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Lunes, 25 de junio de 2012

TEATRO › EN EL RUIDO, UNA OBRA INSPIRADA EN KURT COBAIN

Dos cuerpos y una guitarra furiosa

Lejos del tributo, el espectáculo que protagonizan el bailarín Rakhal Herrero y el actor Sebastián Ezquerra está basado en los diarios que el líder de Nirvana escribió desde los 13 años. La obra ilustra el encuentro entre el mundo adulto y el adolescente.

 Por María Daniela Yaccar

¿Cómo hacer teatro a partir de la figura más críptica del rock? Una de las respuestas posibles la tienen Rakhal Herrero y Sebastián Ezquerra, dúo que protagoniza En el ruido (domingos a las 18.30 en El Extranjero, Valentín Gómez 3378). Se trata de una obra inspirada en Kurt Cobain, en parte en los diarios que el líder de Nirvana escribió desde los 13 años y que se hicieron públicos tras su muerte. ¿Cómo ser justos, en apenas sesenta minutos, con una música y una oscuridad tan particulares? Herrero –codirector con Diego Velázquez– y Ezquerra lo resolvieron prolijamente, lejos del tributo y de la biografía. Y “sin miedo”, aseguran a Página/12. Joven uno, adolescente el otro, se corren del mito y cuentan una historia que les es propia y que transcurre entre camisas leñadoras, peinados noventosos, guitarras furiosas y videotapes.

Probablemente ninguna creación que parta del universo Cobain pueda ser concluyente. Ocurre eso con En el ruido. ¿Es una historia? Sí, pero lo primero que pega es su atmósfera de canción de Aerosmith dañada, la que Cobain soñaba con hacer. ¿Es danza? ¿Es teatro? Ambas cosas. La escena ilustra el encuentro entre el mundo adulto –el de Herrero, de 31 años– y el adolescente –el de Ezquerra, de 17– con una guitarra eléctrica como epicentro. Las palabras escasean. Los cuerpos dibujan movimientos a partir de la música que se crea en vivo o que sale de los amplificadores sin que el espectador vea la fuente. Esta última parte la explica Herrero, que es bailarín: “En el ruido no luce coreográfica pero detrás de todo hay un pensamiento ordenador. El vínculo de la danza con la música es servicial, se baila a la música. Intentamos que la música ocupe otro lugar en una obra de danza: es central. No sólo porque hay una guitarra en vivo, sino también porque la temática original tiene que ver con ella”.

A Cobain no se lo menciona durante toda la obra. Se leen breves fragmentos de sus diarios que, además, han sido deformados para este espectáculo –uno refiere a los caballitos de mar, el otro a la masturbación–. Sólo suena una canción de la banda de Aberdeen, “Love Buzz” (de Bleach), “el menos Nirvana de todos los temas”, según Herrero, porque es un cover de los holandeses Sho-cking Blue. “Todos los que escuchan esta canción en la obra no saben de quién es”, recalca el bailarín. “La voz está distinta, y hay algo medio pop detrás de todo el ruido. Tratamos de corrernos lo más posible de Nirvana. Mi personaje no es Kurt. Le buscamos el rodeo a su música. Lo sonoro se exploró desde lo físico. Eso sí: se filtró en la obra cierta cosa opresiva, propia de Cobain”, explica. Su compañero en escena, Ezquerra, es actor –esta es su segunda obra– y está dando sus primeros pasos con la guitarra eléctrica. “Nomás muevo los dedos”, dice con modestia. Herrero lo mira con cariño y asegura que es bueno en lo que hace.

Lo que se percibe en la charla es similar a lo que la obra transmite. La idea inicial fue de Herrero, quien tuvo una adolescencia signada por el rock y por varios intentos de tener una banda, hasta que conoció a Michael Jackson y le dio por mover el cuerpo. En el ruido es la historia de una relación que nace, se expande y culmina en el mismo lugar: la música. Una relación que es asimétrica por una cuestión etaria. “El está transitando la adolescencia y yo ya salí”, contrasta Herrero. “A los treinta, la adolescencia aparece de vuelta. Hay cierta añoranza y nostalgia. Y uno se cuestiona la relación con lo musical como algo que no fue: casi todos soñamos alguna vez con tener una banda. Mi personaje es el de un fanático avejentado, es alguien que quedó pegado a un fanatismo. Soy, por momentos, el ídolo de Sebastián o quiero convertirme en eso. Al mismo tiempo, la adolescencia para mi personaje también es un lugar de idolatría. Hay cosas que un adulto no podrá tener más: sensaciones físicas, una energía y una percepción del mundo que son propias del adolescente.”

Mientras Herrera cuenta que quedó deslumbrado cuando su primo le regaló un casete grabado de los Pixies, Ezquerra trae a la charla una anécdota de su relación con la música de Cobain. “Tengo muchos compañeros de colegio que son fanáticos de Nirvana. Una compañera que lo ama siempre publica en Facebook cosas sobre él. Pone, por ejemplo, ‘¿por qué te mataste?’”.

Herrero detalla dos búsquedas puntuales que llevaron adelante para montar este espectáculo: una investigación al interior de la música, para producir “una sonoridad residual” –tanto él como Ezquerra tocan en vivo composiciones de Ulises Conti–, y luego, “trabajos de cocina sobre el movimiento”. “Elaboramos pautas que funcionaron como excusa para que apareciera algo que dejábamos si cuajaba en escena. Hay un momento en el que estoy en el piso y desarrollo una secuencia que tiene que ver con el manejo del peso y el desequilibrio del cuerpo. Nosotros le decimos ‘heroína’. Usamos ese concepto como referencia a un estado. Pero en ningún momento hacemos alusión a la droga. En el ruido tuvo un fuerte proceso de exploración, de recorrer un camino e ir cubriéndolo de capas de trabajo”, concluye el bailarín.

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Herrero tiene 31 años; Ezquerra, 17. Dos generaciones para la obra montada en la sala El Extranjero.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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