Sábado, 21 de enero de 2012 | Hoy
TEATRO › EL GRUPO AVITANTES Y LA EXPERIENCIA DE LA OBRA OJOS CERRADOS
En esta puesta experimental, los espectadores habitan el espacio con los ojos vendados. Desconocen la topografía de la escena y el mundo que construyen se da a partir de estímulos sensoriales. Cada función propone la interacción con el público.
Por Diego Braude
A veces, la película no se proyecta sobre la pantalla sino dentro de uno mismo. Es de noche y dentro de una de las salas del Teatro de la Comedia (Rodríguez Peña 1062), los espectadores habitan el espacio con los ojos vendados; han ingresado ya en esa condición, por lo cual desconocen la topografía de la escena y el mundo que construyen se da a partir de estímulos sensoriales. “La idea es que es un camino interno, que la persona se vuelque hacia sí misma”, dice Jerónimo Grandi –también conocido como Ierus Nemó– respecto de Ojos cerrados, la obra que reestrenó AviTantes.
“Arrancamos como un grupo de música en el año 1999”, recuerda Enrique Montero –Quin Rhaalé en, como el caso de Nemó, la identidad adquirida a través del trabajo en AviTantes-. “Empezamos a experimentar diferentes cosas, con el tema de bajar la luz y trabajar en la oscuridad, porque nos dimos cuenta de que había más sutileza en el sonido, en la escucha; más que nada nosotros somos músicos, entonces nos interesaba mucho esto de investigar el sonido.” El proceso dio como resultado una primera versión de Ojos cerrados allá por el 2002, y desde entonces fue sufriendo modificaciones tanto relacionadas con los diferentes lugares por donde pasaron (desde salas “más under” y centros culturales a galpones y fábricas a punto de ser demolidas), como con la evolución propia. El público también fue cambiando, ampliándose, así como el grupo –del cual el número actual de integrantes no es posible confesar al lector.
Siguiendo una partitura que en cada función se ve afectada por la interacción con el público, cada músico-actor y el grupo como totalidad proponen estímulos que en cada individuo van encontrando respuestas diversas; a cada espectador lo modifican su propia experiencia personal, su estado emocional, su manera de sorprenderse o de confiar y dejarse llevar –porque sin esa entrega no es posible crear la ficción interna–. A diferencia del Teatro de Ciegos, los AviTantes no respetan una dramaturgia de evolución dramática donde la historia transcurre de manera tradicional, sino que ésta se va formando poéticamente en el propio espectador como si fuera un sueño escrito entre la propuesta hacia los sentidos y la forma de experimentarlos. Vendados los ojos, “se abren los sentidos y no sólo eso –explica Nemó–; pasan otras cosas, hasta el cuerpo es raro, es como si sintieras la presencia de gente. ¿Y con qué sentido lo estás sintiendo si todavía no te tocaron y ya lo sentiste?”. Lo espacial se trastrueca y adquiere otra forma de percibirse pero, ¿y el tiempo? “Lo temporal también se distorsiona –agrega Rhaalé–, y son otros tiempos, otros sonidos.”
Los AviTantes componen su música y entrenan a su propia gente. Para Maisa Pereira –Maisa Lem– “durante toda la obra se necesita la sutileza y el cuidado”, por lo que cada integrante nuevo es el fruto de un delicado casting donde técnica y cualidad humana deben ir de la mano y cada obra que se estrena ha pasado por un período previo de ensayos –una instancia, no obstante, que los integrantes marcan como constante y siempre presente incluso luego del estreno– sobre ellos mismos. La apertura del grupo implicó, a su vez, aprender cómo enseñar a los nuevos las técnicas y la sensibilidad adquiridas luego de tantos años de trabajo. Ierus Nemó, Quin Rhaalé y Maisa Lem son tres de los cuatro miembros originales de AviTantes (el cuarto es Christian Ugarte, ‘Swami Chris’), pero Octavio Pizzul pertenece a las camadas recientes (además de ser el único que no viene de la música sino de la actuación) y comenta que “cuando un ensayo de AviTantes no es un ensayo de pasar técnicas a chicos nuevos, sino que es un ensayo de experimentación, de búsqueda de cosas nuevas, resulta conmovedor y hay tanta belleza que vos salís del ensayo diciendo ‘¡qué bueno que tengo este trabajo!, yo trabajo de esto, tengo mucha suerte’”.
Esta característica de proceso siempre en movimiento es lo que hace que para Nemó “el crecimiento no es que venga más gente; el crecimiento es en profundidad. Hay un crecimiento en ese sentido, que es lo que puede sostener económicamente la situación de cada uno y lo que hace que nos podamos dedicar a esto, pero lo de la obra pasa por cada encuentro con cada persona”. Rhaalé completa diciendo que “esto es lo antimasivo. La vivencia es estar acá, y cada uno va a tener la suya; no hay medio que pueda registrar esto y después venderlo”.
“Para nosotros fue transformador, tuvimos que aprender muchísimo para estar acá. Todas las personas saben lo que es trabajar en grupo, que es muy duro. Para nosotros es muy intenso lo que nos pasa estando en AviTantes y tenemos una sensación trascendental de nuestro trabajo y de nosotros mismos”, dice Nemó cuando se le pregunta sobre el camino transitado y el que tienen por transitar. Para los integrantes de AviTantes, el vínculo con la obra es íntimo y es el producto del tiempo vivido, y quizá por eso Lem resuma su sensación concluyendo que “estoy donde tengo que estar, era esto”.
* Ojos cerrados va los jueves a las 21, viernes y sábados a las 23. Teatro La Comedia, Rodríguez Peña 1062.
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