TEATRO › ENTREVISTA A ALFREDO ARIAS, QUE HOY ESTRENA TATUAJE EN EL TEATRO PRESIDENTE ALVEAR
El actor, director, autor y régisseur fantasea sobre el encuentro entre Eva y Miguel de Molina, “artistas alcanzados por la historia”.
› Por Hilda Cabrera
En el imaginario del argentino-francés Alfredo Arias es posible relacionar a Eva Perón con el cantante español Miguel de Molina y crear una dramaturgia desde lo emocional. El resultado es Tatuaje, obra concebida en Buenos Aires junto con un elenco argentino, vista en un ensayo abierto en 2009, estrenada en el Théâtre du Rond Point de París, formando parte de un tríptico, y ahora –con los mismos intérpretes– en el Teatro Presidente Alvear. Si bien dice no interesarse por las piezas que registran encuentros de grandes personajes, Arias halló paralelos en Eva y Molina al tomar conocimiento de un encuentro real. Anudó fantasía e historia, y armó un music hall que pretende ser “un poema sobre marginados”, seres que –más allá de su poder o sus cualidades– difícilmente logran la aprobación de los estamentos tradicionales de una sociedad.
Su espectáculo desarrolla episodios vividos por “dos artistas alcanzados por la historia”, de modo que, echando mano de un recurso muy suyo de insertarse en la realidad y comentarla sin desdeñar fantasmagorías, Arias convierte a Eva en Eva del Sur, “actriz en un teatro que va desde las Cataratas del Iguazú a la Patagonia”, y a Molina en Miguelito Maravillas, “quien desarrolla su arte en los teatros de Buenos Aires”. Señala que una y otro “se inventaron un personaje” y que esto les facilitó la sobrevivencia. Según este actor, director, régisseur, y esta vez también autor, “convertirse en personaje es protegerse; colocarse la coraza que permite el ingreso al mito: Eva es un mito total y Molina es el mito del ser flotante y poético”. Tatuaje nació luego de la lectura de Botín de guerra, libro de memorias del cantante. Arias se interiorizó en lo vivido por este artista perseguido por el franquismo –según se dijo, por homosexual–, nacido en Málaga en 1908 y fallecido en Buenos Aires en 1993. Molina fue encerrado y apaleado en su país y tuvo que exiliarse. Luego de varias peripecias y ya en la Argentina fue expulsado, buscó refugio en Uruguay y desde allí pidió a Eva Perón el ingreso.
–¿Hacer foco en los aspectos emocionales le proporciona mayor libertad?
–Tatuaje no es una pieza política ni histórica, aunque se comente la persecución padecida por Molina. En su libro, él cuenta su detención en dos pueblitos y recuerda el sufrimiento de una paliza descomunal. No tenía armas, era sólo un cantante y, sin embargo, se vio obligado a atravesar un infierno, desafiando con su sobrevivencia a un régimen autoritario.
–¿Qué esperaba hallar en la Argentina?
–Necesitaba un poco de calma, encontrar un lugar donde vivir, y Eva le dio asilo.
–Salvo la primera expulsión, fue aceptado por el público argentino, aun cuando aquí también se discriminaba al homosexual. ¿Qué pasó en el posterior regreso a España?
–Era bastante mayor cuando volvió a su país; dudaba sobre el recibimiento. Su vida en España había sido tortuosa, y ya de grande parecía no interesar ese personaje que se había armado.
–¿Por qué cree que se lo persiguió?
–Se cuenta –no sé si es real o fantaseado– que una persona, que era homosexual y tenía relación con el Ministerio de Relaciones Exteriores del gobierno de Francisco Franco, quería destruirlo. La cuestión, creo, es que Molina era distinto y evocaba algo distinto. Una persona como él, frágil y poética, podía provocar deseos de destrucción en la gente que apoyaba un régimen brutal y arbitrario. El no lo sabía, pero con su actitud estaba abriendo camino a todos los artistas ambiguos, pero no por ser un personaje afeminado. Había algo extraordinario en su persona que obligaba a que lo miraran de otra manera. Creó una poesía de lentejuelas y pudo sobrellevar el hostigamiento porque se lo consideraba un artista menor. Esto no pasó con Federico García Lorca, a quien, por ser un gran poeta, sólo se lo podía anular con el asesinato. En los regímenes totalitarios, todo lo artístico se vuelve inmediatamente político y ofensivo. Molina reaccionaba contra las imposiciones de los empresarios, y de eso hay testimonios.
–¿Qué representó como artista en la Argentina?
–En primer lugar, la nostalgia de España, y desde una visión refinada. Era obsesivo, cuidaba todo lo que rodeaba a sus espectáculos: mandaba a tapizar las butacas si estaban en mal estado. En sus apariciones daba la sensación de algo extraordinario que venía de lejos, querible y lujoso.
–La imagen de una España ilusoria... ¿Por qué califica a Tatuaje de poema sobre marginados?
–Eva Perón tuvo un origen humilde y también Molina. Como dije antes, los dos necesitaron construir su personaje. Molina tenía voz y calidad de vestuarista. He visto una exposición de blusas suyas en España, con diseños que van más allá del dibujo habitual, e impresionan por la invención y mezcla de materiales, son esculturas. En algún momento se dijo que ése era un arte maricón, pero vistas desde hoy pienso que pueden estar, sin desmerecer, al lado de una creación de Dalí o de Picasso.
–¿Con qué otra particularidad relaciona a los personajes?
–La intuición de la perfección. No es extraño que él tuviera esa calidad de aguja y bordado, y ella apreciara los vestidos de Christian Dior. Ambicionaban vestir el cuerpo con alhajas. A Eva la fascinaban y también a Molina, que coleccionaba piedras preciosas. Estos datos los obtuve de lecturas.
–¿Cómo debía ser el diálogo?
–A la manera de una conversación íntima entre dos actores que cuentan sus obsesiones personales. Ellos han muerto y pueden recordar libremente.
–Cuando usted era un chico, ¿qué le atraía de Molina?
–Lo que se comentaba: que además de cantar bordaba su ropa, que era un personaje afeminado y confeccionaba sus blusas de grandes mangas y muchos pliegues. Esa mezcla me resultaba exótica, tan fascinante como los lugares prohibidos, donde no se debía entrar, pero suponía que ocurrían cosas maravillosas. Con esa misma fascinación veía en televisión la imagen de Marlene Dietrich, que se había presentado en el Teatro Opera vestida con smoking y fumando. Era una especie de contrafigura de Molina, para mí un animalito fantástico, con sus blusas de grandes mangas como alas de una mariposa recamada.
–¿Por eso el recuerdo de Dietrich en Tatuaje?
–No quería encerrar la obra en un único repertorio. Hay temas de otros artistas, como Caetano Veloso y David Bowie. Imaginé un mundo de transgresión poética del cuerpo, donde canta todo el elenco, unos más y otros menos. En la parte escénica, Carlos Casella es el Molina que canta y se abre a repertorios más vastos; Marcos Montes cuenta los episodios más sensibles, y yo, el Molina muerto, asumo la parte más histriónica y grotesca del personaje expuesto a las candilejas. Sandra Guida interpreta a Eva Perón, y Alejandra Radano evoca a Conchita Piquer (en aquellos tiempos, rival de Molina) y compone a una burguesa que se enamora del cantante. Todos manejan una cantidad de información impresionante, a nivel musical y de idioma. Esta obra la presentamos en francés, ahora en castellano, pero podemos estrenarla en otros idiomas. Sólo con un elenco así me animo.
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