Mié 19.10.2011
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TEATRO › DESDE ESTE SáBADO, EL TEATRO SANITARIO DE OPERACIONES CELEBRA EN IMPA

Festejar quince años de desafíos

Desde 1996, la compañía busca –con éxito– dejar a un lado el rótulo fácil de “los hijos de La Fura” con el que se la identificó en principio. Quique López, Jacqueline Miller, Damián Janza y Gonzalo Llanes expresan sus razones para la fiesta.

› Por Diego Braude

Una jaula esférica, cubos metálicos, una escalera que aún no sube a ningún lugar y otros varios que se amontonan. Esperan su turno para despertar una Julieta condenada, una colección de mártires y verdugos y otra de seres diarios deseando volverse fantásticos en el tiempo suspendido de una fiesta nocturna. En la sala Corrugado de IMPA (Querandíes 4290), Quique López, Jacqueline Miller, Damián Janza y Gonzalo Llanes, del Teatro Sanitario de Operaciones, posan con objetos de las obras Mantúa, Piedad y Kotidiana. En otra foto lo hacen junto a trabajadores de la fábrica recuperada que para el TSO se convirtió en hogar artístico. Es que este sábado de octubre comienza en IMPA la retrospectiva con la que el TSO festeja sus primeros 15 años de existencia y que consistirá en la reposición de los espectáculos mencionados, junto a la publicación de un libro de ensayos de reflexión teórica sobre su producción. “Su propia historia es uno de los elementos más fuertes que tiene el hombre. La retrospectiva, más allá de poner las obras, es mirar para atrás y poder ver el camino que te da tu identidad”, dice López, director del grupo.

El Teatro Sanitario de Operaciones nació en 1996, cuando un taller dictado por dos integrantes de La Fura dels Baus reunió a los que serían sus miembros fundadores. En 1997, el TSO participaba del primer Festival Internacional de Teatro con la intervención urbana Aparecido, en la cual un gigantesco desaparecido hecho de metal y luz retornaba desde el Riachuelo. Este marco fundacional y de influencia haría que fueran bautizados como “los hijos de La Fura”, rótulo que nunca les pareció pertinente y al que alguna vez Quique López contestó con algo de ironía: “Somos los hijos pobres de La Fura”. El otro mojón de origen –y que suele pasarse por alto– fue el haber sido en sus primeros inicios teloneros performáticos de bandas como Babasónicos, Divididos, Los Cafres y Las Pelotas; el recital, con su trabajo de espacios, su liturgia espectacular y el vínculo ritual con el público.

“Me parece que el agruparse te permite una posibilidad concreta de hacer creativo, con características de autonomía y de independencia a nivel artístico, con todo lo que eso significa”, dice Miller, escenógrafa, directora de arte y junto a López parte de aquel encuentro del ’96. Así es como Janza, uno de los más jóvenes de la formación, habla de confianza ciega en el otro y Llanes, miembro de la generación intermedia, resalta el poder emitir “una crítica descarnada en la cara, que para mí es respeto, porque está dicha no en función de matar tu trabajo, sino de sumarte”. Apostar a un proyecto colectivo es una toma de posición, pero su perdurabilidad en el tiempo no es algo menor, y los integrantes del TSO lo saben porque hay, como advierte López, condicionantes externos como que “los grupos no son una cuestión económicamente rentable y sí los proyectos individuales”.

A Aparecido le siguió Zamarra (1999, en el Centro Cultural Recoleta) y en 2001, en medio de la crisis ya trabajando en la fábrica recuperada IMPA (http://www.impalafabrica.org.ar/), el TSO estrenaba Mantúa, basada en Romeo y Julieta, de William Shakespeare. “Mantúa es algo que se acerca más a ese lenguaje furero, por decirlo así”, dice López. En un espacio industrial que luchaba por sobrevivir a las políticas neoliberales de la década del ’90, Julieta soñaba un sueño oscuro, sensual y turbulento, prólogo de la tragedia que la esperaba al despertar.

“En Piedad, la violencia forma parte de la narración, porque estamos contando la historia de los mártires”, explica Miller, y Janza agrega que “fue cuando nos metimos de lleno en lo que era incluir al espectador como parte fundamental de la escena”. Era 2005 en el Centro Cultural Recoleta y ya se experimentaban a la hora de pensar la puesta en escena los efectos pos Cromañón. Girando alrededor de una multiplicidad de estímulos visuales, auditivos, conceptuales e interactivos disparados por la imagen de la escultura homónima de Miguel Angel y la obra plástica Corpus Hipercúbicus, de Salvador Dalí, el espectáculo apuntaba a la capacidad de empatía, del “movimiento del alma hacia el dolor ajeno” como a la potencialidad del individuo para convertirse en parte de la horda. Piedad fue también el final de una etapa estética.

Finalmente, hace dos años y de regreso en IMPA, le llegaba el turno a Kotidiana. Para López, “con Kotidiana hay todo un movimiento hacia otro lado, desde lo musical, es más territorial, bien del hombre urbano de Buenos Aires”. Janza relata que combinando la consigna “¿Somos algo más que humanos cotidianos?” con el quiebre que había significado Piedad, “suprimimos la violencia; en Kotidiana dijimos ‘vamos a hacer una fiesta’”. La obra estuvo, a su vez, signada por otro proceso, que fue el serio problema de salud de uno de sus miembros. Miller recuerda una gira reciente que nuevamente tuvo al equipo completo: “Nosotros hacemos un kia, que es un grito entre todos antes de empezar la obra, y él grita ‘¡Vamos a licuarles el cerebro!’. Cuando él no estaba lo gritaba otro, y esta vuelta lo hacía él y para no-sotros es súper conmovedor. En Cipolletti nos dijeron ‘¡Qué alegres que son!’, ¿cómo no vamos a ser alegres si pasamos por eso?”.

Ahora, entonces, llega la decisión de festejar el recorrido con el plan de traer de nuevo a la vida de a una obra por fin de semana a partir de este sábado y repitiendo el mecanismo hasta diciembre. La cita será en IMPA (pueden adquirirse abonos para las funciones en www.teatrosanitariocom.ar), donde el TSO siente que juega de local desde 2001 (salvo la interrupción 2004-2008, lapso durante el cual el centro cultural fue cerrado); “a partir de permanecer y estar y que el lugar sea parte nuestra, nos dio el cuero para pensar un proyecto de semejante envergadura”, reconoce Miller. Es que éste es uno de esos casos donde el espacio mismo cuenta una historia y por eso López defiende, sin dejar de entender que nada está exento de tensiones, que “IMPA es una idea y una ideología que a nosotros nos gusta. Nos parece una utopía viva, esta cuestión de la horizontalidad, del cooperativismo, de una fábrica que funciona, y donde funciona un centro cultural. Es único en el mundo lo que hay acá: la fábrica trabaja hasta las tres de la tarde, y ahí comienza a funcionar un bachillerato popular, se abren las puertas del lugar a la comunidad”.

Si mantener una estructura colectiva no es rentable, si cada obra representa un esfuerzo de meses y años, cabe preguntarse por qué seguir insistiendo, por qué seguir haciendo teatro. Una parte de la respuesta la ofrece López, cuando dice que “somos defensores de lo público, y creo que una de las artes más públicas que hay es el teatro. Las artes escénicas las podés narrar, pero las sensaciones que te llevan a vivir este tipo de experiencias son vividas ahí en ese ritual”. Otra la propone Llanes, cuando apuesta a la continuidad 15 años hacia delante porque “esto es lo que me hace bien”.

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