Miércoles, 28 de julio de 2010 | Hoy
CINE › JORGE NAVAS, DIRECTOR DE LA COLOMBIANA LA SANGRE Y LA LLUVIA
“No todo en la ciudad de Bogotá es así, pero lo que mostramos es muy realista”, detalla el cineasta, que en la película que se estrena mañana en Buenos Aires pone el foco en dos almas en pena atravesando una larga noche preñada de violencia.
Por Oscar Ranzani
Una nueva cara asoma en el cine independiente colombiano. Se llama Jorge Navas y es el niño mimado de la prensa de su país. Nacido hace 37 años en Cali, Navas, antes de dedicarse al cine, estudió Comunicación Social en su ciudad natal, y desde los 19 años comenzó a meterse de lleno en el terreno de la imagen realizando audiovisuales en diferentes formatos como el documental, el video experimental y el videoclip, entre otros. Fanático del thrash metal, se convirtió en un viajero de mundos urbanos. Y precisamente, en el universo desconocido de la Bogotá nocturna focaliza su ópera prima, La sangre y la lluvia, que se estrena mañana en Buenos Aires.
La idea del film surgió de varios aspectos: “Soy una persona que recorrió la noche bogotana. Me han gustado la noche y la fiesta”, confiesa Navas desde el otro lado del teléfono, mientras completa que también estudió en una escuela de cine documental en Cali “que me permitió conocer la ciudad, recorrerla e identificarme con los lugares marginales”. Es por eso que en La sangre y la lluvia intentó realizar un retrato “de esa Bogotá nocturna y desconocida para muchos de sus pobladores, donde se mueven muchas fuerzas en conflictos sociales”. “Por otro lado, siempre me interesaron las historias de amor que no se pueden concretar, y las de chicas de la noche que están en las drogas y que siempre están buscando afecto y cariño de la manera más extraña posible. Esa mezcla entre la ciudad, la sordidez y el amor le dieron vida a la película”, agrega el cineasta.
La sangre y la lluvia está protagonizada por Quique Mendoza –un actor muy conocido en el teatro y la televisión colombiana– y su esposa, Gloria Montoya. Mendoza compone a Jorge, un hombre solo, en pleno dolor por la muerte de su hermano William, un taxista que ha sido asesinado por una banda de delincuentes que intentaron robarle el auto que conducía. Jorge busca venganza, pero no le resultará tan fácil conseguirla, ya que sin querer se meterá en un mundo turbio que lo llevará a situaciones límite. La historia –que transcurre en una noche lluviosa en la zona más riesgosa de Bogotá– también presenta a Angela (Montoya), una mujer desangelada, si se permite el juego de palabras: está acostumbrada a perderse en la noche, en la rumba, en el alcohol y las drogas, e intentando que el sexo fácil le permita olvidarse de la falta de afecto. En determinado momento, Angela para el taxi de Jorge y lo ve lastimado, producto de una golpiza que le propinó la banda liderada por el Teniente González, un policía corrupto. Desde entonces, y casi por casualidad, Jorge y Angela no se separarán y deberán buscar la mejor manera de sobrevivir tratando de concretar el amor en medio de un clima extremo de violencia y peligro constante.
–¿Qué tan parecida es la Bogotá de la ficción a la verdadera?
–El film tiene un espíritu muy documental. En ese sentido, diría que es exactamente igual, sólo que estamos hablando de un sector de la ciudad y de un contexto muy particular. Pero es muy realista. Yo no podría asegurar que toda la ciudad es así, que en toda la ciudad exista ese nivel de peligro y de violencia, pero en el sector en el que entramos nosotros, el Barrio Santa Fe, hay una cantidad de fuerzas en conflicto muy fuertes.
–¿Por qué buscó centrarse en el lado oscuro de Bogotá?
