TEATRO › DARDO DOZO PRESENTA SABERLO TODO EN EL TEATRO EL POPULAR
El director y dramaturgo propone en su nueva obra un cuestionamiento de la sociedad actual. Lo hace a través de una puesta que transgrede las convenciones teatrales y se sirve de cinco personajes atravesados por la incomunicación.
› Por Paula Sabatés
“Conmover al espectador no es poco”. Al fin de cuentas, lo de Dardo Dozo en Saberlo todo (viernes a las 21 en el Teatro El Popular, Chile 2080) se trata un poco de eso. Pero no de una conmoción a la manera del romanticismo, sino de un mecanismo mucho más violento que sacude y hace pensar. Justamente lo que, en la entrevista con Página/12, el director y dramaturgo define como el “ideal del teatro”. La puesta que dirige separa, metafísica y conceptualmente, las nociones de sabiduría y saber a través de cinco personajes que parecieran sacados de una obra escrita mitad por Ionesco mitad por Beckett. Como estos grandes exponentes del teatro del absurdo, Dozo logra filtrar un gran cuestionamiento –existencialista, si se quiere– sobre el hombre y la sociedad a través de escenas y proyecciones que parecieran carecer de significado, aunque en realidad es eso lo que abunda.
Con bien logradas actuaciones de Jorge Gerschman, Celina González del Solar, Celeste Valenzuela, Mariel Albó y Mario Campodónico, la trama presenta a cuatro personajes cuyos vínculos nunca llegan a ser conocidos por el espectador. Aparecen en escena jugando a preguntas y respuestas mientras comen, sin percatarse de ello, en platos vacíos, miran de reojo un televisor al que le falta la pantalla e intentan prender un tocadiscos que está roto desde quién sabe cuándo. No hacen más que repetir conocimientos enciclopédicos y memorizados a la vez que ocultan lo verdadero y sombrío de sus relaciones y de sus vidas. Por otro lado, hay un quinto personaje que no es ni visto ni oído y que al contrario de los otros, que no ven su escandalosa realidad, sí desea arribar a un verdadero saber. Este último se debate toda la obra entre abrir una puerta a la que considera su salvación de ese mundo onírico en el que viven los otros cuatro –y en el que parece atrapado–, o no hacerlo por miedo a lo que pueda haber del otro lado.
–Además de la polarización del saber, que presenta en el contraste de los personajes reunidos y el que está excluido, ¿qué otra metáfora encierra la obra?
–La puerta es una. Detrás de ella se encuentra la mirada de los demás, del otro que nos instaura como sujetos. Por eso esa puerta que puede ser la salida hacia el conocimiento verdadero, hacia la vida o hacia la muerte, provoca miedo y por ende una cierta inmovilidad que remite a la muerte.
–Es curioso que el espectador no termine de comprender los vínculos de los personajes. Es algo interesante y que sucede muy poco en teatro. ¿Por qué le interesó que fuera así en esta pieza?
–Para que pueda leerse de manera universal. De esto modo, el espectador puede trasladar a los personajes las relaciones que desee. Pueden ser una familia, amigos, enemigos o bien seres que circunstancialmente se encuentran en ese lugar. Lo que cada uno quiera o pueda leer. Eso se corresponde con una profunda búsqueda mía que tiene que ver con generar en el espectador múltiples preguntas y, ya como un ideal del teatro, también respuestas propias.
–Poco se sabe del quinto personaje. ¿Qué puede decir de él? ¿Por qué no es visto ni escuchado? ¿Quién es y qué hace ahí?
–Es el único que se sumerge en la búsqueda de acercarse al conocimiento real. Es el que con hablar de su vida se encuentra en el borde entre lo real y lo aparente. Además, es el único que adrede no es nombrado en ningún momento. Y es quien ahonda en los conflictos y no lleva un camino lineal dentro del argumento. Por todo eso no es visto ni oído, como les pasa a tantos que a menudo buscan una cierta verdad y que son tapados porque pueden abrir una puerta y desencadenar el saber verdadero, que al contraponerse con intereses de todo tipo, provoca miedos.
–Durante toda la obra hay una indeterminación espacio-temporal que no permite anclar los acontecimientos en ningún momento histórico ni lugar determinado. Este efecto termina de lograrse con la proyección audiovisual del final, que le brinda a la pieza un cierre onírico. ¿A qué se debe la búsqueda de esa atmósfera?
–Al comienzo de mi escritura la obra tenía que ver con tocar puntos dolorosos de nuestra historia. Mi mujer, Claudia Kricun, productora ejecutiva del espectáculo y quien me ayuda en mis correcciones, me hizo una observación profunda e inteligente al decirme que era fundamental universalizar la historia, ya que en el mundo se han repetido muchas veces grandes barbaries. Gracias a eso fui puliendo esa indefinición espacio temporal, para poder hablar del mundo y del ser humano. Luego, la creación de esa atmósfera se logró con un minucioso trabajo realizado con los actores, con sus textos y silencios y con sus miradas y sus acciones. Y además trabajamos mucho con el diseño del vestuario y la escenografía y con la iluminación y la música, para terminar de arribar a ese despojo lacerante que propone el entorno.
–El video final, además, entrega aquella información que el espectador podía llegar a suponer por ciertos indicios del texto, pero que no quedan del todo claro hasta ese momento. ¿Por qué?
–Me pareció más rico y más potente plasmar con imágenes lo que se oculta en la historia. La idea era escapar de lo explícito para que cada uno realice una lectura propia de la historia. La proyección es el momento en el que los mundos se unen y aparece la decisión de atravesar la puerta y descubrir esa mirada.
–La pieza tiene salidas surrealistas, que se ven más que nada en lo ilógico e irracional de algunas situaciones, y también cierto tinte de teatro del absurdo, que aparece con la potencia de la incomunicación entre personajes. ¿Cómo la definiría usted? ¿La encasilla en algún género?
–Es complejo para mí definirla, ya que la obra intenta generar rupturas constantes dentro de sí misma. Encasillarla le quitaría cierta posibilidad de libertad que busca, y también yo. Estoy de acuerdo en que posee tintes surrealistas y matices del absurdo. Como la vida. Y es que el mundo real nos presenta todo al mismo tiempo. Está en nosotros observarlo y encontrarle su sentido.
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