Mar 18.10.2011
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TEATRO › RAMIRO GUGGIARI, HORACIO PUCHETA Y SOFíA GUGGIARI HABLAN DE LA ISLA DE LOS NIñOS

Lo frío y cruel de los actos cotidianos

La obra está basada en “La colonia penitenciaria”, un cuento de Franz Kafka en el que un observador extranjero asiste a sesiones de tortura con una “máquina justiciera”. El cambio de título tiene que ver con que “el teatro es una isla y también un juego de niños”.

› Por Hilda Cabrera

El oficial no oculta su admiración al describir ante el observador extranjero el funcionamiento de la máquina justiciera. Como todo sistema impuesto para aniquilar la facultad de razonar, el castigo al condenado –que ni siquiera sabe por qué se lo juzga– debe ser ejemplar. De una situación semejante y de su desarrollo da cuenta el relato “La colonia penitenciaria”, del escritor checo Franz Kafka (1883-1924). Un texto sólido que despierta infinidad de lecturas y que el autor y director Ramiro Guggiari (Verte llorar, Complexión) se atrevió a llevar a escena con el nombre de La isla de los niños. El título suena insólito para un texto que denuncia la arbitrariedad y el desprecio por la vida de los otros. No lo es para Guggiari, quien lo consideró, en principio, interesante para una pieza teatral, pues “el teatro es una isla y también un juego de niños”.

Este trabajo se conoció como obra en preparación y con el nombre de La Colonia, en el Club Cultural Matienzo, en el marco del festival El Porvenir, organizado para directores Sub 30. En diálogo con Página/12, Guggiari, junto al actor Horacio Pucheta (Complexión, Marat/Sade, La incertidumbre, Tan callando), aquí codirector, y Sofía Guggiari (Locuración, Las Primas), actriz y hermana de Ramiro (ambos nietos de Eduardo “Tato” Pavlovsky), refuerza la asociación con la niñez. En esta dramaturgia surgió “la idea de que en esa isla existía una colonia de niños torturadores y que un observador adulto tenía la misión de evaluar y comprobar que allí la forma en que se organizaban incluía la tortura”. Más allá de este intento por inferir el germen de la crueldad, el autor se apropia de los personajes de Kafka e incorpora otros elementos. Los protagonistas son una jueza y un oficial, el explorador (observador o investigador) y el condenado, aquí, una acordeonista. La Colonia, un texto de 1914 en contra de los regímenes totalitarios, tiene en esta puesta otro enfoque: “Intentamos mostrar a la tortura como una consecuencia de la crueldad humana y no de un sistema político”, aclara Guggiari.

–¿Cómo es esto de manejar con humor (negro) la relación entre el observador y el verdugo?

Horacio Pucheta: –En la presentación anterior (en el festival El Porvenir) me tocó hacer del investigador, el que iba a explorar esa forma de hacer justicia, y admito que me costaba entrar en el papel, pero después pensé que hay maneras tan sofisticadas de avanzar en la tortura que era posible para esos personajes verla como algo interesante. En esta puesta, la máquina inventada sigue siendo la protagonista.

–O sea, el elemento unificador de “la lógica de la crueldad”...

Ramiro Guggiari: –El cuento de Kafka habla del Estado como sistema burocrático y agente de tortura. Siguiendo esta idea, la crueldad no estaría relacionada con una emoción, un impulso destructivo o una reacción sádica, sino con un sistema ordenado, como el nazismo, por ejemplo. Con una acción racional y un procedimiento admirado por la eficacia de su mecanismo. Este es un concepto central en la poética de Kafka, y eso no lo abandonamos.

Sofía Guggiari: –Relacionándolo con el título de La isla..., se puede pensar que ese invento de un comandante que murió es una especie de juguete. Cuando el personaje del oficial describe el funcionamiento con tanta admiración, convierte a la máquina en el chupete de una organización social cerrada, con valores diferentes a los del explorador.

–¿Cómo calificarían a ese observador?

R. G.: –Es un cobarde, un extranjero al que no le importa qué está pasando en esa colonia.

–¿Lo asociarían a la conducta de algunos observadores internacionales enviados a países donde se violan los derechos humanos?

R. G.: –Este personaje dice que se conmueve con la explicación del torturador y, aunque aclara que no puede aprobarlo porque sus costumbres no son las de él, lo sigue tratando cordialmente.

H. P.: –Y parece que no es por miedo.

–Sin embargo, escapa. ¿Qué hace ahí la acordeonista?

R. G.: –Viene a ocupar el papel del condenado.

–¿Otro cambio para un final suicida?

R. G.: –Llevar el final a escena era muy complicado. El torturador debía pagar su culpa después de leer la sentencia del comandante muerto, creador de la máquina. La sentencia dice “Sé justo”, y si el procedimiento debía morir porque no era aprobado, también él debía morir con esa sentencia marcada en el cuerpo. Nos iba a quedar desprolijo mostrar a un actor así torturado.

–¿Es mejor finalizar con música?

H. P.: –Y con música en vivo. En la primera versión el tema era “Merceditas”, una canción en ritmo de chamamé; ahora es una composición de la acordeonista con reminiscencia centroeuropea.

S. G.: –Lo importante sigue siendo la máquina. De este mecanismo proviene la luz y el procedimiento judicial de la colonia. Es una obra oscuramente cómica. Desconcierta.

–¿Qué conclusión sacan de este trabajo?

R. G.: –No puedo decir que ésta es una reflexión en términos políticos sobre la tortura, porque preferí hablar más abstractamente de la crueldad humana. El tema me interesa, pero escindido de la coyuntura política, como un hecho no ubicado en un período histórico. Prefiero mostrar lo frío y cruel que pueden ser los actos cotidianos.

–¿Relacionan ese invento estrafalario con la locura?

R. G.: –No. Los que practicaron la tortura en nuestro país durante la dictadura no estaban locos. Al contrario, conecto la tortura con la racionalidad llevada al extremo.

S. G.: –Como los burócratas de la obra, encuentran en ese invento una razón de ser. Ellos son los que sostienen el mecanismo.

–¿Por eso la importancia de convertir en mito al viejo comandante? En ese caso, ¿la disciplina y el orden terminan siendo negativos?

H. P.: –Ante ese orden, el personaje del observador se desdobla. No es el mismo en su país que en la isla. El no está de acuerdo con la tortura, pero cumple órdenes y se limita a informar. Esto pasa también en esta época. Hay protestas aisladas, pero no se organiza una campaña de carácter masivo y mundial en contra de la tortura.

–¿Proyectan más obras?

R. G.: –Con Horacio continuamos las funciones de Complexión, en La Ranchería, él como actor y yo como autor y director. Es un elenco importante, donde trabaja Catalina Briski, hija de Norman Briski.

S. G.: –Escribí un monólogo, todavía sin título. Es una historia con personajes de circo. Un rejunte de marginados, de gente vulnerable. Uno de los personajes es una bailarina renga.

H. P.: –Con Ramiro tenemos proyectado estrenar otra obra suya, y estoy trabajando con el actor y director Lorenzo Quinteros sobre el Facundo (civilización o barbarie), de Domingo Faustino Sarmiento. Comenzamos a investigar sobre este libro (de 1845) en la Escuela de Arte Dramático, y ya tenemos el elenco formado y la dramaturgia.

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