–Tengo una fascinación con la oscuridad en todos sus sentidos. No soy bogotano sino de Cali, pero vivo en Bogotá desde hace catorce años y la sensación siempre fue de una ciudad oscura, donde está el peligro al acecho. Hay una densidad en el ambiente durante la noche. Y la misma gente a la que le gusta la fiesta aprendió a vivir con ese peligro y con esa densidad. Hay extremos: mucha alegría, mucha celebración y, al mismo tiempo, siempre bordeando un hecho violento o un peligro.
–¿Y de qué modo buscó reflexionar sobre la violencia urbana a través de la ficción?
–La película tiene un contexto político que no está explícito en la historia, pero el origen viene de ahí: en Colombia hay dos guerrillas, grupos paramilitares, delincuencia común, narcotráfico. Y todas esas fuerzas se ponen en conflicto. Y me parecía que en el centro de la ciudad, en estos barrios donde trabajamos nosotros, se vivencia mucho ese caldo de cultivo que se produce porque todos esos conflictos están en el país, más precisamente en el corazón de la capital del país. Y yo quería establecer una metáfora de esas fuerzas y de cómo un ciudadano normal, en este caso un taxista que no se mete con nadie, termina involucrado al estilo de un sandwich, en medio de todas esas fuerzas, como en un espiral de violencia. Y todo eso está mezclado con una historia de amor o un polo de atracción de seres muy solitarios.
–¿Qué tan abordado fue el tema de la violencia por los cineastas colombianos y qué cree que le aporta su película a la discusión?
–Buscamos no caer en la caricatura ni en ningún cliché de la violencia. Aparentemente, en Colombia se ha trabajado mucho este tema pero a través de la televisión con mucha banalidad, e incluso con una estética de todo esto de una manera glamorosa. Eso me parece muy vacío, y muestra que no se está hablando realmente del conflicto tan profundo que hay en este país. En el cine colombiano debe haber tres o cuatro películas que han hablado de la violencia y de la complejidad del ser humano en medio de este país. Las reflexiones fueron muy pocas hasta el momento, y creo que hay que hacer muchas más. Nosotros intentamos presentar ese contexto de amor y violencia, pero con los personajes metidos en la contemplación y muchas veces como en un silencio, donde la violencia es casi una excusa. No es una película de acción donde hay violencia: es una historia de seres humanos que son tocados por la violencia.
–¿Se propuso también reflexionar sobre la soledad en el mundo urbano?
–Sí, la película es ciudad, soledad y noche. Son palabras que estaban en mi cabeza cuando la pensaba.
–¿Puede haber amor en situaciones extremas? Y si es posible, ¿qué tipo de amor puede surgir?
–Yo creo cuando uno atraviesa una experiencia de miedo y muy cercana a la muerte, esos extremos hacen que uno se aferre a algo que le dé seguridad. En la película no alcanza a desarrollarse un amor, pero sí una atracción, una química y una empatía entre dos soledades. Es el inicio del descubrirse en el otro a partir del silencio, de la soledad y del miedo a la vida.
–¿Cómo fue la experiencia de trabajar con dos artistas que tienen una gran química en la ficción y que son marido y mujer en la vida real?
–Hicimos un casting, pero no teníamos la intención de que fueran marido y mujer: fue una coincidencia porque se presentaron juntos. Trabajamos mucho los personajes y su psicología. Pasó mucho tiempo entre el casting y el inicio del rodaje de la película. Ellos tuvieron mucho tiempo para prepararse.
–Si bien tiene una estructura de thriller, el ritmo narrativo no responde a los parámetros de Hollywood. ¿En eso radica su intención de hacer un cine contemplativo?
–Sí, nosotros en ningún momento pensamos en hacer una película de género. No estábamos buscando las normas del género ni tampoco respetarlas. Entonces, al no ser ésa la intención, yo estaba más preocupado por la contemplación. No estaba la idea de que se pareciera a una película hollywoodense. En el extranjero, muchas veces terminaron comparando la película con otras de Michael Mann. Más bien nos inspiramos en Abel Ferrara, David Lynch e incluso Andréi Tarkovsky.
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