Viernes, 25 de mayo de 2012 | Hoy
TEATRO › ROMINA MORETTO Y LORENZO QUINTEROS HABLAN DE COMER DE NOCHE, QUE PUEDE VERSE EN EL PAYRO
Ella actúa y él dirige esta obra de la que ambos son autores, que arranca como comedia y culmina en la más horrorosa tragedia. “Nos hace reflexionar sobre la vida, sobre los exabruptos de los seres humanos, que es un tema que remite al origen del teatro”, aseguran.
Por Paula Sabatés
Comer de noche, escrita por Romina Moretto y Lorenzo Quinteros –quien también la dirige–, es el claro ejemplo de que a veces encasillar a una propuesta teatral en un determinado género dramático no tiene sentido. Durante casi toda la obra, el espectador aseguraría sin dudarlo que la obra es una comedia desopilante, aunque esté basada sobre un argumento que en el fondo no es tan gracioso. Al final, sin embargo, todo se transforma “de repente” en la más horrorosa tragedia y quien observa sale de la sala sin entender cuándo se produjo esa transición. En el medio, grandes actuaciones y una gran escritura configuran los aciertos principales de la puesta. La obra cuenta la historia de dos hermanos enfrentados por una misma mujer. Máximo y Esteban (Julio Molina y Gabriel Lima, respectivamente) llevan más de un año sin hablarse, desde que el segundo sedujo a Lucrecia (Moretto), ex mujer de su hermano y ahora su concubina. Pero ahora están decididos a reencontrarse, apurados por cuestiones financieras relativas a la herencia de sus padres ya fallecidos. Máximo va a cenar a la que fue su casa hasta hace poco. Pero no va solo, sino acompañado de Bianca (Anita Gutiérrez), una jovencita clarividente, vegetariana, fóbica a “los desenlaces trágicos” y “onda zen”. Bianca no pareciera ser el tipo de mujer al que el mayor de los hermanos está acostumbrado, a juzgar por su ex esposa, y que además ignora la verdad sobre los vínculos entre los otros tres personajes.
Durante la obra, en la que comerán carne y beberán vino (dos elementos de carácter significativo en la puesta), se irán poco a poco desentramando las verdades de esta familia disfuncional hasta devenir en acontecimientos terribles. Quizá la única forma en la que un conflicto de esta índole podía resolverse. En charla con Página/12, los autores de la pieza confiesan que se trata de un espectáculo diferente de los que venía haciendo Quinteros. “Hay cierto prejuicio que suele asociar a Lorenzo con la escritura seria”, dice Moretto en la casa que comparten. “Lo que no entienden es que se puede hacer algo seriamente, una comedia incluso, sin ser solemne”, apela el director.
–La obra provoca la risa de los espectadores hasta el final, que deviene en un desenlace muy trágico. ¿Cómo creen que se sobrelleva la mezcla?
Romina Moretto: –Cuando antes de estrenarlo compartimos el material con nuestra gente de confianza para una primera revisión, absolutamente todos nos pidieron un final violento. Fue curioso, porque todavía la obra no estaba puesta y no conocíamos esos otros colores que el público luego nos dio y que sí justifican ese final. Incluso hoy el público, después de verla, pide expresamente sangre. La fantasía empieza a correr de tal manera que la gente completa la propuesta con un final aún mucho más violento del que nosotros proponemos.
Lorenzo Quinteros: –Más que violencia, piden que finalmente la obra se redondee en un género. Y creo que es porque como espectador el género te salva, te distancia. Uno ve ese final y piensa “bueno, pero esto pasa en el thriller, no en la vida real”. Por eso es creíble que la gente termine espantada pero también se ría mucho. De todos modos, no nos interesan los encasillamientos porque creemos que a los espectáculos los vuelve toscos, brutos.
–La transición entre lo cómico y lo trágico es imperceptible. ¿Cómo lo trabajaron?
