TEATRO › CORINA FIORILLO DIRIGE NEGRA LECHE DEL ALBA, DE PATRICIA SUáREZ
La obra es una reelaboración de Lo que quedó, también interpretada por Susana Di Jerónimo y Alejo Mango: se trata de dos monólogos sobre actitudes que debieron tomar los protagonistas para sobrevivir como víctimas de guerra.
› Por Cecilia Hopkins
Estrenada recientemente en la sala Tadrón bajo la dirección de Corina Fiorillo, Negra leche del alba es la reelaboración de un espectáculo anterior suyo que se llamó Lo que quedó, también interpretado por Susana Di Jerónimo y Alejo Mango. Al igual que aquella experiencia, el nuevo espectáculo está estructurado por dos monólogos de Patricia Suárez en los cuales sus protagonistas recuerdan actitudes que debieron tomar para sobrevivir como víctimas de guerra. Estos relatos habilitan, entre otros, el tratamiento de temas como la culpa, la justicia y la cobardía. Así, en Isolda muerta de hambre, una campesina cuenta que debió aceptar comida de un soldado alemán para alimentar a su hijo, episodio que la marcó para siempre, ya que por ese mismo hecho fue castigada socialmente. Por su parte, Sal y ceniza es el monólogo de un mago que consigue escapar de la guerra emigrando a la Argentina, un hombre que revive con culpa no haber reaccionado con valentía ante situaciones de injusticia, con el objeto de salvarse.
El cambio sustancial en la nueva propuesta de Fiorillo es la inclusión de un prólogo y un cierre de corte poético, compuestos ambos a partir de textos del rumano Paul Celan. Precisamente, de su poema “Fuga de la muerte” proviene el nombre del espectáculo. “Lo que hice fue una especie de patchwork de textos de Celan”, le explica Fiorillo a Página/12, “con la idea de hablar de la culpa desde un principio y terminar con palabras esperanzadas, dando a entender que existe la posibilidad de seguir viviendo a pesar del horror que uno puede haber vivido”.
En efecto, la culpa es el tema que atraviesa el espectáculo: “Es lo que siente cualquier persona que debe vivir una circunstancia que no provocó pero que la signa para siempre”, afirma la directora, “como aquel que se lamenta haber peleado por la comida en vez de haberlo hecho por un ideal, o haber callado con el objeto de sobrevivir”. Según Fiorillo, estos textos le posibilitan al actor trabajar desde la contradicción, “un elemento que es fundamental en el teatro, porque permite desarrollar la riqueza de las situaciones planteadas por la obra”.
–¿Qué otras lecturas posibilitan estos monólogos?
–En este caso los monólogos hablan de la guerra, pero bien pueden referirse a horrores que puede haber soportado el conjunto de un país. Quedar vivo genera mucha culpa.
–¿Cuáles son los pensamientos o sentimientos que originan esa culpa?
–No haber luchado lo suficiente, no haber hecho todo en contra de esa circunstancia adversa vivida. O no haber tenido la valentía de haber hecho lo que hicieron aquellos que no pudieron salvarse.
–¿Esa clase de culpa perdura en el tiempo?
–Ojalá que la culpa no se pierda nunca. Sobre todo en estos momentos, en los que veo una inacción social muy grande. Los que pensamos de determinada manera nos acordamos tarde para gritar.
–¿A qué se refiere?
–Al resultado del ballottage porteño, por ejemplo. ¿Teníamos que haber esperado cuatro años de gobierno de Macri para reaccionar? ¿Teníamos que esperar al peligro de su reelección para gritar en contra de un gobierno que no protege a la cultura? Unos días atrás fui al abrazo simbólico que se hizo al Teatro San Martín y con angustia comprobé que había muy poca gente.
–¿Por qué cree que ocurren estas situaciones de desmovilización?
–A que el sistema anestesia y no deja reaccionar. Después de saber el resultado de las elecciones porteñas, sentí culpa. Y es bueno que la culpa exista, así no vamos a esperar otros cuatro años para reaccionar en contra.
–¿Cómo ve que actúan las generaciones más jóvenes?
–Trabajé cuatro años en la Universidad del Salvador coordinando la carrera de Artes Dramáticas, y el alumnado –de un promedio de edad entre 18 y 23 años– no tenía incorporado el concepto de cuestionamiento. No pensaban en los propios derechos, no pensaban en las figuras de autoridad. Ya pasaron unos años y veo que la situación está cambiando.
–¿A qué lo atribuye?
–A que este gobierno generó leyes que impregnaron a la sociedad de debate, como la del casamiento igualitario o la ley de medios. Y eso es un triunfo, porque despierta debates y universaliza un movimiento de opinión subjetiva. Unos años atrás, por ejemplo, no existía la militancia joven. Hoy hay un debate importante también en los colegios secundarios. Creo que hay que tener esperanza y seguir trabajando.
–¿También desde el teatro?
–El lunes siguiente a las elecciones viví la euforia del comienzo del ciclo Teatro x la Identidad. Es muy importante hablar de la necesidad de mantener viva la memoria desde un hecho artístico. Continuar con estos proyectos es decirle a la sociedad que no hay futuro sin memoria.
–¿No existe el peligro de hablarle solamente al que ya está convencido?
–Sí, por eso trato de que obras que tienen una posición tomada en contra de horrores sociales lleguen a los colegios, a otros espectadores. Desde el teatro siempre hay que volver a reafirmar que la memoria es necesaria, porque es parte de la transmisión de una cultura.
–¿Cómo ve la actividad teatral, en general?
–Veo a la gente de teatro muy aislada en pequeños circuitos de amigos que se apoyan entre sí, con una actitud muy individualista y mezquina, cuando el teatro es un arte grupal por excelencia. Me gustaría estar viviendo una situación como la que generó Teatro Abierto, cuando la sociedad provocó al arte para que dijera lo que no se podía decir. Sin grandilocuencia ni parafernalias, creo que el arte es un camino para pensar.
* Negra leche del alba, de Patricia Suárez. Viernes a las 21 en Teatro Tadrón, Niceto Vega 4802.
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