Viernes, 13 de mayo de 2011 | Hoy
TEATRO › EL DIRECTOR ADRIáN CANALE Y SUS DOS OBRAS EN LA CARTELERA PORTEñA
También actor, dramaturgista, autor y docente, estrenó en el ECuNHi Ausencia, inspirada en La Orestíada y en diversos textos sobre la militancia de los ’60 y ’70. Además dirige Amanda y Eduardo, en Puerta Roja, teatro-taller del que es uno de sus creadores.
Por Hilda Cabrera
La necesidad de expresarse y estrenar superando dificultades convierte al teatro alternativo en lugar de resistencia. Así opina el director Adrián Canale, también actor, dramaturgista, autor y docente, realizador de dos puestas en cartelera: Ausencia, en el Espacio Cultural Nuestros Hijos (ECuNHi), y Amanda y Eduardo, en Puerta Roja, teatro-taller del que es uno de sus creadores. Para Ausencia, se inspiró en diversos textos sobre la militancia revolucionaria de los ’60 y ’70, entre éstos La voluntad, un trabajo de Eduardo Anguita y Martín Caparrós, y Todo o nada (sobre Mario Roberto Santucho, fundador del PRT y comandante del ERP), libro de María Seoane; también en las imágenes fotográficas de Gustavo Germano, argentino que reside en España desde 2001, cuyo hermano Eduardo es un de-saparecido en la última dictadura militar, y en La Orestíada, trilogía de tragedias del griego Esquilo, que “actualizó”, ubicando la acción en la década del ’70.
Amanda..., de Armando Discépolo, no necesitó de grandes cambios, pero el director tuvo en mente, para la gráfica de esta obra, el rostro de La muchacha del turbante, óleo del holandés Jan Vermeer (siglo XVI), uno de los pintores más admirados por este director marplatense, realizador de numerosas puestas, entre otras La bruma, La cruzada de los niños, Remedios para calmar el dolor y Las Descentradas. Egresado de la Escuela de dirección y puesta en escena de la ex EMAD, Canale completó su formación con Javier Margulis, Daniel Veronese y Ana Alvarado, y fue invitado a participar de festivales internacionales. Mantiene contacto con grupos teatrales de Mar del Plata, estrenando obras elaboradas en equipo. Una de éstas ha sido seleccionada para representar a la provincia de Buenos Aires en la Fiesta Nacional del Teatro, que este año se desarrolla en San Juan. El título es Mundo portátil (el equipaje que se lleva y no se deja), con dramaturgia y dirección propia y de Paola Belfiore. En diálogo con Página/12, Canale reafirma su interés por la literatura y otros materiales “no específicos de teatro” para concretar sus espectáculos.
–¿Cuál es el hilo conductor entre los textos seleccionados y La Orestíada?
–Son textos cruzados por una historia de enceguecimiento. Aparecen como un arrebato en medio de la historia. En La Orestíada se narra el regreso de Agamenón de la guerra de Troya y su asesinato por su mujer, Clitemnestra, quien toma así venganza por la muerte de su hija Ifigenia, impuesta por Agamenón. A partir de ese momento se encadenan hechos sangrientos que no dejan espacio a la reflexión. El material fotográfico de Germano completó esta idea, permitiéndonos reproducir algunas de esas fotografías a través del cuerpo de los actores. Sentíamos que de esta manera cerrábamos la obra y, al mismo tiempo, generábamos una apertura respecto de la historia.
–Ausencia fue estrenada temporadas atrás en Puerta Roja. ¿Qué diferencia a aquel estreno de éste, en el ECuNHi?
–En primer lugar, el espacio es diferente, y eso modifica la puesta. Decidimos ubicar al público sobre el escenario y utilizar todo el largo de la sala, que es enorme y de gran altura. Nos han dicho que conmueve escuchar a Casandra, en otro segmento de la trilogía, decir “dónde estoy, en qué casa maldita, testigo de innumerables crímenes”. Ella es hija de los reyes de Troya, la profetiza a la que nadie da crédito. Sus palabras suenan distinto aquí. Entendemos que pertenecen al pasado y al presente.
–¿Qué opina de esos “encuentros” con las figuras míticas de los clásicos griegos?
