TEATRO › GRACIELA DUFAU Y HUGO URQUIJO FRENTE AL ESTRENO, HOY, DE LA MUJER JUSTA
La actriz y el director son responsables de la adaptación teatral de la gran novela del escritor húngaro. Conformada por tres monólogos, la obra propone un interrogante: “¿Qué será de aquel que en su vida no halló a la persona justa?”.
› Por Hilda Cabrera
¿Existe esa otra persona que da sentido pleno a la propia vida; ese encuentro que los creadores de fábulas calificaron de mágico? En La mujer justa, adaptación de la novela homónima del poeta, escritor y dramaturgo húngaro Sándor Márai, que estrenan hoy Graciela Dufau y Hugo Urquijo, autores de la versión escénica, el deseo de “realizarse” a través del amor batalla con la personalidad de quien lo alienta. “Ninguno tiene todo lo que espera y desea”, dice Dufau, intérprete de María, esposa de un Peter que despierta amor en su mujer, interés en su mucama Judit, y probablemente en Lázar, amigo del alma. Conformada por tres monólogos, la obra propone un interrogante: “¿Qué será de aquel que en su vida no halló a la persona justa?”.
Los personajes narran fragmentos de una historia sentimental que los entrampó. Se expresan en distinto espacio y tiempo, y ante interlocutores diferentes: una amiga, un amigo y un amante. Quizá no sorprenda que algunas confesiones del personaje de Judit, la mucama, tengan puntos de contacto con las de la sirvienta Zerlina, de la novela Los inocentes, del austríaco Hermann Broch, quien liberado de la Gestapo por gestiones de amigos, emigró a Estados Unidos. Sucede que en los textos de Márai está muy presente el clima social de la época y la narración construida desde diferentes planos.
El traslado de la novela a la escena exige conocimiento y afinada percepción. Así lo demuestran, en diálogo con Página/12, Dufau y Urquijo, también intérpretes de la obra, y Urquijo a cargo de la dirección. El proyecto nació cinco años atrás, creció junto al interés de estos artistas por las ediciones internacionales de la novela y finalmente fue concretado. Dufau y Urquijo se organizaron en cooperativa junto a los compañeros de elenco: Arturo Bonín, Andrea Bonelli y Pochi Ducasse. Los amigos colaboraron, algunos con la entrega de objetos que aparecen en escena, simbólicos e ideales para el logro de una puesta despojada donde el diseño de luces es protagonista. En escena queda trazada una zona central iluminada y “orillas”, donde permanecen los personajes hasta salir a la luz. “Ellos no desaparecen y todo queda a la vista del espectador”, apunta Urquijo. Por su lado, Dufau señala: “No nos vamos de la obra; observamos a nuestros compañeros actuar en la zona iluminada y sentimos que estamos actuando, aunque en ese momento no nos toque estar en primer plano”.
–En esta historia de amor y desamor, el decepcionado es Peter, que anhela hallar a “la mujer de su vida”. ¿Un imposible?
Hugo Urquijo: –Peter pertenece a la alta burguesía y guarda un secreto nunca develado a su mujer. El elemento que lo va a delatar es una cinta violeta que María encuentra en su billetera, un objeto gastado, fetichizado. Esa sería la clave del desencuentro.
–¿Y la de su melancolía y el fastidio de la convivencia?
Graciela Dufau: –A Peter lo abruma el amor de su mujer. Relaciono ese rechazo con lo que les pasa a los personajes de algunas obras de Anton Chejov, donde uno ama a otro, pero ese otro no le corresponde sino que a su vez ama a otro. En la obra se produce un conflicto sentimental y también de clases sociales: Peter es un burgués adinerado y María, una mujer de clase media. Sus padres tuvieron sirvienta cuando ella cumplió quince años, edad en la que Judit comenzó a trabajar como sirvienta. Judit tuvo su primer par de zapatos a los 10 años y vivió, literalmente, en un hoyo cavado en la tierra, junto a su familia. Además, en los lugares donde trabajaba, limpiaba baños y no le permitían tocar la comida, como si ella estuviera infectada.
–¿Cómo fusionaron esas diferencias sociales con el carácter de cada personaje?
