Es el padre de toda la dramaturgia del siglo XX. Introduce cambios sustanciales a la hora de contar dramatúrgicamente la realidad y rompe con la tradición lineal, aunque no fuera muy consciente de estos avances. Es el padre de todos los autores importantes del siglo XX, incluyendo a Beckett. Hay una cosa sumamente interesante: es contemporáneo de muchos de los intelectuales que van a adherir a la Revolución Rusa, pero él no cree en eso. Siempre pone el cambio 200 años para adelante, a veces en mil. Eso lo hace muy singular. El descree: cree que el hombre tiene que cambiar antes de que pueda producirse un cambio social. No cree en nada, ni en la felicidad ni en el amor. Sólo en el trabajo. Y su faceta ideológica es que cree en el trabajo con un sentido comunitario: en los maestros, los médicos, los que hacen algo por los demás. La mayoría de sus personajes no trabajan. Pinta una burguesía decadente que no tiene demasiado que hacer, pero siempre salva a los que trabajan, muy específicamente a maestros y médicos. No olvidemos que era médico y que iba a lugares donde había epidemias para trabajar desinteresadamente por la gente más humilde. En La gaviota, por ejemplo, los artistas que trabajan son sólo dos: Arkádina y Trigorin. Los demás no pueden hacer mucho. Nina al final se redime totalmente por el trabajo. Yo he hecho dos cosas de Chéjov: Penas sin importancia, de Griselda Gambaro, que mezcla una historia contemporánea y coetánea con partes de Tío Vania. Y después una versión de esta obra que se llamó El Caso Vania. Lo que siempre me llamó mucho la atención y me sigue impactando es que Chéjov sea íntimo amigo de todos nosotros. No hay ningún autor que se pueda considerar así. Porque todos tenemos autores preferidos, pero ninguno es tan íntimo, anhelado y querido como él. Conociendo su vida y su personalidad, entender la razón se facilita porque fue un hombre extraordinario, pero hay algo inasible en esta ternura que nos produce.