Martes, 6 de septiembre de 2011 | Hoy
TEATRO › BEATRIZ MOSQUERA ANTE EL ESTRENO DE EL LLAMADO Y LA REPOSICIóN DE EL PRIMER DOMINGO
En El Búho se puede ver lo más reciente de la dramaturga, narradora, docente e investigadora, que parte de “una familia de clase alta que se desmorona, atrapada en su encierro”. En Taller del Angel, en tanto, está en cartel una obra que ella escribió en 1969.
Por Hilda Cabrera
Hay un “llamado” que se percibe como renacimiento, aspiración libertaria y oposición a lo instaurado. Y tal vez sea ése el que domina a Ezequiel Bilbao o José (por el general José de San Martín), como se autodenomina el joven confinado tiempo atrás por su padre en un loquero. Un padre autoritario que gritaba y puteaba en contra de esos “que pelearon para hacer volar todo por el aire”. Esos eran los amigos del hijo rebelde al que, dice su madre, la familia internó porque lo estaban siguiendo. Pasó el tiempo, murió el padre y la reclusión continúa. El hermano abogado decide mantenerlo guardado y darlo por loco, en tanto la madre se debate entre la culpa y la posibilidad de recuperarlo. Pero sucede que este Ezequiel, fiel a ese “llamado” que sólo él siente y escucha, desea una libertad plena, a la vez que se enamora de una interna que toma para sí la figura de Eva Perón. De modo que la alusión al General –el que corresponda a cada época– circula como metáfora ideada por la escritora, dramaturga e investigadora Beatriz Mosquera en El llamado, pieza que acaba de estrenar en el teatro El Búho, dirigida por María Esther Fernández. Autora atenta al marco político de las historias que relata y a sus conocimientos sobre filosofía, disciplina que ha desarrollado en calidad de docente, Mosquera multiplica actividad y cartel con la reposición de El primer domingo, en el teatro Taller del Angel; la escritura de una obra sobre Bernardo de Monteagudo y de una segunda novela, cuyo título, Nadie tiene por qué saberlo, genera tanta curiosidad como el de la primera, No te suicides sin mí (Ediciones El Escriba).
Mosquera ha publicado y estrenado la mayoría de sus obras, varias de éstas convertidas en materia de investigación en universidades del país y de Estados Unidos, Canadá y Polonia. Entre sus numerosos títulos se encuentran En ropa interior (unipersonal), Qué clase de lucha es la lucha de clases, La luna en la taza (1978), Pequeñas consecuencias, Violeta Parra y sus voces, Despedida en el lugar (Teatro Abierto 1982), No hay más lolas (1987), La irredenta (1989), Eclipse de luna, María, Luis y un carro (texto para TV), Una pasión necesaria y Pintura fresca. En sus trabajos enlaza el interés por lo histórico con la exploración del universo onírico y la necesidad de dar cuenta del desamparo social. De ahí que El llamado, cuyo punto de partida es “una familia de clase alta que se desmorona, atrapada en su encierro”, supone el anhelo de soltar amarras e inventar salidas a situaciones que se constituyen en “espejo” de las oposiciones que encadenan a la sociedad argentina. Esos “versus” –como apunta Mosquera, en diálogo con Página/12– resultan devastadores cuando se aspira a lograr cierta convivencia social.
–En la presentación de la obra se habla de un lugar donde “el hombre es sólo un animal enfermo que en el tránsito hacia su locura descubre la razón”. El desvarío de Ezequiel y María (los enamorados) es el espejo de un entramado social dañado y de una destrucción de los vínculos solidarios. El delirio no es un elemento nuevo en mis obras. En Madejas, Ana, la protagonista, sólo puede escapar de una realidad adversa a través del delirio.