–Creo que se dan porque pasan por cuestiones muy profundas, como la muerte, la venganza... Recuerdo un texto del poeta Juan Gelman, donde dice que a veces se siente más cerca de un poeta chino de la antigüedad que de un contemporáneo.
–¿Se intensifica esa impresión en el teatro, donde ni un corte de luz detiene la actuación?
–Eso nos pasó en el ECuNHi con esta obra. Era una noche tremenda, muy lluviosa. Nos quedamos sin luz, pero los actores no interrumpieron la obra. Al mismo tiempo, por la cercanía con el aeropuerto, se escuchaba fuerte el ruido de los aviones. Fue impresionante. Cuando esas experiencias se suman a una obra, entendemos mejor, y de primera mano, que en el teatro los discursos se abren y cierran de muy diferente manera.
–¿A qué se debe la asociación, en la gráfica de Amanda y Eduardo, con La muchacha del turbante azul, de Vermeer?
–En algún aspecto asocio esa gráfica con la obra, aunque la experiencia del personaje de Amanda no tenga relación con esa pintura. Me gusta, sencillamente. Amanda... es un muy bello texto de Armando Discépolo, un melodrama y uno de sus últimos escritos. En la obra, ella es tironeada por la realidad económica que vive su familia y su deseo amoroso.
–En los años ’30, la ética y el dinero eran temas frecuentes en el teatro...
–Sí, en el sentido de cómo el dinero transforma a una persona y qué importancia debe dársele para vivir dignamente sin sacrificar ideales. El texto de Amanda... es fuerte. Intenté alivianar su gramática, pero no modifiqué las ideas, que considero vigentes. En realidad, el acento está puesto en lo amoroso, en la presión que ejerce la familia sobre esta joven casada con un hombre mayor, enamorada de otro, también joven y casado.
–¿Cuál es el desafío de estas obras escritas para otro tipo de actuación y otro público?
–Me encanta encontrar materiales difíciles, con una escritura tan concentrada como la de Amanda.... El tema de la ética pertenece a todas las épocas, y siempre es interesante rescatarlo. Admito que existen dramaturgias contemporáneas que también se ocupan de esto, pero el teatro tiene un discurso que va más allá de una época. Puede no parecerlo en Ausencia, por ejemplo, donde hay elementos localistas. Sin embargo, la violencia, la venganza y la ceguera frente a los hechos se dan en todas partes. Los materiales puros y ciertos discursos se universalizan, como hoy podría ser también la falta de oportunidades. Uno piensa en Anton Chéjov, y ve que sus temas nos están rondando siempre, como el amor y el desamor.
–¿Favorece a la realización de estas puestas el trabajo en grupo?
–La posibilidad de encarar materiales arduos es mayor cuando se trabaja con actores conocidos. Con la gente de Ausencia nos conocemos desde hace siete años, y durante un año nos ocupamos de la obra. Leímos todos los textos sobre la militancia revolucionaria y La Orestíada, completa. De ese trabajo salió la adaptación. En Amanda..., algunos actores son los mismos de Las Descentradas, una puesta anterior que fue muy comentada. Con los grupos podemos planear a futuro. Ahora estamos interesados en algunos textos del escritor estadounidense Raymond Carver. Ya habíamos presentado dos obras basadas en relatos de él. Esto nos entusiasma, aunque no es fácil encontrar tiempo suficiente para reunirnos. Los actores de teatro independiente hacen tres o cuatro obras a la vez.
–¿Por temor a entrar en crisis?
–Esa es una realidad del teatro independiente que, a veces, genera dispersión. Uno se pregunta si tendrá trabajo, si le alcanzará el dinero... Los que nos dedicamos a la docencia logramos en alguna medida mantenernos y sostener nuestro pequeño teatro. Pensemos que hay salitas sólo para veinticinco personas, pero es bueno seguir, porque allí el público puede escuchar otros discursos y aventurarse en otras estéticas. Los lenguajes teatrales han cambiado, no digo que hoy se enseñe mejor ni peor. Se enseña distinto. La docencia es menos dogmática tanto en el campo de la ideología como en la técnica. La formación es más ecléctica y el actor tiene que adaptarse.
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