TEATRO › NESTOR ROMERO DIRIGE ULF... AQUELLOS CIRCOS EN LA CLAC
El director estuvo cerca de Juan Carlos Gené, autor de la obra, cuando éste vivía sus últimos días. En la puesta se cruzan la última dictadura, el amor entre una dulce pareja de ancianos apasionados por el circo y una buena pila de símbolos.
› Por María Daniela Yaccar
Néstor Romero tuvo el privilegio de tener muy cerca a Juan Carlos Gené cuando “el gran maestro” vivía sus últimos días. No eran amigos íntimos, pero durante unos meses, hasta noviembre del año pasado, se reunieron con frecuencia. Romero quería montar ULF... aquellos circos, una obra que Gené estrenó en 1988 en el Teatro San Martín, en la que el dramaturgo actuaba junto a Verónica Oddó. “Lo mejor de nuestras charlas fue ponernos de acuerdo en lo que queríamos decir con la obra”, relata Romero, que acaba de estrenar su versión en La Clac (Avenida de Mayo 1156, domingos a las 19). Como buena pieza de Gené, ULF es un pedazo de argentinidad, en el que se cruzan el capítulo más crudo de la historia nacional, el amor entre una dulce pareja de ancianos apasionados por el circo y una buena pila de símbolos.
“Si miro hacia atrás, veo en mí una militancia muy fuerte por la dramaturgia nacional”, recalca Romero. “El año pasado hice Biblioteca fútbol club, de otro argentino (Juan Ignacio Fernández). En 2010, Las González (de Hugo Saccoccia). Antes dirigí Patria nueva, de Discépolo, y Nunca es tarde para amar a los pájaros (de Américo Torchelli)”, grafica el director, con trayectoria también en cine. En su tarea de docente, tanto en el IUNA como en la escuela privada que fundó (EFA), su visión entusiasta respecto del teatro nacional –“es de un nivel altísimo”– se filtra indefectiblemente. “Trato de mantener a los alumnos con una mente abierta y bien atentos, y de que tengan claridad y conocimiento respecto de la historia argentina”, cuenta.
En su versión de ULF se nota que su acento como director está puesto en las destacadas actuaciones de Daniel Figueiredo y Elena Petraglia. “Creo en el actor: sin él no hay teatro. Uno puede poner escenografía, luces y música. Pero el actor es el alma”, sentencia Romero. Figueiredo y Petraglia interpretan a dos ancianos pobres, ex artistas de circo, que viven en la calle por no poder pagar el alquiler y que, de repente, se entusiasman con volver a los escenarios. Pero, como bien la define Romero, esta obra de Gené es aparte una “alegoría” sobre la desaparición forzada de personas durante la última dictadura militar. Jacinto y Paloma –así se llaman los viejitos– creen que su hijo logró escapar de unas “cuchillas descomunales” en manos de unos hombres de negro y que ahora vive en Suecia. Así, la historia del hijo perdido se cruza con el mito de Juan Moreira, que no es el único símbolo nacional que aparece en este texto complejo.
–¿Por dónde pasó la búsqueda creativa con los actores?
–Los elegí porque son pareja desde hace cincuenta años. Los conozco hace mucho tiempo: hace veintipico de años los dirigí en Réquiem para un viernes a la noche, una obra por la que ganamos varias Estrella de Mar. Hace tres, en una obra de Discépolo, Patria nueva. Y a él lo dirigí también en El acompañamiento, de Gorostiza. Trabajé para que se dejaran fluir, para que se sintieran conectados y pusiéramos ahí cosas de su vida real como pareja. Entre los personajes hay ternura, pasión sexual, bronca y peleas. La pasión por lo que quieren hacer y las dificultades que les plantea la memoria me despiertan una ternura inmensa. Quiero producir un encuentro de emociones en el espectador: entra y se choca con una escenografía angustiante pero, al mismo tiempo, con música de circo. De entrada se produce una disociación que me interesa mantener, entre la angustia por no saber si un hijo está vivo o muerto y el humor que produce que cada persona que nombren ya esté vieja.
–¿Por qué eligió una escenografía conceptual que no remite a la calle, que es donde viven los ancianos?
–Hace varios espectáculos que trabajo con Alberto Bellatti como escenógrafo y vestuarista. Es un gran creador con mucho poder de síntesis y nos entendemos muy bien, siempre logra plasmar lo que quiero. En ningún momento se me ocurrió mostrar la calle. La ropa que está en las paredes es del hijo. Y con la iluminación aparecen las siluetas de los desaparecidos que utilizan las Madres. No nos interesaba darle una forma realista a la obra porque tiene muchísima poesía.
–¿Qué le atrajo del texto?
–Que habla de la última dictadura con poesía y ternura. El espectáculo no es tan doloroso, pero muestra toda la verdad. Hay momentos en los que a los personajes la mente les funciona con mucha cordura y de pronto salen con cualquier cosa y uno dice, “ah cierto, me había olvidado que están mal de la cabeza”. Mi lectura fue que ellos como mamá y papá no pudieron soportar la desaparición del hijo. Sobre eso trabajé. No pudieron aceptar esa realidad y crearon otra, un sueño. Piensan que el hijo se fue a Suecia, pero no se fue a ningún lado. Lo maravilloso de Gené es que lo mezcla con Juan Moreira. Mezcla todo. Hay un político que le da el nombre a la obra, que es un primer ministro sueco asesinado (Olof Palme), un pacifista.
–¿Por qué quería hablar de la dictadura?
–Siempre es necesario. Me interesa un material cuando ideológicamente dice algo. Es fundamental tener memoria. Esos años han destruido a la Argentina y los resabios los tenemos en muchos lados y no nos damos cuenta: en los jóvenes, en cómo algunos mayores tratan a los jóvenes, en las formas de aprender. Cuando fue el paro de Moyano pensé en eso: que teníamos que tener memoria, aunque estemos en un contexto totalmente distinto.
–¿Cómo fueron las charlas con Gené?
–Me escuchaba mucho, me decía que confiaba en mí. El estreno de esta obra ocurrió años después de que se reinstalara la democracia, por eso Gené tenía para decir cosas que ahora no tendría sentido decir en un escenario. Pasaron muchas cosas, como los juicios. Había que ir por otro lado: nosotros partimos del amor. Esta obra muestra un efecto producido por la dictadura que no había visto en ningún lado. Muestra a dos seres que no son estoicos como las Madres o las Abuelas. Y, por otro lado, en la dramaturgia internacional hay tres grandes temas, desde los griegos hasta Shakespeare: el amor, la muerte y el poder. Nuestra versión de la obra es un canto de amor, porque, como sea, se sostienen el amor de la pareja, a la profesión y hacia un hijo.
–¿Qué sintió al representar una obra de un autor fallecido hace tan poco tiempo?
–En el momento en que Gené se puso mal dudé de hacerla. Después sentí que me fortalecía muchísimo este trabajo. Somos muy poco como para hacerle un homenaje, pero es eso en nuestro interior. Voy a cumplir 65 años, soy de Bahía Blanca. A los 16 años estudiaba teatro allá y tenía unos compañeros que habían egresado y habían venido a estudiar a (la ciudad de) Buenos Aires. Me acuerdo de que les pregunté con quién estaban estudiando y me dijeron: “Con un hombre que se llama Juan Carlos Gené”. Me contaban que hacían unos ejercicios que me parecían rarísimos. Después yo vine. No estudié con Gené sino con Carlos Gandolfo. Pero desde aquel entonces admiro a Gené. Siempre lo hice. Fue un hombre de teatro puro, actor, director, docente y dramaturgo, que conoció todos los vericuetos del oficio.
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