–Ezequiel escucha las voces de sus amigos, los que lucharon por él y desearon un cambio social profundo, y se defiende de aquellos que, como su padre, dejan marcas y heridas en los otros. Este reclamo es el llamado del lobo, el que se mete en el cuerpo y no puede ser dominado. El que está en contra del orden establecido y llevó al protagonista a enfrentar a su familia. Mi intención es conducir esa situación hacia la zona de lo “no visible”, al espejo que determina nuestra mirada, y no organizarla según un pensamiento lógico. Esta sería una forma de establecer una línea de fuga, ingresar a otra dimensión del pensamiento y liberarlo en su camino hacia el conocimiento.
–Es lo que intenté en mi última obra sobre Bernardo de Monteagudo. Este líder político, abogado y juez tucumano (asesinado en Lima en 1825) es una figura llena de claroscuros (defendió las ejecuciones de líderes de conspiraciones y revueltas, entre otras la de Santiago de Liniers). Siempre fue un buen segundo de los más grandes: colaborador de los generales José de San Martín y Simón Bolívar en las guerras de la independencia. Monteagudo compartía las ideas bolivarianas.
–En cierta medida, a que nos debemos un rescate, pero también porque empezamos a fabular sobre la propia muerte. Creo que todos traemos esa preocupación por nuestro final, pero no le damos espacio porque tenemos otras urgencias. Para algunos es también una forma de darle continuidad a una historia.
–Esta es una adaptación que hice para actores que provienen del taller del maestro y director Agustín Alezzo. Este reestreno lo dirige Néstor Zacco. La temática es la misma, pero la obra necesitaba cambios porque los intérpretes son muy jóvenes. Mi planteo va en contra de la banalización. Situé la acción en el período posterior a la crisis económica y social de 2001 y en un contexto con características mundiales, en el que la tendencia es vaciar cabezas y promocionar valores que tienden a restar importancia a la identidad social, convirtiéndonos en simples consumidores de lo que se nos ofrece.
–De revisión histórica profunda y valiosa. Después de haber atravesado un período de devastación de la memoria, el teatro y la investigación histórica aportan interesantes reflexiones sobre episodios del pasado y el presente. A lo mejor, entre tanta actividad, superamos nuestros “versus”.
–En general, veo que los discursos y las críticas se refieren a aspectos formales y no tanto a contenidos. No es frecuente el diálogo ni el debate sobre teoría política ni sobre proyectos puntuales.
–En los años de la última dictadura militar, todo estaba más claro. Se sabía contra quiénes luchar, y el que quería, escuchaba y entendía. Ahora, cuando todo parece más fácil, y por supuesto menos cruento, los “versus” no se modificaron, pero también es cierto que han caído antifaces, y eso es formidable.
En El llamado, de Beatriz Mosquera, actúan Guido D’Albo, Silvina Segundo, Liliana González, Diego Pañart, Titina Makantasis y Rolando Agüero. La escenografía y vestuario es de Alberto Belatti y el diseño de luces de Belatti y María Esther Fernández. Completan el equipo las asistentes Jennifer Sankovic y Julieta Salerno; en iluminación, Victoria Lozano; sonido, Carlos Biso; en dirección, Ariel Giordanengo y Amira Mansilla Fajer. Diseño gráfico: ilustración de Sebastián D’Amen. Dirección general de María Esther Fernández. Funciones en el Teatro El Búho, Tacuarí 215 (4342-0885), los viernes a las 20.30 y los sábados a las 21.15. Entrada: 50 pesos.
El primer domingo, adaptación de Beatriz Mosquera sobre su obra del mismo título, escrita en 1969. Interpretan Romina Gil, Alicia Nieva, Javier Piazza y Sergio Sánchez de Bustamante. La escenografía es de Maite Corona, y la realización y asistencia escenográfica, de Eduardo Peñaloza. El diseño de vestuario es de Marcela Roig y la iluminación de ViLo. Operador de luces: David Rosso. Diseño gráfico: ilustración de Mario Nieva. Dirección general de Néstor Za-cco. Funciones en el teatro Taller del Angel, Mario Bravo 1239 (4963-1571), los sábados a las 19.45.
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