Hugo Urquijo: –Depurando y asumiendo el riesgo, porque todo nos resultaba de interés. La novela tiene cuatrocientas páginas y el libreto, treinta y cinco. Los dos primeros monólogos de la novela fueron escritos entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y el de Judit, la mucama, en la posguerra europea. Márai se refiere a la caída de la alta burguesía, que en aquella época convulsionada dio lugar al enriquecimiento de otra clase, también burguesa, pero diferente.
G. D.: –Peter pertenece al grupo aristocrático de las “doscientas familias”, como las llaman ellos. Eran las que entonces se proponían conservar lo que ya poseían.
H. U.: –Una clase muy aferrada a sus valores y al valor de la cultura. En nuestra adaptación no ha quedado tanta reflexión sobre el arte y la cultura, pero en una escena Peter plantea que la cultura es la verdadera patria, y que los pueblos cultos han sido pueblos felices.
–¿Cuál es el verdadero rol del amigo Lázar?
H. U.: –Este escritor es una gran incógnita. Cuanto más se lo investiga, más misterioso resulta. Su relación con Peter tiene ribetes sublimados de homosexualidad. María sostiene una feroz escena de celos con este “titiritero”.
G. D.: –Maneja a todos, y lo consultan, como María consulta a la madre de Peter.
H. U.: –Que no es un melancólico. No encaré la obra desde la melancolía. La búsqueda de la persona justa es sanguínea y apasionada.
G. D.: –Aunque no reciban lo que desean.
–Pero igual lo pretenden...
H. U.: –Porque subyace el sentimiento romántico, el anhelo de “completud”. En la adaptación fuimos yendo de la actuación a la narración y de la narración a la actuación, de afuera hacia adentro y al revés. Márai es un gran conocedor del alma humana. Su novela es atravesada por la psicología, por aquello que los seres humanos intentan hacer y no hacen, y por lo que no llegan a decir a tiempo. Estos actos, al ser suprimidos, tienen fuerte efecto en el transcurso de la vida.
G. D.: –Peter no tuvo capacidad suficiente para dejarse amar sin reservas, ni para comprender, perdonar y reparar. Hay momentos en que, fuera de tono, recuerda su niñez, rodeado de maestros y objetos que lo domesticaban para que cumpliera el rol del buen burgués.
–¿Asocian esta historia con vivencias del autor? Se sabe que Márai tuvo una vida de desarraigos, pero un matrimonio de muchos años y una amorosa convivencia con su mujer.
H. U.: –El pensamiento de Márai está vivo, pero la obra no necesita más: es elocuente por sí misma. De todas maneras es interesante observar que aquéllos fueron años duros para este escritor que vivió el exilio después de la ocupación de Hungría por las tropas soviéticas. Emigró a Italia, Francia y se radicó en Estados Unidos. En Hungría se había declarado antifascista y fue prohibido. Rechazó también el ideario comunista y quedó silenciado. Recién en los últimos veinte años se publicaron sus libros. En esta puesta, trabajamos sobre una edición italiana, otra inglesa, una estadounidense y Retratos de un matrimonio, también de Márai, publicado en inglés.
G. D.: –Nos da confianza saber que contamos con gente excelente y que después de muchos años Hugo vuelve a trabajar con Eugenio Zanetti. Su escenografía es muy bella...
H. U.: –La relación con Eugenio se mantuvo a pesar de la distancia. Antes de que se fuera a Estados Unidos, pusimos en escena El zoo de cristal, de Tennessee Williams, en 1978; primero en el Embassy y después en el Teatro Regina. En 1979 estrenamos Esperando a Godot, de Samuel Beckett, con Miguel Ligero, Roberto Mosca, Mario Alarcón, Roberto Yáñez y Horacio Zaballa; y Tiempos viejos, de Harold Pinter, en 1980, con Alicia Berdaxagar, Juana Hidalgo y Pepe Novoa. Retomar el trabajo con Eugenio es como iniciar el diálogo con la frase “Como decíamos ayer”. Su escenografía es totalmente conceptual y contiene objetos elocuentes del mundo burgués, como un gran marco dorado y vacío...
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