente de la foto, y además poeta, como mi abuelo materno.
–¿Cómo les impactó saber que fue fusilado?
V. O.: –No podíamos imaginarlo, porque eso era como matar a un ser alado, fusilar a una mariposa.
J. C. G.: –Entonces no se hablaba todavía de fusilamiento. No se sabía cómo había sido, ni siquiera había una aceptación oficial de la noticia: el bando franquista decía que era mentira. Mi padre y mi abuelo eran argentinos, y mi bisabuelo catalán. En mi casa se hablaba catalán. Mi padre fue dos veces presidente del Centre Catalá, que en 1941 se fusionó con el Casal de Catalunya. Uno entraba al edificio de Chacabuco al 800 y lo primero que encontraba era el busto de Lluis Companys, el presidente de la Generalitat de Catalunya fusilado en 1940 por el régimen franquista. Todo eso estaba en la historia de mi familia.
–¿La intención es fundir experiencias?
J. C. G.: –Por ahí cuento un episodio de confusión que viví al enterarme de qué cosas pasaron durante la Guerra Civil. Cuando finalizó, empezaron a desembarcar los refugiados. En 1940 llegaron exiliados el poeta Rafael Alberti y su mujer, la escritora María Teresa León. Ellos hacían un programa por Radio Argentina, Por los caminos de España; y ahí empecé a escuchar conscientemente los poemas de ese señor Lorca.
–Poemas que rescataron para el teatro...
V. O.: –Con Verónica presentamos varios espectáculos sobre Lorca: Cuerpo presente entre los naranjos y la hierbabuena; Memorial del cordero asesinado; Las delicadas criaturas del aire; Yo tenía un mar; Aquel mar es mi mar y ahora Bodas... Antes trabajamos sobre fragmentos de textos y poemas. Esta es la primera vez que lo hacemos sobre una obra.
J. C. G.: –Hay otra razón por la cual relaciono a Bodas... con mis recuerdos. Se debe a que los dos actores jóvenes que nos acompañan, Camilo Parodi y Violeta Zorrilla, empezaron a hacer unos trabajos sobre Lorca, muy atractivos. Hace años que se entrenan con nosotros. Los conocemos desde muy chicos. Con el tiempo, esos trabajos crecieron, y ahí surgió la idea de esta obra. También por el deseo de que Verónica regresara como actriz con un clásico, con un papel para su temperamento y condición.
V. O.: –Camilo y Violeta hallaron una forma diferente, profundamente motivadora. Sin ellos tal vez esto no se hubiese dado, o se hubiera dado otra cosa.
J. C. G.: –La otra razón por la cual dije “esto es lo que queremos presentar” fue el sedimento que lleva uno respecto de Lorca, y no sólo por cuestiones sentimentales y por cómo uno se ha ido formando en relación con ciertos valores, sino porque creo que no hay ningún autor moderno español –desde el Renacimiento para acá– que tenga un sentido de lo clásico más cercano a la tragedia clásica. Y todavía más: pienso que es difícil hallar un autor de teatro europeo con igual fuerza trágica, reveladora hasta su asesinato. Aun los más grandes de entonces están en otro campo. Lorca es el gran dramaturgo que toma la cultura popular y la eleva a alturas inigualables.
–¿Diría que transmitió sin miedo “pasiones elementales”?
V. O.: –Justamente, creo que le cobraron su arrojo; ese coraje que expresó entre múltiples dones, como el dibujo y la música. Cuando tocaba el piano hacía bailar hasta un ministro. Poseía una vitalidad increíble. En su viaje por América del Sur estuvo en Buenos Aires y asistió a las representaciones de La zapatera prodigiosa y Bodas..., por la compañía de Lola Membrives. De esa época es Yerma, estrenada en 1934 por Margarita Xirgu, en Madrid. Había que tener coraje... Sus textos me recuerdan aspectos de las historias de nuestros países: la violencia, las divisiones en una misma familia... ¿Cómo íbamos a imaginar los chilenos que en un paisito como el nuestro, que por su geografía parece que se está cayendo al mar, se produjera tanta violencia interior?
J. C. G.: –Hay una diferencia. Nosotros vivimos una dictadura y España, una guerra civil. En una guerra civil el ejército se divide. En España hubo una guerra, con una resistencia muy fuerte, es cierto, y una matanza.
–¿Cómo fue la experiencia respecto del lenguaje?
J. C. G.: –Los rioplatenses tenemos grandes contradicciones con el idioma, en parte por las diferentes corrientes inmigratorias. De modo que abordar un texto de Lorca, con todo su vuelo poético, es un reto, un trabajo técnico que debemos manejar sin perder la esencia.
V. O.: –Ese reto es “decir” el texto como si fuera propio.
–¿Qué significa actuar nuevamente juntos?
V. O.: –Para mí, ser feliz, porque durante mucho tiempo esto no era concebible. Pasé años muy duros con mi enfermedad de laringe, y regresar ahora con una obra de García Lorca, y con Juan en el escenario, es muy emocionante. En Chile sigo dando clases en una escuela de teatro de Santiago y he presentado algunas obras con apoyo del Fondo Nacional para el Desarrollo de las Artes, hoy, la única manera de hacer en mi país el teatro que una quiere.
* Bodas de sangre. Un cuento para cuatro actores. Dramaturgia de Juan Carlos Gené sobre Bodas de sangre, de Federico García Lorca (1898-1936). Actúan Verónica Oddó, Juan Carlos Gené, Violeta Zorrilla y Camilo Parodi. Escenografía y vestuario: Carlos Di Pasquo. Dirección de Juan Carlos Gené. En Celcit, Moreno 431, los sábados a las 21 y domingos a las 19. Entrada: 40 pesos. Estudiantes y jubilados, 25 pesos. Reservas: 4342-1026.
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