L. Q.:
–Hay algo que hace proceso, que es el alcohol. Eso está buscado, porque creemos que es un elemento que empuja hacia el descontrol, hacia acciones inconscientes. Está muy marcado en la obra y tiene que ver con la angustia de estos hermanos y con generarles un color que hace posible el descontrol.R. M.: –Hay un momento en el cual la copa, que tenemos todo el tiempo en la mano, deja de estar en primer plano. El espectador la naturaliza, pero cuando vuelve a fijarse en la mesa se da cuenta de que hay cuatro botellas vacías, o sea que en promedio cada uno se tomó una botella.
–Además del vino, otro elemento de importancia significativa y simbólica es la carne. ¿Con qué la asociaron al momento de escribir?
R. M.: –Sabíamos que en la obra teníamos que comer carne y que debía estar presente como metáfora de la sangre, de la bestia. Como me dijo mi terapeuta al leer el material antes de su estreno, con la inclusión de la comida están los tres elementos prohibidos para cualquier creencia o religión: el canibalismo, el incesto y el asesinato. En este caso, el canibalismo se manifiesta en estos seres que comen carne metiéndole el diente literalmente.
L. Q.: –La carne es un integrante fundamental de esta sociedad donde cada cual pretende pisar al otro. Vivimos comiéndonos los unos a los otros y eso es algo de lo cual no tomamos conciencia los seres humanos.
–La fobia de Bianca es curiosa: no puede aguantar una obra de teatro porque vaticina el final dramático que va a tener, se siente mal y tiene que irse de la sala... ¿Podría pensarse que le pasa lo mismo en la vida real, más específicamente con la situación que está viviendo en esa cena?
L. Q.: –Y... de algún modo ella se da cuenta desde el principio de que algo raro hay, y lo dice. Además vive sobresaltos desde que llegan a la casa de Esteban y Lucrecia, y dice que siente climas raros en esa reunión. Al final, concretamente, le dice a Máximo que le parece que eso no va a terminar bien. Así que de alguna manera traspasa esa fobia a esa situación.
R. M.: –De alguna forma, igual, ella reniega contra eso. Por ejemplo, cuando cuenta el argumento de Agamenón, la obra de teatro que acaba de ver con Máximo minutos antes de la cena. Sólo el espectador se da cuenta de que tiene el mismo argumento que lo que está pasando entre ellos. Pero ella no se da cuenta, probablemente porque quiere pensar que no va a pasar lo mismo.
–Hablando de Agamenón, más allá del guiño con el argumento de esa tragedia, son recurrentes las asociaciones con el teatro griego. La muerte, por ejemplo, se produce fuera del campo óptico del espectador. ¿Les interesó profundizar esa cuestión?
L. Q.: –Siempre me interesó la tragedia griega porque considero que hay ciertos resortes de esa poética que todavía se pueden seguir usando. Esta obra, por ejemplo, nos hace reflexionar sobre la vida, sobre los exabruptos de los seres humanos, que es un tema que remite al origen del teatro. Y ese origen es un tema recurrente en mí, porque considero que el teatro es una ceremonia de la humanidad que es arcaica. Hay gente sentada mirando al frente y gente en un escenario representando. Es un arte que va a ser siempre así o va a dejar de ser. No tiene evolución.
–Esteban recita en la obra pasajes de otra obra que está ensayando, Máximo cuenta su frustrada vocación de actor, y por la fobia de Bianca hay constantes menciones al teatro y al hecho teatral. ¿Por qué decidieron hacer explícito el artificio teatral, que el teatro hable del teatro, al estilo de Seis personajes en busca de un autor, de Luigi Pirandello?
L. Q.: –Siempre me atrajo el recurso metateatral. La transparencia que tiene el teatro es siempre cuestionable. Por eso creo que el metalenguaje ayuda mucho al conocimiento del hecho artístico. Hace que el espectador conozca más, y que más allá de llevarse una nueva ficción a su casa se lleve el conocimiento de cómo está hecha esa ficción.
* Comer de noche va los viernes, a las 20.30, y los sábados, a las 22.30, en el Teatro Payró, San Martín 766.
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