Miércoles, 16 de noviembre de 2011 | Hoy
TEATRO › EXTRAñO JUGUETE, DE SUSANA TORRES MOLINA, UNA PUESTA DE TRABAJADORES DEL CERVANTES
Las actrices Cecilia Bruza y Magalí Meliá, el actor Marcelo Méndez y el director Enrique Iturralde cuentan cómo y por qué se zambulleron en la experiencia de montar esta pieza que, escrita en 1977, mantiene su aire entre enigmático y absurdo.
Por Hilda Cabrera
La irrupción de un extraño en una casa donde otros personajes construyen una relación cerrada es suficiente para que caigan las máscaras, crezcan los reproches y aparezca lo oculto. Una configuración semejante propone Extraño juguete, obra de Susana Torres Molina que traduce con negro humor caracteres propios de la época en la que fue estrenada. A partir de una situación en apariencia intrascendente, esta pieza de 1977 continúa atrapando por sus enigmas y su apelación al absurdo. Decididos a redescubrir la obra, las actrices Cecilia Bruza y Magalí Meliá, el actor Marcelo Méndez y el director Enrique Iturralde –trabajadores del Cervantes a excepción de Bruza– estrenaron esta pieza en el marco del programa El Cervantes en el Cervantes, primero en la Sala Orestes Caviglia del TNC y ahora en Patio de Actores (Lerma 568).
El retrato de dos mujeres a la pesca de estrategias para paliar la soledad, y el ingreso de un supuesto vendedor ambulante de lencería femenina reveló en los años ’70 –según el dramaturgo y maestro Ricardo Monti– “la inhumanidad de nuestras relaciones sociales” y la existencia de individuos que para ser ellos mismos “deben recortarse del mundo, asumir la irrealidad”. En diálogo con Página/12, Iturralde y los intérpretes memoran la propuesta hecha tiempo atrás a la dirección del Cervantes y el armado de la obra: “Comenzamos a ensayar en los tiempos muertos del teatro, cuando las salas estaban vacías y habíamos terminado nuestra tarea”, puntualiza el director. “La gente identifica a Magalí y a mí como trabajadores de prensa y a Marcelo como asistente de dirección, que lo somos, pero además cumplimos con nuestra especialidad de actores y directores por afuera del Cervantes, en el circuito independiente o el oficial. No fuimos las únicas cabezas que pensaron esto, pero nuestra idea cayó en buen momento”.
–¿Qué significó esta aceptación?
Marcelo Méndez: –Cuando Magalí y Enrique me convocaron, sentí que era parte de un emprendimiento revolucionario. Somos muchos los que en el Cervantes realizamos actividades artísticas, pero esto de mostrar proyectos propios dentro de un programa fue algo nuevo. Hubo cierta resistencia al comienzo. No teníamos claro cómo hacerlo, tampoco si sería viable. Pero, por suerte, hubo gente que tomó la bandera, se puso la camiseta y empezamos a juntarnos.
–¿Cambió la relación de trabajo?
Magalí Meliá: –Totalmente. Somos tantos que ni siquiera nos conocemos la cara. Nuestra propuesta, y la de otros, de distintas áreas y disciplinas, permitió un mayor intercambio.
Cecilia Bruza: –A mí me llamaron para completar el elenco, y fue muy gratificante. Encontré buena disposición en todos y pude integrarme.
Enrique Iturralde: –Aportamos algo que no figura en ningún currículum: la sensibilidad que aplicamos a nuestro trabajo diario. Como actor y director, y persona ocupada de la prensa, sé qué le pasa a un actor al momento de hacer una entrevista o cuando estrena o le surge un problema. Se pueden tener todos los títulos que se quiera, pero de poco valen si se carece de esa sensibilidad.
–¿Este reestreno en Patio de Actores es parte de ese crecimiento?
M. Meliá: –Sí, porque además salimos del Cervantes con respaldo: el teatro nos ha facilitado el vestuario y otros elementos.
–¿Por qué eligieron Extraño juguete?
E. I.: –Hice esta obra a comienzos de los ’80. La considero un clásico, y con muchas posibilidades de contacto con el presente. El juego que propone es tan claro que si uno no se aparta del texto puede jugar indefinidamente. Las relaciones entre los personajes está determinada por la posición que ocupa cada uno, y para no hacer zonceras es imprescindible ceñirse al texto. Las modificaciones que introduje son mínimas. Se debieron sólo a una necesidad de producción. Las edades de los personajes femeninos son menores a las que requería el original y adaptamos acciones inexistentes en esta época. Las clases sociales en conflicto no son las mismas de entonces, pero la lucha entre las distintas posiciones de los personajes sigue vigente.
–¿Cómo calificaría la obra?
E. I.: –La relación que se establece entre esas dos mujeres y el vendedor que llama a la puerta puede ser de la índole que se quiera, pero entiendo que la propuesta de la autora es política. Imaginé a la obra situada en un mundo en el que predomina el concepto de habitus, como diría el sociólogo francés Pierre Bourdieu, donde las acciones, los sentimientos y la forma de pensar se asocian a la posición social de cada cual. En ese mundo existen reglas que no son las de la moral pública, sino las propias, las internalizadas, esas que nos permiten hacer o no alguna cosa, y se relacionan con el permiso que nos damos. Esos esquemas o estructuras son los que –creo– están en juego en los personajes y en la forma en que los actores se ubican en esos personajes.
–Más allá del humor negro, ¿qué opinan del clima de amenaza? ¿Influyó la época en que fue escrita?
Cecilia Bruza: –Para mí es una obra atemporal, pero si pensamos en la fecha del estreno, encontramos algo siniestro. El tema del dominador y el dominado es común a todas las épocas. Mi personaje, Angélica, puede ser una mujer de hoy.
M. Méndez: –Mi primer pensamiento ante la obra fue problemático. Me pregunté cómo hacer un personaje que protagonizó Eduardo “Tato” Pavlovsky. Lo imaginé en aquel estreno de 1977, presentándose con ese corpacho en la casa de dos mujeres, como un vendedor ambulante. Uno de los temas más interesante de este trabajo es el uso que se hace de una persona. Esa situación de tener agarrado a alguien y que ese alguien no pueda soltarse me impresiona.
–Finalmente, no queda claro quién es juguete de quien...
M. Meliá: –No, porque la consigna que nos transmitió Enrique fue la de probar acciones diferentes, y si salían bien, no repetirlas, sino buscar otras. Yo había trabajado con el maestro Agustín Alezzo sobre algunas escenas, pero en esta puesta tomamos un camino diferente. Mi personaje es Perla, la más autoritaria de las dos mujeres, aunque después se vayan intercambiando esos roles para continuar el juego.
E. I.: –Si nos referimos a los momentos más escabrosos, pienso que también hoy experimentamos lo siniestro. Todavía se buscan cadáveres. El encuadre de la obra en la década del ’70 se modificó, pero sigue lastimando. De ese relato que plantea la autora –a quien agradecemos su generosidad, dándonos el permiso– subsiste la perversidad, manifiesta en el divertimento, la sexualidad y la muerte.
– ¿Otra herramienta de dominación?
E. I.: –Sí, porque dentro de las estructuras sociales que hacen posible la utilización de la persona no importa cómo es esa persona a la que se pretende dominar, sino qué atributos se le asignan.
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